Al escribir estas líneas, estuve sumergido, como muchos argentinos más, en las maravillosas sensaciones que dejan, siempre, los Juegos Olímpicos. Sin soslayar los resultados pero poniendo en el tapete la indudable preponderancia del deporte como columna propagandística de la política (la Alemania nazi es un claro ejemplo de ello, así como la rotunda importancia de Estados Unidos en cada una de sus participaciones), hurgueteo entre los meandros de la condición humana.
Asimilo el hecho deportivo al espíritu de cada uno que participa (el que observa, como espectador, es un protagonista esencial, también) y me conmuevo con la súplica de Curuchet, con sus 47 años, pidiendo llevar la bandera de la delegación argentina. Entregando la última medalla dorada de su vida y la primera del ciclismo argentino, Curuchet es, apenas, un símbolo: el Gobierno argentino, otro. Están en los extremos, sin dudas. Uno revela una ética; el otro, la corrompe.
El ciclista, veterano de cien batallas olímpicas, es un gran Curuchet sólo por su sudor y su presea, más por ésta última. El Gobierno, en tanto, sin aprender de los escarmientos, buscó exaltar el acontecimiento olímpico en la figura mediática de Ginóbili, acompasado por los grititos entusiasmados de la mandataria nacional. No es que Ginóbili sea el responsable (jugar tan maravillosamente como lo hace, no lo convierte en cómplice de las trivialidades argentinas) sí lo es un Gobierno que apenas puede sostener las dos únicas ideas políticas que rondan en su espacio: el propio poder y la comunicación.
El innoble uso de Canal 7 para extender el predominio oficial hasta en los hechos olímpicos, es el utensilio inmerecido que los argentinos debemos usar para poder acceder a ese utópico derecho a la información. La televisión es una puerta, es decir, un desafío que otros ven como oportunidad (¿oportunismo?). El desafío es ser como debiéramos y atravesar las puertas con el paso adecuado. Utilizar un medio de comunicación como elemento "federalizador" de la disputa política es, al menos, una herida absurda, como diría el tango. Y abusar del "derecho olímpico" para la exaltación oficialista, es un hostigamiento al alma.
La provincia de Salta, a través de su gobernador Juan Manuel Urtubey, ha abierto la puerta del desafío…y la volvió a cerrar. Algunos de sus personajes ministeriales, aparecieron, no se sabe muy bien en qué condición, como "gestores" o "gerentes" (sin dudas, eufemismos ideados por el inconsciente periodístico) de la repetidora ultraoficialista nacional denominada Canal 7, en los cerros de Salta.
Esta repetidora originó, desde su instalación, una serie de problemas técnicos (interferencias, cortes, falta de energía) a radios y estaciones de televisión locales. Pero, además, produjo una especie de orgasmo verborrágico para ver quiénes y cuántos se puteaban más a través de los medios de comunicación que, hay que decirlo, de tanto ser oficialistas se volvieron opositores y de tanta oposición se hicieron chupamedias.
Como en un poema bizarro, "daba gusto" escuchar las escaramuzas del ministro de Gobierno, Antonio Marocco, escapándole a los mandobles del empresario publicista/periodístico, Mario Ernesto Peña. En uno de los meandros del caudaloso río, el gobernador Urtubey se despachó con que mientras él esté al frente del gobierno ("y será por mucho años", se aventuró) Canal 7 no emitirá programación local, es decir, de Salta, con lo que descolocó a lenguaraces mediático/políticos que ya soñaban con conducir sus propios bodrios oficialistas actuales tras haber dejado de pertenecer al "staff" oficialista del otrora mandatario, Juan Carlos Romero. Un pase de birlibirloque magistral.
Es que esos funcionarios "gerentes" o "gestores" (como el ministro Marocco) de la repetidora de Canal 7 querían imponer, en la señal que verían los salteños, unas seis horas de programación local. De las seis quedaron cuatro, luego dos y Urtubey, finalmente, decidió que su ministro deje de joder. Al fin y al cabo, Canal 7 es de Cristina…y no le vamos a cortar oficialismo a la Nación inyectando programas locales, habrá pensado el mandatario salteño.
Pero lo notable, es la discusión entre intereses umbrosos (por utilizar otra metáfora suave) y la utilización de los siguientes derechos, a saber: derecho a la libre expresión, derecho a ser informado, derecho a informar, derecho al libre comercio (uno de los más importantes) y derecho a una importante pauta publicitaria oficial. De obligaciones, ni hablar.
Que un ministro de Urtubey "opere" aspectos económicos o políticos de un medio informativo estatal, resulta inquietante. Que uno de los empresarios perjudicados por la señal de Canal 7 hable de "derechos legales" en un espacio en que todas las normativas son precarias cuando de medios de comunicación electrónicos se trata, es asombroso. Y más asombrosa, aún, es la infrahumana discusión mediática, la rastrera posición de periodistas involucrados en el esquema del ministro Marocco y la espantosa lavada de manos del gobernador Urtubey, desautorizando a Marocco luego de haber permitido que éste volara como un pájaro cuando en realidad era un bípedo sin alas.
En Beijing, en tanto, un veterano como Curuchet, dorado de sueños olímpicos hechos realidad, quiso cerrar su historia llevando la bandera argentina sin suponer que su imagen, mostrada a todo el país por el oficialista Canal 7, interfería en los intereses de quienes, en Salta, apenas abrían historias de corruptelas, vaguedades el alma y vilezas políticas de asquerosas urdimbres.
"El horno está listo", habrá dicho Belcebú, preparando la parrilla. ¡Olímpico…! ¿Curuchet? ¡No, Belcebú!
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