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La lealtad al ajuste y el Frente de Todos contra Todos

Domingo por la mañana. En el país algunos todavía duermen, otros trabajan y muchos también se preparan para el almuerzo del Día de la Madre. Como si fuera normal, en ese momento el superministro de Economía, Sergio Massa, recién llegado de Estados Unidos, hace declaraciones radiales para anticipar anuncios económicos.

19 de octubre de 2022

El momento elegido, un tanto insólito, tiene una explicación. No es la hiperactividad del funcionario. Tampoco la necesidad de anticiparse a la apertura de los mercados del lunes a las 10 AM, como fue tantas otras veces en la Argentina de las corridas cambiarias que pulverizan los ingresos. La mirada está puesta en otro lugar. Al día siguiente el peronismo, dividido, celebraría el Día de la Lealtad y, con poco que festejar, podrían escucharse reclamos por la dura situación económica y social.

Massa decide adelantarse. No hay mucho para ofrecer pero algo tira. Improvisado. Impreciso. Insuficiente. Pero busca ser un amortiguador a las críticas que puedan venir el 17 de Octubre. Hace anuncios sobre el impuesto al salario, subiendo un poco el mínimo no imponible. Declara la intención de sentarse con empresarios a negociar un plan de “Precios Justos”. Anticipa planes de cuotas para comprar teles y ver a Messi el mes que viene. Y un bono para paliar la situación de personas en situación de indigencia.

Es lo que hay. Demasiado sabor a poco para la magnitud de la crisis social, sobre todo si se piensa en que lejísimos estará lo anunciado de compensar lo que se pierde todos los meses con la inflación. Más teniendo en cuenta que los márgenes de ganancias de muchos grupos empresarios marcan una altísima rentabilidad, dando como resultado una Argentina en la que también aumenta la desigualdad. Pero si Massa anunciara más que esto, la jueza de línea, Kristalina Georgieva, levanta la bandera y marca off side, ya que las prioridades de la política económica son otras y se deciden en Washington. Son las limitaciones y los condicionamientos de aceptar vivir bajo el virreinato del FMI. De haber entregado la soberanía nacional para pagar una deuda ilegal.

El día anterior Massa también había tirado un tuit para la tribuna, hablando de la “absurda contradicción entre los organismos de desarrollo y el FMI a la hora de mirar las cuentas públicas. Mientras que unos consideran los desembolsos como inversión, los otros los consideran déficit fiscal”. En los despachos de Washington quizás haya despertado alguna sonrisa burlona. Si es que lo vieron.

Hasta ahí llegó lo que podía hacer Massa. Tampoco se le puede pedir mucho más al amigo de la embajada yanqui, pero algo tenía que decir para anticiparse a los discursos del día siguiente, ya que sería una celebración sumamente complicada: la fecha calendario por excelencia de un movimiento que se reivindica nacional y popular encontró al peronismo en el Gobierno aplicando los planes del FMI que no se deciden acá sino en Estados Unidos, y que ya tienen como resultado índices de pobreza e indigencia inquietantes, sin perspectivas de mejoras.

En última instancia, esa es la explicación de la división del peronismo en múltiples actos. El fracaso del Gobierno, el descontento creciente de su propia base social y electoral y, sobre todo, las perspectivas de una probable derrota en 2023 no logran mantener a la tropa ordenada. No son pocos los que ya ven un peronismo de la retirada, donde cada espacio del rejunte de todos empieza a pensar en cuál será su refugio entre 2023 y 2027. Eso no quiere decir que a las elecciones vayan divididos, pero sí que, de momento, no hay liderazgo que ordene al conjunto, y cada cual busca fortalecer su espacio para desde ahí negociar, como el kirchnerismo que busca despegarse del ajuste o la fracción mayoritaria de la CGT y los "Cayetanos" que hicieron sus respectivos actos por separado con dardos retóricos para reclamar de forma explícita lugares en la listas de candidatos del año que viene. La imagen más elocuente del poco apego que genera la situación actual del Gobierno fue la de la soledad del presidente Alberto Fernández, quien habla en modo meme sobre sus proyectos de reelección pero en realidad tacha, como los presos, los días que faltan hasta el 10 de diciembre de 2023.

Las miradas de Massa, al hacer los anuncios, estaban puestas principalmente en lo que sucedería en Plaza de Mayo. Allí la tribuna tendría como orador central a Máximo Kirchner, portavoz del espacio kirchnerista que luego de promover al dirigente de Tigre al centro del Poder Ejecutivo y darle un período de gracia que acompañó con un invaluable silencio sus primeras medidas para congraciarse con el FMI y los sojeros, empezó a mostrar inquietud. La razón es comprensible: con una inflación que viaja al 6 o 7 % mensual, la corriente de la vicepresidenta puede rifar todo su capital político si queda demasiado pegada a este desastre social. Pero la complejidad es mayor aún: si repiten la historia de su enfrentamiento con Martín Guzmán, también pueden debilitar a una gestión que juega todos los días al borde de la cornisa, y caerse todos juntos al precipicio. En esos dilemas de difícil solución se mueve la corriente de la vicepresidenta. El tratamiento del presupuesto 2023, que estipulará lineamientos de ajuste para el año que viene, será un test en este sentido.

En ese marco, el hijo de Cristina Kirchner hizo en Plaza de Mayo un discurso reivindicando un pasado, prometiendo un futuro y desentendiéndose de su responsabilidad por el presente. Quien se lo hizo notar con los tapones de punta fue un dirigente que participó de su mismo acto, Facundo Moyano: “Hoy tenemos ajuste, represión y no está gobernando la derecha. Que se hagan cargo de que son parte del Gobierno. La Cámpora es parte de este fracaso. Los trabajadores vienen perdiendo poder adquisitivo desde hace 5 años”.

