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Perón y la teoría del "gobierno en disputa"

La teoría del gobierno en disputa
Jorge Abelardo Ramos fue un teórico de la autoproclamada “izquierda nacional", que confiaba en el peronismo como conductor del proceso de liberación nacional. El “colorado”, tal su apodo, describía de la siguiente manera el papel de Perón en sus orígenes:

1ro de julio de 2020

“Encarnó las esperanzas latentes de las grandes masas que carecían de voz, y los intereses de la nueva burguesía, así como llevó a la práctica el nacionalismo militar (...). Esta síntesis fue su fuerza y su justificación histórica. (…) Perón fue el jefe de un movimiento nacional en un país semicolonial. Su poder personal emergió de la impotencia de los viejos partidos que se negaron a apoyarlo en 1945 y que prefirieron aliarse con Braden. Ese poder personal perduró como un factor arbitral en una sociedad inmadura. Adquirió por momentos un franco carácter bonapartista. Ese fenómeno es habitual en los países del llamado Tercer Mundo, pues frecuentemente se revela como una verdadera necesidad general, para resistir la intolerable presión del imperialismo, altamente concentrado en su poder y dirección. Las contradicciones que se le reprochaban a Perón no eran sino la expresión personal de las clases sociales nucleadas en su torno y que el caudillo representó a lo largo de toda su carrera. No fue un ’agente de la burguesía industrial’ ni un ’caudillo del proletariado’, ni mucho menos un ’líder de poder carismático’. El vocablo ’carisma’ refleja la pobreza científica de la sociedad norteamericana, que ahora apela a la magia. El influjo de Perón no era sobrenatural o inexplicable. Consistía en interpretar el estado de ánimo y los intereses de las grandes masas y clases oprimidas”.

La “izquierda nacional” representada por Ramos caracterizaba a Perón como un agente de la revolución nacional burguesa que luchaba por “desarrollar un capitalismo nacional (estatal y privado) contra la sociedad inmóvil de la hegemonía terrateniente”. Es decir que venía a cumplir la función históricamente progresiva de despojar del poder a los dueños de la tierra, conquistar la independencia nacional y convertir al país en una potencia industrial.

En consecuencia, la clase trabajadora debía apoyar al movimiento nacionalista burgués resignando su independencia política y los objetivos propios de los trabajadores de terminar con la explotación capitalista. Como Perón expresaba contradicciones de todos los actores sociales que representaba, era necesario apoyarlo para que el poder bonapartista de Perón fuera así un factor revolucionario. Estamos en presencia de una proto-definición de la teoría del "gobierno en disputa" que el discípulo de Ramos, Ernesto Laclau, va a convertir en credo oficial del kirchnerismo.

La realidad fue otra. Perón no expropió a la oligarquía, sino que usó los recursos del IAPI para mantener su rentabilidad e impulsar el proceso de semindustrialización que había comenzado con la sustitución de importaciones en los ‘30 bajo la inspiración del Plan Pinedo.

Perón no enfrentó consecuentemente al imperialismo. Con Gran Bretaña pagó hasta el último centavo de la onerosa deuda externa contraída a merced del estatuto del coloniaje que había significado el Pacto Roca-Runciman. Frente a la avanzada del imperialismo yanqui, se ofreció a enviar tropas para que enfrentaran a la China de Mao, les entregó la explotación del petróleo a través de la Standard Oil y terminó capitulando sin luchar frente al golpe impulsado desde la embajada norteamericana.

Bonapartismo sui generis

Para comprender el fenómeno es útil rescatar la definición del revolucionario ruso León Trotsky sobre el tipo de bonapartismo que encarnan los movimientos nacionalistas de carácter burgués en América Latina:

“En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros”

Perón utilizó al proletariado, estatizando a sus organizaciones, cooptando y corrompiendo a sus dirigentes y descabezando cualquier intento de organización política independiente. Así hizo con el Partido Laborista, para los fines de sostener a la débil burguesía industrial y salvaguardar el interés del conjunto de la propiedad privada capitalista. Las concesiones al movimiento obrero buscaban crear una base de apoyo para su programa capitalista. Si las mismas fueron enormes, eso responde al peso que estaban adquiriendo los sindicatos y al empuje de la clase obrera, aún antes del ascenso de Perón al poder.

