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Alicia en el país del FMI: el progresismo en un laberinto sin salida

El portazo de Alicia Castro sonó fuerte. Disconforme con la votación del Gobierno en la ONU alineada con los intereses de Estados Unidos, y con políticas aplicadas a pedido del FMI, la dirigente decidió dar un paso al costado.

9 de octubre de 2020

No hablamos de esta semana. Corría el año 2000 y la entonces diputada del Frepaso decidió con un grupo de legisladores romper con el bloque oficialista de la Alianza de Fernando de la Rúa y Chacho Álvarez. Algunos meses después el propio vicepresidente renunciaría también a su cargo, en lo que sería el principio del fin de aquella corta y trágica experiencia que ilusionó como oposición al menemismo pero terminó huyendo en helicóptero y dejando detrás un mar de muerte y pobreza.

La historia no se repite nunca de la misma manera, pero las lecciones del pasado son implacables para pensar el porvenir. Veinte años después, una nueva renuncia de la misma persona pone otra vez en discusión el imposible arte de llevar adelante banderas progresistas dentro de una coalición con elementos heterogéneos y, otra vez, en el marco de una crisis histórica.

En el caso del actual Frente de Todos, las tensiones estaban inscriptas desde el principio, cuando, bajo el argumento aglutinador y electoralmente eficiente de ganarle al macrismo, se amontonaron en un mismo espacio sectores muy diversos, desde quienes se referencian en valores progresistas hasta la derecha peronista.

El frente era con todos y entonces se juntaron verdes con celestes, activistas con burócratas, represores con militantes de derechos humanos, promotores de la batalla cultural con “traidores”, pibes para la liberación con amigos de la embajada norteamericana.

Si en épocas de gran crecimiento económico esas tensiones existen pero son relativamente más fáciles de amortiguar, el contexto actual de caída histórica de la economía y de futuro hipotecado por el peso de la deuda, deja poco espacio para manejar el dilema de la sábana corta.

Sin embargo, hasta el momento el cisne negro del coronavirus con su transitoria unidad nacional, y la justificación que daba la pesada herencia macrista, habían permitido, y en parte lo siguen haciendo, amortiguar la intensidad del conflicto político. Pero esa coyuntura comienza a agotarse y con ella despuntan un poco más fuertes las internas de la coalición.

Pasados diez meses de gobierno del Frente de Todos, la renuncia de Alicia Castro al que iba a ser su cargo como embajadora en Rusia, en protesta contra la política exterior del oficialismo y particularmente por haber votado junto a Trump y la derecha regional contra Venezuela, actúa como detonante de un debate sobre el futuro y el carácter de la coalición gubernamental.

Cabe señalar que no es el primer disgusto para los sectores centroizquierdistas del Frente de Todos. En rápida recapitulación podríamos mencionar la anulación de la movilidad jubilatoria con pérdida de haberes para más de dos millones de jubilados; el empoderamiento de las fuerzas de seguridad y el rol protagónico de personajes como Sergio Berni; la capitulación ante el chantaje armado de la Policía Bonaerense; las amenazas de represión a las familias sin techo en Guernica; el amague y retroceso ante factores de poder por el caso Vicentín; el cajoneo sin fecha del proyecto de ley por el derecho al aborto; el llamado a dar “vuelta de página” con las fuerzas armadas, en lugar de pedir memoria, verdad y justicia; la presentación tardía y con gusto a poco y nada del impuesto a las grandes fortunas; las fotos y abrazos con la Sociedad Rural y otros grandes empresarios; y así podríamos seguir.

Los tiempos de la experiencia política, de todos modos, tienen un ritmo distinto. A la comparación con el macrismo y la excusa de la pandemia, se suma el hecho de un Gobierno que se presenta como amigo de los más necesitados y presenta medidas como la IFE como aportes a que no no suba más aún la pobreza, por más que la realidad sea distinta: los bancos y los grandes poderosos siguieron ganando, la deuda se siguió pagando y Argentina es uno de los países donde más creció la desigualdad durante la cuarentena.

