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Trompita

Varias generaciones de niños argentinos de las últimas décadas, fueron criadas con un sonsonete infantil cuyo personaje central era el elefante Trompita. Nunca nadie explicó muy bien por qué, si Trompita estaba perdido (o no) y llamaba a su mamá con las orejitas, la mami lo retaba diciéndole que se porte bien "sino te voy a hacer chas chas en la colita". El pobre no estaba portándose mal pero la madre insistía, por cualquier cosa.

26 de septiembre de 2008| copenoa |

Los niños, creo, imaginaban que la canción de Tito Alberti estaba dedicada a un paquidermo simpaticón y gordito, merecedor de arrumacos y ósculos cariñosos en la trompita o en las orejitas.

El gobernador de Salta, este joven Juan Manuel Urtubey, debe saber la historia de Trompita, aunque él (el gobernador, digo) ha creado su propia historia: la del Estado elefantiásico pero endeble. Casi precario.

Un informe de Agensur, en estas mismas páginas, da cuenta de la existencia de más de 300 organismos en la provincia de Salta. Organismos que cuentan, claro está, con sus titulares y demás funcionarios afines. Los bolsillos de estos funcionarios (que apenas llegados al Grand Bourg salen de compras a los súper de Carrefour, amilanando de pobreza a la pituquería burguesa), no deben andar escuálidos, como los estudiantes del tango "Ivonne". Por el contrario, sus sobaqueras deben estar llenas de tarjetas doradas y checonatos al bies, como para subsistir con la 4x4 cargadita.

Pero no sólo de funcionarios vive el Estado salteño. Su carga genética descansa en los miles y miles de empleados públicos que forman parte de la burocracia institucional que le irrita el espinazo a los hombres y mujeres que se ancianizan yendo de gestión en gestión. No son funcionarios, muchos de ellos. Ni son de carrera. Ni siquiera están en la que llaman "planta permanente", una categoría que convierte en abúlicos a miles de congéneres estatales.

Algunos llegaron, con el ventarrón del hambre o la estrechez de la mesa familiar, después de haber colaborado (muchas veces entregando dignidades y honras, hay que decirlo) con los partidos que integran este melcocha gobernante que acaudilla Urtubey. Estará bien o no que hayan arribado al puerto del laburo de este modo. Serán otros los que lo dirán.

Pero lo interesante de todo esto, es presenciar que tanto Urtubey como la cohorte de esos 300 y pico de funcionarios, varios de ellos, al divino botón, salen a justificar la creación de tantos puestos de trabajo apellidados "planta política", una precariedad laboral con la que se paga la folletería embadurnando paredes durante las campañas proselitistas. Y después, como con los jubilados, esa precariedad hace notar su ADN: se llena el aire de las plazas con las cesantías siniestras y casi lógicas. Es que hay que dar más espacios a otros pobres y precarios solventados por los planes sociales nacionales, dudosa moneda de trueque de la condición humana.

Y claro, se ahorran muchos fondos y fondillos. Servirán, seguramente, para crear nuevos organismos donde vayan a parar familiares, amigos, compañeros y muchos, pero muchos personajes nombrados por ministros que te plantan el estoque entre las costillas del Estado. Urtubey lo sabe, pero se hace el distraído como si el que gobernara fuera Juan Carlos Romero, que hace meses que se encuentra vaya a saber en que país, disfrutando de la fresca viruta. Como los gatos.

El Estado da para esto. Pero precarizando el espíritu y pervirtiendo al hombre que se vuelve un simple pedigüeño de favores que vuelven al gobernante en monarca dador de gracias y bemoles. Casi, a estas alturas, estoy al borde del insulto soez cuando recuerdo la noche en que se entregaron las estatuillas del Martín Fierro Federal, fiesta ultramontana y pelotuda si las hay, mientras en la ruta, un centenar de ex preceptores pedían por el trabajo del que habían sido expulsados con la innobleza del poderoso.

Me lastimaron los argumentos de los manifestantes: "La mayoría de nosotros estuvo trabajando (durante la campaña) con el Partido Renovador por la candidatura del doctor Urtubey, y ahora nos hacen esto…". Casi, olvidando sus propios derechos y embanderados en otros, inventados por la necesidad y la estulticia como los de haber "trabajado" en un partido político para acceder a un trabajo que terminó siendo la síntesis de la precariedad.

A Julio De Vita, un dirigente del Partido Renovador de simpatías cómodas y derechoides, se le escapó esa misión clandestina que tienen todos los que garrotean con el poder político: "Hago llegar mi solidaridad a todos los amigos renovadores que quedaron sin trabajo…y a los que no son renovadores también, por supuesto". Por supuesto, De Vita. Por supuesto, Urtubey.

"Los partidos políticos no son bolsas de trabajo", dijeron, en una nada extraña coincidencia, el centro izquierdista Urtubey y el derechoso De Vita. Debieran seguir juntos.

El gobernador explicó que en el 2009, el trabajo en el Estado va a estar mejor. No se sabe si va a ser más precario o más fatigoso. Ni habló de crear o favorecer industrias. Lo cierto es que, el cuero del elefante parece abarrotado pero sigue llenándose de ansiedades sociales y desenfrenos políticos que ya han perdido todas las direcciones de la razón. De la moral, ni mencionarla.

Recuerdo que hace unos años, criadores de cerdos japoneses fueron denunciados internacionalmente por su crueldad: les cortaban las patas a los animales que, de este modo, se veían impedidos de caminar y engordaban lastimosamente. El precio era unos jamones escandalosamente grasientos, pero suficientes para cubrir inclusive las demandas internacionales del producto.

El Estado salteño se da estos lujos asiáticos. Condenado a la inacción, sigue alimentándose con la precariedad de las necesidades. A diferencia de los japoneses, no alcanzan las grasas para las calorías del alma y no son suficientes los denarios en el bolsillo empobrecido.

A Trompita no habría que hacerle "chas chas en la colita". Habría que darle una buena patada en el trasero para que deje de mover sus estúpidas orejas.

agensur.info

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