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El último fracaso de Todos y la renuncia de Macri

Cuando el partido se iba perdiendo, y por mucho, se hicieron los cambios. Faltaba menos de la mitad del tiempo reglamentario para terminar y la apuesta era jugarse todo a revertir el resultado, que parecía encaminarse a una derrota. El panorama era complejo. Si en cambio la metáfora fuera boxística, la situación era tal que incluso el encuentro podía terminar antes y por knock out. Sin ir más lejos, hace poco un importante intendente del peronismo dijo que en el invierno pasado estuvieron a un día de irse “en helicóptero”. Quizás exagera para justificar la situación del presente, pero la situación era grave.

30 de marzo de 2023

Sergio Tomás Massa entraba así al gabinete con un mandato claro: mostrar resultados económicos, no solo para evitar el abismo que se veía tan de cerca en aquellos días vertiginosos de corrida cambiaria bajo Silvina Batakis, sino también para llegar a 2023 con posibilidades para el Frente de Todos. Era, quizás, la última bala de esta experiencia peronista en el poder: si la cuestión empezaba a mejorar, incluso podrían deslindarse responsabilidades sobre los malos resultados anteriores no solo en Macri, la pandemia y la guerra, sino también en Martín Guzmán y Alberto Fernández, quien desde aquellos días cumple un rol casi protocolar.

Las ambiciones para ese objetivo eran modestas. Ya no se hablaba de llenar la heladera, ni de volver al asado, ni de recuperar lo perdido con Macri, ni de hacer que la deuda y el FMI dejen de ser un problema. Ni siquiera de priorizar a los jubilados por sobre los bancos. La apuesta económica era apenas estabilizar y la política dar la idea de que una nueva gestión estaba haciendo bien las cosas, abriendo una nueva etapa. Si eso se lograba, habría candidato.

La hiperactividad del superministro, su fama de sacar conejos de la galera una y otra vez, sus aceitados vínculos con factores de poder y algún primer resultado ocasional en la baja de la inflación, ilusionaron a muchos con que la cosa podía funcionar. La scaloneta ayudó, además, a mejorar el clima de fin de año.

Sin embargo, otra vez, pasaron cosas. O, mejor dicho, pasó lo que tenía que pasar. Las consecuencias de aplicar el plan del FMI se perciben hoy con fuerza no sólo en la persistencia de una altísima inflación, sino también en un freno al crecimiento económico producto, en parte, de las mismas políticas de ajuste. La importante sequía que golpea al país no hace más que agravar ese cuadro de situación e incluso hace que no se puedan descartar nuevos picos de la crisis económica durante la campaña electoral, cruzada por múltiples presiones devaluatorias. Por estas horas, Alberto Fernández le pide ayuda en Washington a Joe Biden para abordar este problema. No suena muy nacional y popular.

En ese marco, el peronismo vive, a pocos meses de las elecciones, la crisis de su última apuesta. Con el calendario electoral en cuenta regresiva, el plan de mostrar alguna mejora económica está fracasando y cada vez les queda menos margen para revertirlo. A los malos datos de inflación conocidos durante el verano, se agregará este jueves el porcentaje de pobreza que informará el Indec y dará cuenta de una grave situación social. A la renuncia de Cristina Kirchner a ser candidata y la poco convincente candidatura de Alberto Fernández a la reelección, se suman así crecientes dudas sobre la posibilidad de que -con estos resultados- Massa sea un candidato competitivo. La polarización con la derecha actúa a esta altura casi como único argumento. Si él tampoco fuera, asoman variantes como Daniel Scioli, “Wado” de Pedro o Jorge Capitanich, en el contexto de un espacio debilitado.

La retirada de Macri y los abordajes del descontento

A pocos meses del fin de su mandato, y más allá de los pronósticos electorales difíciles de hacer en una Argentina incierta, ya es un hecho que el peronismo ha sumado un capítulo más a la saga de desilusiones populares con sucesivos gobiernos. Mientras desde las distintas ramas del oficialismo tratan de buscarle la vuelta al complejo tema de presentar una opción electoral competitiva en este marco -en ausencia también de Cristina Kirchner que se bajó denunciando proscripción, pero también por no poder despegarse del fracaso del Gobierno actual-, desde otros espacios están en juego a su vez diversas estrategias para abordar la capitalización política del descontento.

En ese contexto, desde distintos campamentos políticos se buscan opciones discursivas que busquen explotar de forma electoral la bronca y el hastío, pero a la vez asoman con preocupación problemas de índole estratégica, como aquellos que muestran nubarrones en el horizonte de la llamada gobernabilidad.

