EL AUMENTO DE LOS COMBUSTIBLES Y PIQUETES A LAS ESTACIONES DE SHELL

“La realidad es que estamos en un país donde la sociedad se manifiesta con piquetes por mil temas, así que si algún distribuidor comete la picardía de abrir para expender garrafas y después vende con delivery y cobra el envío hasta 10 pesos más, que la gente le haga piquete en la puerta para no dejarlo salir…” (Daniel Cámeron, 12 de mayo).

El síndrome piquetero está muy presente en la conciencia del menemkirchnerismo. El miércoles 9 de junio, sin memoria de cuando declaraba “causa nacional” al corte de ruta realizado por el pueblo de la heroica Gualeguaychú, el gobierno ahora dice que los dirigentes del piquete más largo de nuestra historia social están incursos en dieciocho causas penales.

Por otra parte, la garrafa social de 10 kilos, subsidiada por el gobierno nacional, se hace notar por su ausencia. Hace pocos días se registraron ventas en Jujuy a 63 pesos, y en el conglomerado urbano Corrientes/Resistencia a alrededor de 60 pesos.

¿Qué hace la secretaría de Energía nacional? En vez de aplicar multas, de retirar permisos, de retroceder concesiones, se limita a pedir oralmente que en el último tramo de la actividad –la venta directa al público- los usuarios hagan piquetes para que no se puedan retirar de los comercios las garrafas que se venden a más de 16 pesos. ¿Es el síndrome de Gualeguaychú?

Qué lejos estamos de lo que se decía hace pocos años, cuando la familia Kirchner preparaba su ingreso al negocio petrolero, luego concretado por la vía de las concesiones a Cristóbal López o por la participación accionaria de los Eskenazi en YPF de Repsol. En ese entonces, frente a la negación de Shell a ser vendida al grupo PDVSA/Enarsa se prepararon piquetes en las estaciones de servicios, no precisamente para nacionalizar el petróleo y los combustibles. La seudo empresa nacional Enarsa se imaginaba adquiriendo la compañía británica a fuerza de piquetes para entregarla a los grupos económicos concentrados denominados “nacionales” o titulares de procesos de “argentinización”.

En los cuatro primeros meses (enero/abril) de este año del bicentenario (sin considerar el mes de mayo), el aumento de las naftas llegó en el país al 35%, habiendo crecido en menor medida en el mes de mayo. A fines de mayo la nafta premiun de Repsol, despachada en las bombas del Automóvil Club, costaba 4,309 pesos el litro, o sea a 1,110 dólar (al cambio vendedor del Banco Nación que a fines de mayo era de 3,881 pesos el dólar). Comparado con el precio de la nafta premiun promedio en los distintos Estados de Estados Unidos era superior, ya que el promedio estadounidense alcanzaba 0,801 dólares el litro, en ambos casos precios finales con los impuestos incluidos. ¿Dónde quedó la novela de algunos consultores de que tenemos las naftas más baratas del mundo? ¿Dónde está el cuento de que los aumentos de las naftas serían controladaos por el gobierno? ¿Dónde está la explicación de que un país más autoabastecido, como aún es el nuestro, tenga naftas más caras que Estados Unidos, que ya importa casi el 66% del crudo que utiliza?

Si un producto cuyo precio se transmite a toda la economía (el gasoil mueve tractores y camiones, las naftas la petroquímica, el JP1 a los aviones, etc.) sube un 35%, su incidencia es mucho mayor de la que expresa la baja inflación que sigue informando el descreído Indec.

Juan J. Aranguren, presidente de Shell, que llegó a escribir en el diario La Nación que no le preocupan los proyectos de Ley porque los puede hacer dormir el sueño de los justos, hoy debe estar festejando que Repsol, dueña de YPF SA y asociada al poder actual, haga subir los precios sin temor a ninguna clase de piquete, ni siquiera los que conoció en sus propias estaciones de servicios.