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Progresismo de la derrota

La democracia burguesa argentina restaurada en 1983, nace condicionada por la derrota de la clase obrera en 1976, que permite a los grandes grupos económicos que se hicieron del poder durante el genocidio mantener su dominio sobre el nuevo régimen; y por la derrota nacional en Malvinas que condena todo intento de enfrentamiento con el imperialismo como una utopía irrealizable. Es lo que el historiador Alejandro Horowicz denominó una “democracia de la derrota”.

19 de mayo de 2021

El llamado progresismo es quien reivindica para sí la vitalidad de esta democracia de la derrota, pero lo hace mediante la idea de que las instituciones del Estado y los partidos tradicionales son reformables como instrumentos de una política popular. De esta manera a lo largo de 37 años de restauración democrática no han puesto nunca en cuestión a los partidos y políticos heredados del genocidio o el neoliberalismo, ni tocado los intereses de los grandes grupos empresarios, ni enfrentado al imperialismo en defensa de los intereses nacionales.

El progresismo socialdemocráta
El primer gobierno democrático encabezado por Raúl Alfonsín, llevó al poder a un partido colaboracionista de la dictadura genocida, la UCR. El alfonsinismo ensayó una especie de renovación interna que le permitió reciclar una fuerza profundamente conservadora e históricamente aliada a los golpes del partido militar, en una fuerza “progresista” y socialdemócrata que prometía que con la “democracia, se come, se educa y se cura”. Sin embargo, el alfonsinismo resultó en un gran fiasco. Su papel fue el de salvar a los militares genocidas inaugurando el Pacto de Impunidad que gobernó a la democracia criolla durante dos décadas y el de garantizar el sometimiento del país a los dictados del FMI y al poder de los grandes grupos económicos. Las capitulaciones ante los carapintadas, los llamados entonces capitanes de la industria y el capital financiero, caracterizaron al gobierno radical y dieron por tierra la idea de que el progresismo es un freno a las pretensiones de la derecha.

Todos fueron menemistas
El primer gobierno peronista en democracia, fue encabezado por Carlos Saúl Menem quien expresó un programa de entrega del país al imperialismo y destrucción de las conquistas de los trabajadores. De aquel gobierno participó o fue partidario la gran mayoría del personal político actual de los grandes partidos y contó con el apoyo de la UCR quien le otorgó la reforma constitucional del ‘94 con el Pacto de Olivos.

La salida de la primer fase de la connivencia bipartidista en el país fue producto de la lucha de clases iniciada con los levantamientos piqueteros en Neuquén, Salta y Jujuy en el año ‘97 y culminada con la rebelión popular de diciembre del 2001 que tiró abajo al gobierno de la Alianza y el plan de convertibilidad de Menem Cavallo.

Recordemos que la Alianza que aparecía como una coalición progresista que unía a la UCR con un candidato conservador como Fernando De la Rua a la cabeza, con la centroizquierda del Frepaso. Dicho frente no terminó con la derecha sino que mantuvo a Domingo Cavallo como ministro de economía con el fin de cumplir con todos los requerimientos del FMI.

La máscara progresista del PJ
Luego del corto interregno de Eduardo Duhalde, que pulverizó el ingreso de los trabajadores y el pueblo pobre y asesinó a Maximiliano Kostequi y Darío Santillan en la Masacre de Puente Pueyrredón, llegó al poder el peronismo encabezado por los Kirchner, haciéndose eco de las demandas populares del 2001 para salvar al régimen político. Dicho sea de paso, recordemos que los responsables políticos de la Masacre de Avellaneda, fueron parte del gobierno k y hoy son ministros y funcionarios del gobierno del Frente de Todos. Esto último se explica porque la principal función conservadora del kirchnerismo fue la de rescatar al peronismo y los políticos menemistas y asesinos de piqueteros bajo la máscara del progresismo. La llamada “década ganada” por el kirchnerismo, se trató fundamentalmente de otorgar ciertas reparaciones simbólicas, con la cooptación de los dirigentes sociales y los movimientos de derechos humanos, a la par que la burguesía la “levantaba en pala”, como confesara Cristina Fernández de Kirchner (CFK), mientras se mantenían 4 millones de pobres estructurales, se pagaba serialmente una deuda externa ilegal e ilegítima, se hacía pagar a los trabajadores el impuesto a la Ganancias y se devaluaba en pos de un ajuste llamado “sintonía fina” dictada por Axel Kicillof con el objetivo de volver al mercado de créditos.

El salto al colaboracionismo
Frente a la reconstitución de una oposición derechista pro empresaria, el kirchnerismo pretendió oponer un candidato menemista calco de Mauricio Macri. Con Cambiemos en el poder, el peronismo derechista y los gobernadores que CFK encumbró contra la otra derecha le otorgaron la gobernabilidad sin límites al gobierno ajustador y entreguista de Macri, mientras el kirchnerismo y la burocracia sindical se preocupaban por desactivar todos los focos de lucha de clases y resistencia social.

Progresismo de filminas
Esa misma derecha peronista, dadora de gobernabilidad ha decir del periodista Jorge Aisis, se integró sin drama al Frente de Todos. Quizás su símbolo más claro sea Sergio Massa.

Ahora bien, el FdT se presentaba como el mal menor frente al derrape macrista y como el freno a la derecha. Sin embargo, lo hace no sólo rescatando a los miembros del peronismo colaboracionista, sino mostrando subordinación a los dictados del FMI y siendo el impulsor de un ajuste en medio de la crisis pandemica. Pero además, la derecha y los empresarios le han venido marcando la cancha desde el comienzo, con un gobierno que recula ante cada amenaza, otorgando concesiones.

El enfrentamiento actual con la oligarquía ganadera es emblemático.El cierre de exportaciones de carne por 30 días, en lugar de la nacionalización del comercio exterior y la banca para evitar la fuga de capitales, es la tibia respuesta del gobierno de los Fernández contra la oligarquía. Mientras tanto, el agro-bussines, que está recibiendo ganancias extraordinarias, se resuelve a favor de los capitalistas del campo, que a su vez impone una escalada de los precios de los alimentos para no perder con los precios internos, licuando los ingresos populares y hambreando de esa manera al pueblo pobre y trabajador. El antecedente de este enfrentamiento en el 2020, en medio de la pandemia y con gran apoyo popular, mostró a Alberto Fernández reculando de la expropiación de Vicentin que había estafado a los productores y al propio estado nacional y cediendo a los capitalistas agrarios.

Lo mismo sucede en la lucha contra el derechista partido judicial que pretende ser enfrentado apelando a una pelea de camarillas y votando reformas que fortalecen los mecanismos bonapartistas del Ejecutivo, en lugar de liquidar a la derecha judicial mediante una reforma democrática hasta el final que liquide los privilegios de casta,y establezca la elección de jueces y fiscales por el voto popular.

En conclusión, el progresismo es la fuerza de la “democracia de la derrota” que rescata instituciones reaccionarias y políticos comprometidos con el atraso y la entrega nacional, como supuestos representantes populares, es decir que no son una fuerza del cambio. Pero también contiene la lucha de clases, mientras predica que las relaciones de fuerza no dan y que lo único posible es ceder de alguna u otra manera a la derecha y el imperialismo, es decir que son una fuerza que desorganiza las fuerzas de los trabajadores y el pueblo pobre e impide que estos den una salida política independiente. (LID) Por Facundo Aguirre

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