No es novedad, a esta altura, la existencia en el escenario nacional -y en concondancia con lo que pasa en otras latitudes del mundo- de la demagogia ultraderechista de personajes como Javier Milei o Patricia Bullrich que, aun con sus matices, se ubican ante la crisis desde un extremo del arco político y buscan utilizar la acumulación del descontento en defensa de proyectos de los poderosos.

La noticia del escenario pre-electoral sí está dada en los últimos días por la renuncia de Mauricio Macri a ser candidato, habilitando, presumiblemente -no se puede descartar 100 % la posibilidad de un acuerdo-, unas PASO en Juntos por el Cambio entre su ex Ministra de Seguridad y Horacio Rodríguez Larreta, quedando por definirse múltiples aspectos de negociación en las provincias y la relación con los otros socios de la Alianza.

Sin embargo, no se trata solamente de un anuncio (no tan sorpresivo) respecto de candidaturas, sino que en el análisis del discurso se traslucen también problemas de índole más profunda. En su video de renuncia, el ex presidente del PRO se tiró implícitamente contra Milei al cuestionar las apuestas a “líderes mesiánicos”. También retomó un eje histórico de su partido respecto de trabajar en “equipo”, dando de conjunto un tono de discurso algo más dialogado del que venía teniendo, aunque siempre bajo la retórica de enfrentar al populismo y abordar la necesidad del “cambio” (es decir, hacer reformas estructurales y mayores ajustes). En entrevistas mediáticas posteriores, también le pidió a Milei que "no sea tan duro en los términos que usa. Creemos en el diálogo". El ex presidente del PRO, a la vez que intenta conservar su peso para jugar de elector dentro de la oposición de derecha, parece ensayar una nueva diagonal discursiva entre las distintas alas del PRO.

Por su parte, Horacio Rodríguez Larreta, en la etapa actual de su errática campaña, viene intentando una estrategia distinta para capitalizar el descontento con la política, diferente de la de Javier Milei o Patricia Bullrich. Volviendo también a una marca de origen duranbarbista, el actual jefe de la CABA viene enfatizando en la necesidad de terminar con "la grieta" y enfocarse en la gestión para resolver los problemas de la gente. Se trata de una vía distinta para un mismo objetivo electoral: despegarse del hartazgo de amplios sectores con la política.

De fondo, sin embargo, hay un problema más profundo que el electoral. Entre una elección que profundice la polarización política y social (si se imponen candidatos más proclives a medidas de “shock” como Bullrich o, menos probable, Milei) y otra que configure una disputa entre un candidato como Larreta y alguna variante “moderada” del peronismo, se juegan también distintas apuestas a la “gobernabilidad”. En un marco de crisis económica que promete prolongarse en el tiempo bajo las garras de los planes del FMI, y un desprestigio considerable de los partidos del régimen pero también de otros actores del Estado y del régimen como el Poder Judicial, las Fuerzas Armadas o la burocracia sindical, son crecientes las preocupaciones entre distintos sectores de las clases dominantes por evaluar qué dosis de ataques de frente y qué dosis de negociación serán necesarias en el próximo período para aplicar los planes capitalistas sin perder el control de la situación. En la renuncia de Macri (que hace espejo con la de Cristina Kirchner y le dificulta a su vez a esta última revertir su decisión si quisiera) y sus giros discursivos, parece insinuarse también la preocupación por este problema, más allá de los debates respecto de si su retirada electoral responde también a un cálculo sobre si tendría los votos necesarios, teniendo los niveles de rechazo que tiene. Como dijimos en otras ocasiones, y se observa en distintos lugares del mundo, lo que sirve para ganar elecciones, no necesariamente sirve para gobernar. Si no, pregúntenle a Macron.

La izquierda, en cambio, mira desde otro lado el escenario. A la par que participa activamente y con todas sus fuerzas en las luchas en curso, que son justamente las que adelantan que no está dicho que los próximos planes de ataque pasen sin resistencia (como muestran los obreros de Coca-Cola, Kraft, docentes de distintos lugares del país o quienes se movilizaron contra los cortes de luz, entre otros), no especula ni calcula de forma mezquina, sino que plantea a viva voz la necesidad de sacar las conclusiones de los fracasos que nos llevaron hasta acá y el desafío de enfrentar decididamente a la oposición de derecha que se propone gobernar después del 10 de diciembre, pero también al peronismo, que más allá de los rasgos progresistas o redistribucionistas que a veces mantiene en su discurso, viene de haber elegido como presidente al amigo de las corporaciones Alberto Fernández para que arregle con el FMI y actualmente está apoyando a Sergio Massa, quien bajo las directivas del Fondo Monetario aplica un ajuste de corte neoliberal aún más duro del que venía aplicando Martín Guzmán, sometiendo al país al atraso, el empobrecimiento y la dependencia. Al descontento, hay que darle una salida por izquierda. (LID) Por Fernando Scolnik

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