A falta de pan, entonces, hubo relato. Apuntando contra los que traicionaron a los trabajadores, cruzando sin nombrarlos a los dirigentes de la CGT como Héctor Daer y a Alberto Fernández, Máximo reivindicó las peleas y las políticas públicas del período 2003-2015 y convocó a tener esperanza para tener un proyecto de país hacia las próximas elecciones, enfrentando los planes de la derecha, aunque evitó decir, con un silencio ensordecedor, qué haría con el gran problema de la deuda externa al cual hizo referencia. Como siempre, evitó también referirse a la responsabilidad suya, y sobre todo de su madre, sobre la situación actual, como si la designación de amigos de los poderosos como Alberto Fernández o Sergio Massa no hubiera salido desde las usinas del Instituto Patria. Como si aún dirigentes del kirchnerismo no fueran altos funcionarios del Gobierno nacional o incluso Axel Kicillof no gobernara la provincia de Buenos Aires. Como si los dirigentes sindicales kirchneristas no fueran cómplices del ajuste, dejando pasar todo sin lucha.

Flojo de papeles, entonces, el argumento central por estas horas del espacio referenciado en la vicepresidenta (y de muchos editorialistas afines) es el mal menor para enfrentar a la derecha. El rabioso antimacrismo está a la orden del día. No es como se dijo en la Plaza, un proyecto para generar esperanza, sino todo lo contrario: asustar con que del otro lado hay algo peor, y entonces promover la resignación a conformarse con lo que hay.

El ejemplo en sentido contrario, lo dieron los obreros del neumático junto con la izquierda y todos y todas los que los apoyaron: con la lucha y organización desde las bases, y no con la resignación, es que se pueden enfrentar los planes de ajuste. Pelea que dejó planteada la necesidad de coordinar con los otros sectores en lucha y exigir un paro nacional y plan de lucha.

Macri: con todo sino pa` qué

Del otro lado les facilitan esta tarea. Muy lejos han quedado los años de la campaña presidencial hacia 2015, cuando el duranbarbismo, como relata Hernán Iglesias Illa en su libro Cambiamos, se dio la titánica tarea de construir un candidato capaz de ganar las elecciones. Es decir, transformar a un típico exponente de la derecha y de una de las familias más poderosas y elitistas de la Argentina en un candidato popular capaz de llegar al poder por la vía electoral. El repertorio lo vimos durante años: técnicas de cercanía, timbreos, mates, nombres de pila en vez de apellidos y consignas como "pobreza cero".

A modo de rápido balance, la estrategia fue sumamente exitosa para ganar las elecciones, pero no para gobernar. El macrismo en crisis no tuvo reelección, y dejó lugar al Frente de Todos.

Pero ahora buscan la revancha, en un nuevo contexto y con un nuevo discurso: una de las principales novedades políticas de esta semana viene desde las librerías, con el libro Para qué. Aprendizajes sobre liderazgo y poder para ganar el segundo tiempo, de autoría del ex presidente del PRO.

Allí se plantea que esta vez no habrá gradualismo, sino que desde las primeras horas de un nuevo Gobierno se emprenderá una reducción drástica del gasto público, achicamiento del Estado, reformas estructurales, privatizaciones, represión a la protesta social y apertura económica. Es decir, se anuncia un plan de guerra contra el pueblo trabajador.

Sin embargo, la fanfarronería macrista no es más que eso. El libro apenas si busca marcar una agenda, condicionar a las palomas de Juntos por el Cambio y cubrir el flanco derecho ante la emergencia del fenómeno de Javier Milei. Aun no se sabe, quizás ni él lo sabe, si Macri querrá jugar un segundo tiempo o actuar como gran elector de su espacio.

De todos modos, ese no es el problema principal. La oposición de derecha, que cuenta como principal ventaja con la crisis del peronismo, está también muy en crisis. Sus propias divisiones (dentro del PRO, entre el PRO y el radicalismo, dentro del radicalismo, por fuera con Milei) no son solo expresión de la falta de liderazgos claros, sino también de que, en caso de ganar, tendrán enormes dificultades para gobernar. Las jornadas de diciembre de 2017 contra la reforma previsional de Macri son un antecedente muy claro de la gran resistencia obrera y popular que puede surgir ante intentos más duros de cambiar en poco tiempo la relación de fuerzas entre las clases. Eso el macrismo, más allá de su soberbia CEO, lo tiene en la memoria.

Hoy, es cierto, hay más consenso que entonces respecto del agotamiento y el fracaso de todo lo hecho hasta ahora por los sucesivos gobiernos, y de la necesidad de hacer algo distinto. La crisis económica, social y el desprestigio creciente de las dos principales coaliciones del régimen, son hechos indiscutibles. Pero eso no debe interpretarse linealmente hacia derecha, sino que la lucha de clases estará a la orden del día para enfrentar el avance que apunte a mayores sufrimientos de las masas.

Más aún: sobre el fracaso de los gobiernos macrista y peronista, y en el marco de una gran crisis internacional, hay un terreno más favorable para plantear no solo las indispensables luchas de la coyuntura actual, contra los fuertes padecimientos de las masas, sino también ligar las mismas a una tarea estratégica, la de construir un gran partido socialista de la clase trabajadora que se proponga acabar con esta decadencia, peleando por un Gobierno de los trabajadores que, desde una perspectiva socialista, reorganice la sociedad en función de las necesidades de las mayorías y no de unos pocos. (LID) Por Fernando Scolnik

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