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La patética condena a monseñor Zanchetta: ya no sorprende, ni duele, ni asombra

Llega un punto que el asco y la impotencia se unen casi paralizando toda reacción. En el fondo lo esperaba. Toda mi vida consagrada me dijeron que la Iglesia católica era mi “madre”. Una madre peculiar, que deja de lado la necesidad de sus hijas mujeres para apañar a los varones. Una madre que llora por los hijos pecadores pidiendo penitencia y conversión pero nunca llora por un hijo sacerdote violador. Tiene mandamientos, represiones, reglas, leyes, castigos, pero nada que toque ni perjudique a sacerdotes, obispos, cardenales y papas, abusadores, pederastas y corruptos.

7 de marzo de 2022

Nada los condena. Al contrario, para ellos solo perdón, piedad, misericordia para los corazones de los ungidos de Dios tentados constantemente por Satanás. Es así como lo digo. Cualquier católico lo puede explicar igual. Así es de grotesco y alevoso. Así, de la misma manera que un Papa hace unos días, en medio del juicio de su amigo, el obispo Gustavo Zanchetta, envió desde Roma dos emisarios. Como quien levanta la mano con poder para decirle al mundo, y que le quede bien claro, “éste es mi amigo, no me importa lo que hizo, no me interesa el dolor de las víctimas, ni la fe de los justos, no me interesa las marcas imborrables que deja un abuso ni lo que opine la Justicia Argentina. Es mi amigo, cuidado, no lo toquen”. Y por supuesto, habla el Papa y corren todos a agradar al sumo pontífice y a cumplir su deseo.

Cuatro años y seis meses. ¿Es en serio? Los sobrevivientes que en su momento también tuvieron a la “santa madre Iglesia católica” como su protectora, fueron “abortados” por ella. Sí, sí, la Iglesia católica vive cometiendo abortos de miles de niños jóvenes y adultos vulnerables. Los acoge, los utiliza, los aborta.

En cuatro años y seis meses estas víctimas de abuso del monseñor protegido Gustavo Zanchetta tendrán que buscar un lugar a donde escapar, ante la amenaza firme de venganza de los poderosos. Lo digo por experiencia.

Los seis años que se demoró la Justicia de Salta para llevar a juicio al exsacerdote Rubén Rosa Torino fue un constante correr por nuestras vidas. Porque cuando el ofrecimiento de dinero y las amenazas telefónicas ya no bastan para callarnos, comienzan los hechos. Me empujaron en la calle preguntándome por qué seguía en Salta. Le pusieron una bomba al auto de uno de los testigos. Me inventaron una causa y, a pesar de la condena ya dada hasta hace unos meses, recibí llamadas de la mano derecha de Rosa Torino en las que me dirigía burlas sexuales.

Cuatro años y seis meses no corrigen a un sicópata. Al contrario, le dan el tiempo suficiente para preparar su revancha. ¿Y de eso quién nos salva? Las víctimas de Zanchetta tienen poco tiempo para sanar todas las áreas de sus vidas quebradas por el abuso.

Por eso digo que en el fondo lo esperaba. Y desde el fondo de mi ser lo repudio una y mil veces. No nos importa el poder que desplieguen, ni las veces que nos dejen expuestos. Las víctimas de la estructura perversa de la “santa madre Iglesia católica” no nos callamos. Hablamos, gritamos, peleamos y volvemos a pelear. Es cuando dejamos de ser víctimas de los ungidos de Dios y pasamos a ser sobrevivientes.

Muchos años me mantuvieron en silencio, incluso con pastillas psiquiátricas. Que hoy tengan miedo a mi voz y a la de tantos que, cansados de llorar, se ponen de pie y deciden luchar. Tengan miedo a nuestra voz, porque no nos callan más y menos en el nombre de Dios.
Por Valeria Zarza

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