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Argentina campeón. Nos fuimos mundiales, volvimos internacionalistas

Primer gol de penal para que el inigualable Lionel Messi metiera un tanto. Segundo tanto para el fideo Di María con una hermosa jugada desde el fondo, luego de una jugada magistral entre Julián “Spiderman” Álvarez y Alexis Mac Allister que permite hacer de asistencia para el delantero. El segundo tiempo, ya todxs lo conocemos: hasta el minuto ‘80 estábamos preparando todo para destapar el champagne, gritar y festejar, pero otro penal para el conjunto francés y el jugador estrella Mbappé mete uno. Al minuto, mete otro golazo de volea fenomenal.

23 de diciembre de 2022

Hasta acá, las ambulancias iban y venían. En el alargue, nuevamente, gol hermoso de Leo (que hombre) y con un penal nuevamente, Mbappé nos hace putear, nos hace decir de todo, llorar y subir la tensión arterial. Vamos a penales. Toda una nación pensando en el Dibu, toda una nación rezando -o agarrándose de las paredes- por un par de muchachos que tienen la ilusión de traer la tercera a la Argentina del fenómeno de trabajadores pobres.

Penales. Lo mete Mbappé. Lo mete Messi. Lo erra Coman. Lo mete Dybala. Lo erra Tchouaméni. Lo mete Paredes. Lo mete Kolo. Y para la alegría de todxs, lo mete Montiel. Argentina campeón del mundo mundial. El resto ya todxs lo conocen.

Scaloni llorando desconsoladamente reafirmando que los hombres también pueden llorar. Las niñeces y hermandades de los jugadores pateando una pelota en la cancha del Lusail, porque nuestro fútbol conoce de potreros y pelotas de medias y cinta. La scaloneta festejando con el Kün y con Lo Celso, con jugadores que quedaron fuera por lesiones, con el equipo técnico entero, con el peluquero, los utileros, el personal de cocina, con Pablo Aimar, con Walter Samuel, con Roberto Ayala, con Martín Tocalli, con el equipo médico, con lxs encargadxs de prensa, con toda la familia de cada uno de los jugadores.

Todo el mundo al Obelisco
La espontaneidad de las masas es uno de los fenómenos más increíbles que podemos percibir. Nadie organizó que sucediera, no hubo una agrupación que dijera ahora que ganamos, se celebra en el Obelisco pero, sin embargo, ahí fuimos.

Es que el domingo la unidad entre hinchas de un mismo equipo se dio ahí. La gente hacía equipo para treparse al techo del Metrobús, se subía a los semáforos, a los carteles. El pueblo festejó con una intensidad linealmente comparable al descontento social y económico que se vive el resto de los días. Las imágenes fueron épicas.

Lo que se vio no es una unidad nacional y popular como quieren hacernos creer los militantes de la resignación aliados del Frente de Todos. Lo que se vio nada tiene que ver, positivamente, con el accionar de Cristina, Alberto, Massa o cualquier político. Lo del domingo fue una unidad que se gestó de la forma en que lo hizo porque el pueblo vio necesario descomprimir de tanta crisis; es una alegría en un mundo de descontentos.

Al ritmo del himno nacional, de las canciones de cancha y la música cuartetera en honor a Diego Maradona se armó una caravana que ante la desfachatez de Larreta que decidió cerrar los subtes en pleno festejo y llenar avenidas de efectivos de la Policía de la Ciudad cantó y cantó y caminó sin importar la distancia -de mi parte fueron 16 kilómetros entre ida y vuelta- para celebrar el triunfo.

Vecinxs poniendo música desde sus balcones, bocinazos de autos que querían ilusamente pasar entre las multitudes, el mural del Diego en la calle San Juan en pleno barrio de Constitución, la cartelería de la calle Julián Álvarez intervenida con stickers agradeciéndole al 9 de la Selección. Fuimos miles, y entre esos miles, incluso, las banderas de afuera aparecían. No era solo celeste y blanco. También Perú y también Bangladesh.

Los pueblos oprimidos con la Selección Argentina

Todavía no se había terminado de llenar la 9 de Julio de la hinchada argentina que las imágenes alrededor del mundo ya se empezaban a viralizar.

En Bangladesh salieron a festejar en elefante. En Irlanda sacaron los tractores a la calle. En Haití corrían por las calles de piedra. Las favelas brasileñas pintadas con la bandera argentina y las plazas de México, Australia, Venezuela, España y el mundo celebrando. Los pueblos originarios-indígenas con banderas y camisetas en los territorios donde enfrentan al extractivismo nac&pop.

Y es que le ganamos a un país colonizador. ¿Cómo Haití no va a celebrar cuando le ganamos a la misma Francia que ha hecho que uno de los países más ricos de América Central quedara sumido en la pobreza cuando los invasores franceses saquearon al pueblo haitiano en el siglo XVIII? ¿Cómo Bangladesh no va a estar festejando, junto a la India y a Palestina, si somos la selección que en el ‘86 le ganamos a Inglaterra y le demostramos que los pueblos oprimidos podemos vencer? ¿Cómo la tierra italiana de Nápoles, donde el Diego fue furor, no va a estar feliz con nuestra victoria?

Es que el fútbol, muestra algo más que solo el disfrute de ir detrás de una pelota durante 90 minutos promedio. Es un deporte que permite mostrar que, aunque muchas veces hay pueblos enteros oprimidos, donde la clase trabajadora es explotada por el conjunto capitalista, en la cancha somos quienes más ruido hacemos. ¿De qué manera se hubiera enterado el mundo de los asesinatos laborales en Qatar si no fuera por el mundial? ¿De qué manera se iba a popularizar la riqueza concentrada en unos pocos jeques orientales si no era por la sede mundialista y la irónica forma en que tenían los qataríes de agradecernos por Messi a través de invitaciones ostentosas a fiestas y banquetes?

El mundial nos permitió conocer la situación de Palestina, de Irán, de Qatar. Vimos como la Selección Alemana se tapó la boca por la situación de las personas LGBTIQ. Sabíamos que Bélgica quiso poner una tercera camiseta alternativa toda negra por los obreros muertos en la construcción de los estadios. Vimos a Irán no cantar el himno de su país por la situación que atraviesan y que, al día de hoy, no solamente es un enfrentamiento contra la Policía de la Moral sino contra todo el régimen monárquico.

Estos muchachos saben muy bien de qué se trata; el mismo plantel en las conferencias de prensa posteriores a los partidos fue diciendo que estos triunfos eran una alegría porque la gente en nuestro país la estaba pasando muy mal económicamente y es que a estos pibes, su historia los avala: muchos nacieron en familias trabajadoras o en barrios populares de Rosario, Córdoba o el Gran Buenos Aires.

Ganar el mundial, nos dio la satisfacción de poder celebrar mancomunadamente, junto a millones, por primera vez en mucho tiempo. Lo vimos cuando entre 4 y 5 millones de hinchas coparon las autopistas, los pueblos y las calles de la Ciudad de Buenos Aires y alrededores para ver llegar a la scaloneta; una selección que quería disfrutar junto a la gente, junto a esas personas que dejaron todo por alentarlos y que aún sin poder hacerlo por internas políticas, dejaron todo de sí para estar junto a nosotrxs. (LID) Por Santiag Chlan / Estudiante de Medicina UBA

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