“La Niña llegó a su fin”, anunció este miércoles el Servicio Meteorológico Nacional, en alusión al fenómeno océanico que está asociado a la prolongada sequía que estamos viviendo en el país. De todos modos, las lluvias no van a llegar tan rápidamente como señalan desde el Servicio en Twitter.
Luego de La Niña, se espera que suceda El Niño: así se llaman dos de las tres fases que componen el fenómeno de cambio en la temperatura del océano Pacífico (la tercera es una fase neutra) que hoy estamos presenciando. Las dos fases, La Niña y El Niño, repercuten en la atmósfera, y cuando entran en contacto con ella, producen alteraciones en las condiciones climáticas en partes del planeta. La Niña se caracteriza por grandes masas de aire frío que viajan desde Asia a América por el océano Pacífico, por lo que tiende a bajar la temperatura y a que las lluvias que se producen en esta fase sean por debajo de lo normal. Por el contrario, El Niño se caracteriza por masas de aire caliente, que hacen el viaje contrario, suben la temperatura, y provocan lluvias que tienden a ser superiores a las normales.
Pero ¿cómo puede ser que en medio de un fenómeno que debería bajar la temperatura, se produzcan estas olas de calor? Es que se encuentra profundamente alterado por acción de la crisis climática. Por ejemplo, un estudio demostró que la ola de calor de diciembre, en Argentina y Paraguay, tuvo 60 veces más probabilidades de ocurrir debido al calentamiento global. Para peor, la fase de El Niño que está llegando es la que se asocia al aumento de la temperatura. Con lo cual, si estamos viviendo tremendas olas de calor, las del año que viene y el próximo verano serán aún más intensas. Por eso, preocupan tanto los récords históricos de temperatura alcanzados con La Niña. Y aunque ahora esta fase se retiró y estaría cambiando la temperatura del océano, la atmósfera todavía se mantiene con una circulación acorde a la fase anterior, por lo que las condiciones climáticas no cambiaron y por eso no llueve.
Si bien La Niña/El Niño es un fenómeno que se daba irregularmente y usualmente ocurría cada dos a siete años durante meses, por primera vez en este siglo se dio durante tres años consecutivos, algo que no sucedía desde la década de 1960. Ahora que estamos ante la entrada de la fase El Niño, la Organización Meteorológica Mundial anunció en su boletín oficial que se pronostican olas de calor más intensas para el año que viene, ya que El Niño se hará más frecuente e intenso en los próximos años y sus impactos negativos aumentarán. Esto se sentirá en grandes regiones, principalmente en América Latina y Asia (océano Pacífico ecuatorial) impactadas por el calentamiento global como consecuencia de la utilización de combustibles fósiles (el petróleo, el gas y el carbón), los cambios en los usos del suelo por el agronegocio, los procesos de deforestación o la reducción de bosques y humedales a causa del negocio inmobiliario, maderero y el avance de la frontera agrícola sobre los ecosistemas.
El impacto ambiental sobre la fluctuación de la temperatura de los océanos es incalculable y sus efectos no son iguales para todos. Estas semanas se pudo ver cómo la ola de calor es mucho peor para los sectores populares, cortes de luz por largos días a los barrios más pobres, chicos descompuestos en varias escuelas públicas por falta de ventilación adecuada, condiciones similares se viven a diario en fábricas y otros lugares de trabajo. Las respuestas de los gobiernos, como enviar botellitas de agua a algunas escuelas, parecen más bien una provocación que una solución.
Según el último IPCC (Informe del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático) de la ONU, la extracción y explotación de combustible fósil está llevando al límite el calentamiento global de la Tierra (efecto invernadero), lo que está detrás de la profunda alteración del fenómeno La Niña /El Niño y en la base la insoportable ola de calor. A nivel mundial, no hay medidas concretas para hacer frente a la crisis climática y los compromisos de “metas de reducción de emisiones de carbono” son papel mojado.
En Argentina, el gobierno de Alberto y Cristina Fernández profundiza la explotación de hidrocarburos y extractivismo lo que acrecienta el problema para cumplir con el FMI. Mientras alientan el fracking en Vaca Muerta y en alta mar a manos de los grandes monopolios petroleros, responsables de los enormes desastres ambientales, siguen impulsando una deforestación/destrucción récord de sumideros o reductores de carbono récord. Hoy Argentina está en el top ten mundial en este “rubro” anti-ecológico.
No, no es simplemente el verano. Son las consecuencias directas de un sistema social que mercantiliza la naturaleza y la está llevando al límite. Como dice la juventud que se moviliza en todo el mundo, “cambiemos el sistema, no el clima”. Precisamos una salida y una fuerza que se plantee avanzar en una verdadera transición energética, construida desde abajo, desde los trabajadores y trabajadoras y los sectores populares que sufren las consecuencias de las acciones de unos pocos poderosos que generan la enorme crisis climática. El PTS en el Frente de Izquierda Unidad viene insistiendo en este camino. (LID) Por Lorena Rebella
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