El emblema es el 17 de octubre, fecha fundacional del peronismo, cuando la clase obrera protagoniza una huelga general extraordinaria ocupando el centro de la ciudad burguesa, para que liberen a Perón. Cuando el peronismo se constituyó como gobierno y movimiento político con fisonomía propia, cuando los sindicatos fueron engullidos por el Estado burgués, nunca más hubo 17 de octubre. Nunca más las masas impusieron su impronta bajo la dirección nacionalista burguesa.

El bonapartismo peronista no se explica solamente “como una verdadera necesidad general, para resistir la intolerable presión del imperialismo, altamente concentrado en su poder y dirección”, sino que para lograr tal fin tiene la necesidad de maniatar la libertad de acción de la clase obrera, para evitar que sea ella misma rompiendo y enfrentando a la burguesía quien dirija, con sus propios medios y para sus propios fines, la lucha contra el imperialismo.

Es por este motivo que el peronismo de los orígenes decide capitular frente a la ofensiva patronal, clerical e imperialista. Incapaz de imponer una mayor explotación a la clase obrera como le exigió la burguesía con el Congreso de la Productividad en 1954. Esta última, con el aval del imperialismo, decidió desplazarlo. Todos los atisbos de resistencia frente al golpismo fueron llevados adelante por una clase obrera que comprendió cabalmente la amenaza golpista.

La capitulación y huida de Perón en el oscuro mes de septiembre de 1955, se explica porque la opción para derrotar a los alzados contra su gobierno consistía en armar al proletariado, que le exigía aquellas armas para luchar, es decir en desatar una movilización revolucionaria que barriera con los capitalistas criollos y sus FFAA. Fiel a su deber de clase, Perón abordó la cañonera Paraguaya del dictador Adolfo Stroessner.

Peronismo y revolución

John William Cooke, quien fuera el padre ideológico de la izquierda peronista sostenía que:

"Durante bastante tiempo, el prestigio de Perón evitó las colisiones, pero aunque podía absorber estas contradicciones, no las suprimía; algunas aparecieron a la luz en los momentos finales del régimen, otras después de la caída. El equilibrio era ya insostenible, y el frente estaba desarticulado. Eso explica por qué el peronismo sigue siendo el hecho maldito de la política argentina: su cohesión y empuje es el de las clases que tienden a la destrucción del statu quo". (Peronismo y revolución)

La realidad es que el peronismo de la resistencia nunca estuvo cohesionado y atentó contra la fuerza de la clase obrera. Luego del golpe la burocracia sindical adicta a Perón huyó en desbandada o capituló frente al nuevo régimen militar. Su burocracia política se arrogaba la representación del peronismo y los trabajadores frente a los gobiernos militares y civiles que se sucedieron en los ’50 y ’60 del siglo XX.

Fueron los trabajadores quienes iniciaron una resistencia tenaz frente a los gobiernos del régimen libertador y lo hicieron incluso contra las órdenes del propio Perón, quien usaba pendularmente la fuerza de los resistentes para hostigar y los acercamientos al régimen de los conciliadores para negociar. Un solo ejemplo basta de muestra. Perón apoyaba a Arturo Frondizi, con quien firmó el Pacto de Caracas sin que ninguno de los puntos de acuerdo para poner fin a la proscripción se cumplieran. Mientras tanto, los trabajadores lo enfrentaban valientemente en la huelga del Frigorífico Lisandro De la Torre.

El hecho maldito consistió en que la clase obrera fue maniatada en sus luchas por una dirección política que no buscaba derrocar al régimen, sino negociar con el mismo, es decir con los agentes del imperialismo.