Sin embargo, los relatos necesitan alguna base material para sostenerse, y eso es lo que la profundidad y magnitud de la crisis ponen en cuestión y acelerarán la experiencia en el próximo período.

Por eso es que en los últimos meses la situación comenzó a cambiar. Bajo el gran impacto de la crisis económica y social (con datos alarmantes de pobreza) y el agotamiento de la cuarentena (aunque la misma en parte siga y los casos continúen altos), la imagen del Gobierno comenzó a bajar de sus niveles récord, y a la par comenzaron a animársele en las calles distintos sectores sociales: la derecha de Juntos por el Cambio y su base social que este lunes harán un nuevo banderazo; la Policía Bonaerense; y por izquierda los miles que se cansaron de esperar por techo y salieron a tomar terrenos, al igual que otros sectores de la clase trabajadora que comienzan a salir a pedir lo suyo.

Un portazo que dejó la puerta entreabierta
El ruido que hizo la carta de Alicia Castro coincide con este momento bisagra en la política argentina, en el que la paciencia popular no se termina de agotar pero sí crece la incertidumbre frente a una gran crisis y se ve un Gobierno desorientado que no muestra un rumbo claro.

Cuesta escindir la escandalosa votación en la ONU por parte del Gobierno nacional de la llegada de la misión del FMI a nuestro país: las cadenas del capital financiero internacional no solo saquean al país, sino que condicionan a sus gobernantes a una geopolítica sumisa y de pérdida de soberanía.

Los términos de la carta de Alicia Castro son durísimos. Acusó al Gobierno de votar “con Bolsonaro, con Piñera, con la golpista Añez, con Lenin Moreno y los habilitó como voceros de los Derechos Humanos”.

Sin embargo, su conclusión es “no me voy del Frente de Todos y Todas, al que el kirchnerismo aportó tanta energía, tantos esfuerzos y la mayoría de los votos”.

La articulación de ambos enunciados se basa sobre la falsa premisa de que se puede disputar el carácter del Gobierno desde adentro. Independientemente de las experiencias de ese tipo que ya han fracasado en el pasado, la realidad es que ser parte hoy, aunque sea críticamente, de un Gobierno que se alinea en política exterior con el imperialismo, y que en la política nacional se propone profundizar un ajuste en el marco de una crisis histórica (como adelantan el presupuesto 2021 y las conversaciones con el FMI), solo puede dar lugar a perpetuar el atraso y la dependencia, así como a la consolidación de las alarmantes cifras de pobreza y precarización de la vida que se viven actualmente.

De lo que se trata no es de ser la pata progresista de un Gobierno que aplica el ajuste, sino de construir una alternativa independiente y de los trabajadores, que participe de todas las luchas de los trabajadores y el pueblo pobre y plantee el único programa realista para que esta crisis no termine en otra tragedia para las grandes mayorías, un programa de ruptura con el capitalismo que ponga los recursos estratégicos del país al servicio de un plan para las grandes mayorías y no de las ganancias de unos pocos.

Pero incluso las experiencias más "nacionalistas" o" progresistas" que reivindican sectores del Frente de Todos, han terminado en fracasos. Para ir al caso de Venezuela en discusión, allí la derecha y el imperialismo no avanzan solos: las limitaciones del nacionalismo chavista, sin romper los límites del sistema capitalista, dieron lugar a una gran decadencia económica y social sobre la cual hace demagogia cínica la oposición escuálida. Y en los últimos años, el régimen político con Maduro a la cabeza se hizo crecientemente autoritario y represor contra las libertades democráticas, y en particular avanzó en encarcelar a luchadores obreros y populares (proceso que había empezado con Chávez). Solo la clase obrera, de forma independiente del régimen y acaudillando a los sectores populares, puede enfrentar de forma consecuente a la derecha y el imperialismo.

En Brasil también fue el PT quien, primero aplicando un ajuste cuando Dilma era Gobierno, y después negándose a movilizar contra el golpe y luego la proscripción y prisión de Lula , dejaron avanzar al Lava Jato y el ascenso de Bolsonaro.

Las experiencias de las últimas décadas, y los dilemas del presente, exigen otro camino para los pueblos de América Latina. (LID) Por
Fernando Scolnik

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