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Un movimiento político en crisis: Cristina, Kicillof y los “usos” de Perón

En los días que pasaron, el peronismo habitó la nostalgia. Los 50 años de la muerte de su fundador aparecieron como ocasión para sentar banderas; para ensayar “nuevas verdades”; para delinear eventuales salidas a una crisis que no cesa de potenciarse.

7 de julio

Aun antes de que despuntara un frío 1° de julio, Cristina Kirchner se lanzó a una larga charla con Pedro Rosemblat en Gelatina. La vicepresidenta no delineó novedades. Ofreció, como ocurre hace tiempo, un menú de preceptos encaminados a derechizar el discurso de lo que alguna vez fue el kirchnerismo: consensos políticos amplios; re-negociar la deuda para garantizar los pagos; fondos para garantizar “unas fuerzas armadas bien equipadas”, entre otros bocados que deberían atragantar a más de un/a progresista.

Eligió, además, profundizar una idea que había desplegado en aquella carta de 33 páginas en la que habló de “actualización laboral”. Refiriéndose a las 20 verdades peronistas, comentó: “Hay una muy piola, que yo le estoy dando más bola ahora. Si le hubiéramos dado más bola, podíamos haber evitado algunas cositas. Esa que dice que el trabajo es un derecho por la dignidad del hombre, pero también el deber de que cada argentino produzca al menos lo que consume, que encierra un poco el término de productividad, cosa que por ahí a algunos no les gusta hablar”.

En la sede la UIA, los empresarios debieron aplaudir. En este uso de Perón, la ex vicepresidenta asume una de sus demandas centrales desde siempre: el aumento de los ritmos de explotación sobre la clase trabajadora; la precarización de las condiciones laborales en interés de una mayor rentabilidad del capital.

Esta Cristina “productivista” remite, casi necesariamente, a los años finales del segundo gobierno de Perón, aquel interrumpido violentamente por el golpe militar de 1955. La ex-vicepresidenta hace propio un tópico que el entonces presidente alentaba, en un intento de superar el estancamiento económico.

Terminados el ciclo de bonanza económica, el peronismo gobernante desafiaba sus propios fundamentos discursivos. A inicios de 1952 congeló las negociaciones paritarias, mientras alentaba aumentos de la productividad laboral. Contrariamente, lo que creció fue el malestar obrero y el cuestionamiento a la conducción sindical burocrática.

Perón acompañaba una orientación global de la propia clase capitalista. Milcíades Peña reseñó que “a partir de 1954 se inicia una fase de fuerte ofensiva patronal sobre la clase trabajadora para aumentar la intensidad del trabajo y restablecer la disciplina en las fábricas, disminuyendo las prerrogativas sindicales. Las empresas comienzan a desconocer sistemáticamente las leyes que protegen al obrero, y el Estado se muestra cada vez más inclinado a dictaminar en favor de la patronal en todos los conflictos colectivos o individuales con los obreros” [1].

Bajo la repetitiva consigna de “producir, producir, producir”, Perón impulsó el Congreso Nacional de la Productividad a inicios de 1955. Un intento de concertación social, destinado a imponer mayores condiciones de explotación sobre el colectivo obrero. La ofensiva -describe Louise M. Doyon- acompañaba el intento de “reclamar el derecho de establecer la mayoría de las condiciones que determinaban el uso de la fuerza de trabajo a fin de que otra vez estuvieran más acordes con las condiciones del mercado. No solo el delegado de fábrica se había convertido en blanco de los ataques, también una gran cantidad de cláusulas laborales de los convenio colectivos serían objeto de un mismo cuestionamiento” [2].

Sabiéndose cuestionada por una clase trabajadora que crecía en descontento y combatividad, la burocracia sindical peronista fue al Congreso a jugar el doble papel de oficialismo y oposición. Cantó loas a Perón, pero, como relata Alicia Rojo, “consciente de que la base obrera no toleraría pacíficamente la imposición de ninguna de las demandas de la patronal, se opuso a todas las modificaciones que reclamaban los empresarios” [3].