Cooke comprendió que la revolución cubana abría la etapa de las revoluciones sociales en América Latina y frente a ellas el nacionalismo burgués estaba muerto. Pero creyó que el propio Perón y el peronismo eran radicalizables para dicho objetivo. Transformó al peronismo como fuerza en disputa entre una burocracia conservadora ideólogicamente y su base proletaria. De esta manera nunca rompió con la estrategia del Frente Nacional, no confío en que la clase obrera, constituyendo su propio partido, pudiera dirigir la lucha antiimperialista.

Insurgencia y contrarrevolución
El retorno de Perón a la Argentina no se explica por el impulso del General desde Madrid a la lucha abierta contra el régimen, ni por el combate de los burócratas sindicales. De hecho frente al golpe de Juan Carlos Onganía en 1966, deposita ilusiones en el ala nacionalista ultramontana que representaba el líder golpista, llamando a “desensillar hasta que aclare”.

El retorno de Perón se explica porque la burguesía y los militares consideran que solo él puede lidiar y reconducir el extraordinario ascenso obrero y popular que abriera el Cordobazo al grito de “luche, luche, luche/ no deje de luchar/ por un gobierno obrero/ obrero y popular”. Se explica porque las masas protagonizaron una semiinsurrección abriendo un período de una violenta lucha de clases y política, donde los trabajadores llegaron a disputar el mando de las fábricas al despotismo patronal mediante sus comisiones internas. La juventud se alistaba en masas a las filas de las organizaciones políticas que preconizaban un combate abierto al imperialismo y al capitalismo.

El historiador Alejandro Horowikz, autor de Los Cuatro peronismos sostiene que:

“Perón no tenía intención de ser presidente por una insurrección social triunfante porque eso suponía una radicalización de su movimiento donde el programa que enarbolaba no tenía la más mínima importancia, porque cabalgaba una dinámica con un conjunto amplísimo de militantes que eran socialistas y que se planteaban una versión del socialismo, podemos estar más de acuerdo o menos de acuerdo con esa versión, ese es otro problema. Entonces estamos aquí en presencia de una posibilidad histórica que fue perdida porque los montoneros eran peronistas, confiaban en la dirección política del General, esperaban que el General resuelva la cuestión, y el General resolvió la cuestión como el General resuelve la cuestión: les dejó la universidad, todo lo demás no”.

Este ultimo Perón les hablaba de socialismo nacional a los jóvenes para convencerlos de mantenerse dentro de su movimiento, para lograr el objetivo de desviar el proceso insurgente hacia una salida electoral que llevara al peronismo al poder. Contó para ello con la colaboración de la dirección de Montoneros, quienes asumieron como suya parte de la estrategia de Perón. Pero a la par, logrado el objetivo del desvío, el líder justicialista plantea un Pacto Social para contener a los trabajadores y beneficiar a la burguesía industrial. También ordena poner en pie a los grupos fascistas de su movimiento y de la burocracia sindical, bandas armadas contrarrevolucionarias que desaten una guerra civil de bolsillo contra la vanguardia obrera y juvenil, para garantizar la disciplina social.

Perón va a morir 2 meses después de expulsar a los Montoneros de Plaza de Mayo llamándolos “imberbes y estúpidos” a la vez que reivindicaba a los burócratas sindicales como dirigentes “sabios y prudentes”.

En 1955 Perón capituló y la ofensiva imperialista comienza a abrirse paso en Argentina. En 1974, Perón muere mientras intenta poner fin a la insurgencia obrera y popular, apelando a los métodos del terrorismo paraestatal, que van a culminar con el baño de sangre del genocidio.

El balance histórico de la teoría del gobierno en disputa o la radicalización del nacionalismo burgués, ha servido para reforzar el control de la política patronal sobre los trabajadores argentinos. Muestra que cuando la clase obrera avanza hacia su independencia política, surgen los intentos de convencerla del papel progresivo del peronismo, preparando el terreno a nuevas frustraciones y avances de la reacción. La lucha contra el imperialismo y sus agentes reaccionarios plantea la necesidad de romper con la burguesía y construir una fuerza política de los trabajadores revolucionaria y anticapitalista. (LID) Por Facundo Aguirre

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