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Trabajo infantil: la “falla” de un sistema depredador que se enriquece mucho con ella

Este viernes 12 de junio de conmemora el Día Mundial contra el Trabajo Infantil. La fecha fue instaurada hace casi dos décadas por la Organización Mundial del Trabajo (OIT).

12 de junio de 2020

Según diversos relevamientos oficiales (Unicef, OMS, OIT), en el mundo trabajan diariamente más de 150 millones de niñas y niños de entre 5 y 17 años. El 10 % de la población infantil mundial. Poco más de 70 millones de ellas y ellos trabajan en condiciones directas de esclavitud, trata, trabajo forzoso, reclutamiento para la guerra y otras formas degradantes.

Nueva de cada diez de esas niñas y niños viven en Asia y en África subsahariana, en países que durante las últimas décadas fueron considerados “motores de desarrollo” económico por las grandes potencias imperialistas.

Lógicamente, gran parte de la niñez que trabaja no va a la escuela.

Con la aparición mundial del Covid-19, tanto las condiciones económicas como sociales de las niñas y los niños de la clase trabajadora se complejizó más aún. El acceso a educación, nutrición y salud es aún más dramático, en todos los rincones del planeta.

Hasta el propio secretario general de Naciones Unidas Antonio Gutiérrez, en medio de la acumulación por millones de infectados y miles y miles de muertos pidió a los gobiernos e incluso a las empresas poderosas del mundo a paliar los efectos de la crisis del coronavirus sobre la infancia. Obviamente no les dijo cómo hacerlo.

Según el Banco Mundial, este año se pasará de cuarenta a sesenta millones de personas en el mundo viviendo en pobreza extrema. Y el Instituto Mundial para la Investigación de la Economía del Desarrollo de la Universidad de la ONU considera que “una contracción del 5 % de la renta per cápita” llevará a ochenta millones más a vivir en esas condiciones. Huelga decir que la mayoría de esa población son niñas, niños y adolescentes.

Con coronavirus habrá más pobreza. Y con ella, más trabajo infantil. Si padres y abuelos se infectan (y si mueren mucho más) es lógico que en familias sin ingresos para subsistir la opción de que las niñas y los niños salgan en busca de sustento se impone, poniendo aún más en riesgo su salud, su educación y su integridad.

Hoy, millones de trabajadoras y trabajadores adultes superexplotades, informales, precarizades y "en negro" trabajan desde que eran niñas, niños y adolescentes. A elles no se la van a contar.

A lo largo de los años, viendo los efectos más impactantes y menos subterráneos del trabajo infantil, especialistas de todo el mundo, gobernantes y hasta los siempre bien posicionados representantes de las iglesias (empezando por los papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco) escribieron y dieron enormes discursos golpeándose los pechos culposamente.

Pero pese a innumerables congresos y convenciones que dieron pie a tratados, leyes y programas de “asistencia” internacional a los estados para “acabar con el flagelo”, el trabajo infantil no se termina e incluso aumenta.

¿Será quizás porque la mano de obra infantil es más barata, vulnerable y descartable para los dueños de las fábricas, los campos, las maquiladoras, las ensambladoras de tecnología, los talleres textiles y varios “servicios”? ¿Será porque esos mismos dueños son los que sostienen (financiera e institucionalmente) a los mismos gobiernos que fijan las políticas económicas?

¿Será que esos dueños y esos gobiernos, mientras se llenan la boca mostrando sus “buenas intenciones” y condenan el trabajo infantil ante las pantallas se benefician directamente de esa rama tan lucrativa de la actividad económica?

Este viernes, el presidente Alberto Fernández y su novia Fabiola Yáñez, aprovechando la conmemoración, abogaron por “erradicar el trabajo infantil” y compartieron un mensaje en el que expresaron su “compromiso” para trabajar en la erradicación de esa práctica de explotación.

Vale recordar que Yáñez es una admiradora del papa Francisco y está muy involucrada con las llamadas Scholas Ocurrentes, la red de contención infantil auspiciada y sostenida por el Vaticano que se propone hacer que miles de niñas, niños y adolescentes “transiten” su pobreza y su indigencia con “dignidad” sin dejar de ser pobres ni indigentes.

Y vale recordar mucho más que Fernández fue el jefe de Gabinete del gobierno de Néstor y Cristina Kirchner, entre 2003 y 2008 (nunca un funcionario ocupó durante tanto tiempo ese cargo). En esos años el trabajo infantil no solo no bajó sino que se mantuvo, al calor del crecimiento de la renta en áreas como el trabajo rural (la revolución de la soja y demás commodities), la construcción y demás rubros.

Fernández es, además, un gran amigo y socio político de gobernadores que llevan años garantizando el trabajo infantil en las provincias más pobres (como Formosa, Chaco, Tucumán o Salta) y de las corporaciones agrarias e industriales para las que siempre tiene políticas, privilegios y propuestas de "rescate".

En el mensaje de este viernes la compañera del Presidente afirma que “los niños deben trabajar sólo en sus sueños”. Y su compañero agrega que es necesario “adoptar medidas inmediatas y eficaces para erradicar el trabajo infantil”.

El mensaje sigue diciendo que “el mundo del trabajo es un mundo adulto, con exigencias físicas y mentales desmedidas para los chicos. Los niños tienen que desarrollar su personalidad mediante el juego y a través de la relación con sus amigos y familiares. El trabajo infantil priva a los niños de su infancia y perjudica su desarrollo físico y psicológico”.

Todo muy correcto. Pero en lo que lleva de presidencia, desde el 10 de diciembre de 2019, Fernández prácticamente no tomó una sola medida para erradicar el trabajo infantil. Por el contrario, mientras él y sus funcionarios sólo se hicieron presentes en las zonas más pobres del país en el marco de la pandemia del Covid-19 para militarizar los barrios y proveer a cuentagotas insumos alimenticios y sanitarios, en la Quinta de Olivos se reproducen las reuniones con muchos de los responsables de que el trabajo infantil en Argentina se perpetúe.

Empresarios industriales, rurales y del comercio. Dirigentes de los sindicatos que “representan” a la misma clase trabajadora conformada por miles de niñas, niños y adolescentes que día a día ponen sus manitos, sus piernitas y sus cabezas al servicio de patrones superexplotadores. Obispos y pastores que saben dónde y cómo esa niñez trabaja pero como toda salida al problema sólo proponen encomendarse a dios. Con todos ellos Fernández y Yánez se reúnen. E incluso deben conversar de lo terrible que es el trabajo infantil.

La demagogia es siempre perjudicial. Pero cuando se convierte en una de las herramientas fundamentales de los capitalistas, sus políticos y sus sostenedores espirituales, raya con el crimen. En este caso, el crimen social. (LID) Por Daniel Satur

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