Aquel peronismo en crisis también negó su discurso en el terreno de la soberanía económica. Buscó, ansioso, al capital financiero internacional. Ofreció ventajas extraordinarias para atraer la radicación de inversiones. James Brennan y Marcelo Rougier indicaron que “con la ley de inversión extranjera que se aprobó en 1953, el cambio en la política económica fue notable, dado que la nueva dirección contrastó con las políticas anteriores y fue difícil de reconciliar con el eslogan de ‘independencia económica’ [4].

El intento de seducción al capital financiero internacional encontró su expresión más descarnada en la negociación con la británica Standard Oil. Una suerte de “RIGI” de aquellos años: a la multinacional petrolera se le concedían “miles de kilómetros de tierra en Santa Cruz, más de la quinta parte de la superficie de la provincia, territorio en el cuál la empresa podía construir y usar con exclusividad caminos, embarcaderos y aeropuertos durante la vigencia del contrato [5].

El fracaso del Congreso de la Productividad patentizó los límites del peronismo para aplicar el ajuste que la clase dominante exigía. Esa contradicción pavimentó el camino al golpe militar del 16 de septiembre. La clase dominante barrió a Perón para intentar imponer su propio programa por medios más violentos. El entonces presidente eligió no resistir; el aparato político y sindical oficial acompañó esa retirada sin lucha. La clase trabajadora, desde abajo, desplegó una dura resistencia. En los años siguientes fue ejercitándose en múltiples combates, preparando su irrupción revolucionaria en mayo de 1969, en las calles empedradas de Córdoba.

El peronismo del Pacto Social

El lunes, en un acto realizado en la Quinta de San Vicente, Kicillof esbozó su propio uso de Perón. El gobernador bonaerense dijo, entre otras cosas, que “cuando en 1973 Perón propuso su Pacto Social, lo hizo luego de deliberar, consensuar e incluir a todos los sectores: a la industria, el campo, el movimiento obrero y al Estado. El primer objetivo del pacto social fue alcanzar una participación de los asalariados del 50% en el ingreso nacional, en un lapso de cuatro años, incrementando los salarios reales de la masa obrera argentina”.

Detrás de las promesas y los objetivos pomposos, emergía la realidad social, económica y política. El Pacto Social entró en escena como intento de estabilizar las críticas tendencias económicas y enlentecer la dinámica de aguda lucha de clases. Como señalaron Brennan y Rougier, el “diagnóstico económico estaba subordinado a uno político, el cual evaluaba la peligrosa y creciente radicalización de la sociedad y presentaba la necesidad de promover la ‘colaboración de clases’, una filosofía que guiaría las medidas económicas ulteriores” [6].

Perón retornaba al país para surfear una ola de radicalización que alcanzaba a amplias capas de la clase trabajadora, la juventud y el pueblo pobre. Volvía como vehículo político del orden que reclamaban las clases dominantes, aquellas que lo habían expulsado en 1955 y proscripto por casi dos décadas. Ese país era muy distinto a aquel de 1955: en el mayo caliente de 1969, el Cordobazo lo había alterado profundamente.

Congelado precios y salarios, el Pacto Social ofrendaba un mecanismo para contener la inflación. Suspendiendo las negociaciones paritarias, remitía la cuestión salarial al arbitrio del poder estatal. Esa combinación convertía a las huelgas por salario en un acto ilegal; en desafío abierto al poder político y al viejo líder. Precisamente por eso, resultaba inescindible de un creciente accionar represivo. Del endurecimiento del Código Penal; de la represión legal e ilegal a las organizaciones obreras combativas que cuestionaban el esquema económico. En su uso de Perón, Kicillof se toma la licencia de ignorar nada más y nada menos que a la Triple A y a López Rega.

El peronismo de 1973-1976 enfrentó a una clase obrera profundamente movilizada. Muerto Perón, el poder político fue ejercido por la fracción que encabezaron Isabel y López Rega, quienes -en julio de 1975- apostaron por una política de shock en el terreno económico. El Rodrigazo, violento ataque inflacionario, despertó un proceso huelguístico potente, que dio lugar a la emergencia de organismos de autoorganización y parió la primer huelga general contra un gobierno peronista, el 7 y 8 de julio.

Aquella insurgencia obrera ofició de señal contundente: la clase dominante se lanzó a la preparación del golpe genocida. Marzo de 1976 opera como fecha de la derrota de los sectores más avanzados y combativos de la clase obrera. Aquel terror estatal estuvo destinado a interrumpir un proceso histórico en el que anidaba la posibilidad de que la clase trabajadora superara políticamente al peronismo y avanzara hacia su independencia política.

El uso de los “usos”

Navegando desorientado la crisis pos derrota electoral, el peronismo apuesta a su propia derechización. Construye un “balance” del Frente de Todos haciendo propia parte de la agenda que levantaron la derecha y las grandes patronales en estos años.

Esa agenda es la que la gestión Milei se propone maximizar, aplicando un ajuste salvaje ordenado por el capital financiero internacional. A esa ferocidad ajustadora, el peronismo le opone la retórica vacía del "Estado presente": la misma que condujo al fracaso de la gestión de Alberto, Cristina y Massa. La misma que, hundiendo a millones en la pobreza, facilitó el triunfo de La Libertad Avanza.

Los “usos” de Perón realizados por Cristina Kirchner y Kicillof son funcionales a la derechización político-programática. Intentan pavimentar el camino hacia alianzas o acuerdos políticos más amplios. Sondean las rocosas costas de lo que alguna vez fue llamado “peronismo de centro”; intuyen acercamientos con fracciones del fraccionado radicalismo. Trabajan, en fin, para un reedición ampliada del ya amplio Frente de Todos. Preparan, lógicamente, un nuevo fracaso; una nueva estafa político-electoral.

El accionar de conducciones sindicales y sociales burocráticas resulta útil a esa labor. Derrotar el plan de Milei no se presenta como premisa o como urgencia. Por el contrario, el avance del mismo parece condición necesaria para el acrecentamiento de un malestar político que pueda tomar formas electorales. No hay, en esa lógica, grieta interna: basta recordar que Juan Grabois se lanzó como candidato a diputado nacional para 2025 hace ya más de dos meses.

El peronismo, sin embargo, no puede sacar otra conclusión. No puede salir “por izquierda” de su propia crisis. En su ADN, dijimos hace una semana, se aloja la defensa y administración del declinante capitalismo argentino. Un capitalismo atado crecientemente a la dirección del FMI y el gran capital financiero internacional. Lo confirmó -el mismo domingo- Cristina Kirchner, reiterando que el peronismo “nunca fue anticapitalista” y que “el capitalismo es el modo, la manera, o el método más eficiente para producir bienes y servicios”.

Dudosa eficiencia la de un sistema económico y social que condena a casi 1.000 millones de personas a la pobreza extrema a nivel mundial. Cuestionable eficacia aquella que conduce a un creciente caos ambiental como resultado del accionar destructivo de las grandes multinacionales. Posiblemente, el ADN extractivista que permea a la conducción del peronismo le haya impedido reparar en este “detalle”.

Frente a la brutalidad del experimento libertario, la retórica peronista rescata al Perón del ajuste y la represión; al líder conservador que hizo propia la agenda del gran empresariado; al presidente que apostó al orden contra todo intento de transformación social revolucionario.

El mundo capitalista dista años luz de la “eficiencia” que Cristina Kirchner le adjudica. Vive un creciente desorden; con extensas guerras como la de Ucrania y Rusia; con brutales masacres como la que protagoniza Israel sobre el territorio de Gaza; con hambrunas masivas y destrucción ambiental; con miles de muertes absurdas, en el mar o en las fronteras, nacidas de la inmigración ilegal. Frente a esa decadencia incesante, la única perspectiva realista es anticapitalista, socialista y revolucionaria. La batalla por ganar a fracciones de la clase trabajadora y la juventud para esa perspectiva es urgente; inmediata; más que necesaria. (LID) Por Eduardo Castilla

[1] Peña, Milcíades, Historia del pueblo argentino, Buenos Aires, Emecé, 2013, p. 519.

[2] Doyon, Luise, Perón y los trabajadores, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006, p. 390-391.

[3] Rojo, Alicia Cien años de historia obrera en la Argentina, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2016, p. 398-399.

[4] Brennan, James y Rougier, Marcelo, Perón y la burguesía argentina, Lenguaje Claro Editora, Buenos Aires, 2013, p. 97.

[5] Rojo, p. 334.

[6] Perón y la burguesía argentina, p. 218

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