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Massa, Milei y la compleja dialéctica entre el desastre y el miedo

“El alivio es una emoción positiva que se siente cuando algo desagradable o doloroso se termina o no llega a suceder”. La definición -una de las posibles sobre el término- se ajusta con bastante precisión al sentimiento que tuvieron millones de personas cuando unos minutos después de las 21 hs del domingo 22 de octubre se comenzaron a conocer los resultados oficiales de la elección presidencial. Javier Milei seguía en carrera hacia el balotaje, pero había perdido la pole position. Los graphs de televisión lo mostraban segundo y no se había consumado -ni de cerca- su triunfo en primera vuelta.

31 de octubre de 2023

Aquel suceso desagradable que podía tener lugar es fácil de comprender. En un país castigado por años ya demasiado largos de crisis, algo aún peor todavía podía pasar. Los días previos, un dólar blue que atravesaba la barrera psicológica de los 1000 pesos atemorizaba y Javier Milei no solo parecía disfrutarlo, sino también impulsarlo intencionalmente. La sensación de catástrofe inminente hizo llegar a muchos al domingo 22 aguantando la respiración, esperando con temor el nuevo palazo que nos podría traer la realidad. Dice José Natanson en Le Monde Diplomatique que Milei en esos días "prometió arrasar con el único acuerdo que nos dejó diciembre de 2001: la idea de que en Argentina puede pasar todo salvo un estallido". Para una parte importante de la población, eso parece ser verdad (mientras que hay otros que no aguantan más y quieren patear el tablero como sea).

Las semanas previas habían hecho, en otro plano, lo propio. Parecía demasiado duro para ser cierto que en la Casa Rosada entrara un equipo de negacionistas de la última dictadura militar y del cambio climático, enemigos de todo derecho democrático elemental -sobre todo de las mujeres- y aduladores de los peores años de entrega neoliberal que aún viven en el recuerdo colectivo.

Otra reflexión sobre el alivio, sin embargo, nos obliga a poner la lupa sobre el uso político que un sector del régimen político le da al miedo para promover un statu quo que además, como diremos más abajo, es ilusorio. Un intento de aprovechar el legítimo rechazo que provoca en amplios sectores la ultraderecha de La Libertad Avanza, para pedir un voto de apoyo que les permita intentar perpetuar las políticas y el desastroso camino que nos trajeron hasta acá.

La larguísima campaña electoral argentina, llena de giros infartantes, quizás no podría siquiera haber sido imaginada ni por el más creativo de los guionistas de thrillers políticos de las plataformas de streaming. Basta volver a ver la temporada anterior para encontrarnos a nosotros mismos debatiendo sobre el ascenso y triunfo de Javier Milei en las PASO y preguntándonos cómo había sido posible este suceso. El peligro ahora es perder de vista las razones estructurales que siguen actuando como trasfondo de la crisis argentina, la dura situación social y el agotamiento del régimen político.

Las causas del fenómeno Milei no las queremos volver a debatir aquí in extenso porque ya las hemos abordado muchas veces. Pero sí es bueno recordarlas, porque aún bajo la espuma del triunfo de Massa en primera vuelta, siguen como trasfondo de la realidad nacional. Nos hablan no solo del pasado y del presente, sino que también nos ayudan a intentar delinear algunas cosas sobre el futuro. Cuando hablamos de esa ultraderecha nos referimos a un fenómeno que tiene especificidades nacionales pero que tiene parientes en la arena internacional en el marco de la crisis del neoliberalismo; que encuentra otras de sus causas en una pandemia que dejó secuelas sociales y políticas profundas; en una reacción patriarcal al movimiento de mujeres; y, sobre todo, en un malestar creciente y persistente con un régimen político que año tras año solo ofrece empeoramiento de las condiciones de vida para millones. Primero Macri, después Alberto con Cristina y luego -y durante-, Sergio Massa. No por nada Javier Milei eligió a la casta como blanco de su demagogia ultraderechista. Era un enemigo fácil que estaba regalado ante el hartazgo de millones después del fracaso de un gobierno tras otro.

La paradoja entonces es que el régimen político, con sus desastres económicos y sociales, creó las condiciones para el ascenso de Javier Milei y hoy Javier Milei, por el espanto que genera en amplios sectores, ofrece las condiciones para que una parte de ese mismo personal político tradicional del régimen que nos trajo hasta acá, encarnado en Sergio Massa, intente una sobrevida y recree y perpetúe las políticas que nos llevaron a la situación actual. El factor miedo, combinado con una dosis justa de medidas de alivio económico de timing electoral que no compensaron lo perdido pero que buscaron dar la "sensación" de un Gobierno que "hace algo" versus otro candidato que nos quiere arrojar vivos a los leones del mercado, hizo su trabajo. Solo así se explica que un Gobierno que, aplicando los planes del FMI, tiene la inflación más alta en 32 años e índices de pobreza solo superados en Argentina en la crisis de 2001-2002, se perfile con chances de reelección.

Sin embargo, la foto actual -y la que deje el balotaje- tienen mucho de ilusorio. La posición de la izquierda ante la segunda vuelta electoral, está tomada desde una mirada puesta en las políticas de un pasado muy reciente que nos trajo hasta acá, en un presente coyuntural que es tramposo y sobre todo en un futuro que nos augura tiempos difíciles. Porque si es cierto que Javier Milei debe ser rechazado por todas las aberraciones que significa, no menos cierto es que si gana Sergio Massa, cuando los votos se terminen de contar, el FMI, sus planes de ajuste y de saqueo extractivista estarán ahí y, ahora, sin el maquillaje electoral de ocasión, nuevas devaluaciones, ajustes fiscales y planes extractivistas estarán a la orden del día. Las causas que llevaron al ascenso de la derecha liberfacha y la profundísima crisis del régimen político, también.

Y así como esta crisis ya ha producido grandes cambios -como el estallido de Juntos por el Cambio-, también tiene inscripta como posibilidad y apuesta la emergencia de una nueva fuerza política socialista y de los trabajadores, que rompa los mecanismos eternos de chantaje que, convocándonos siempre a la resignación y al mal menor, nos han traído hasta acá. El 19 de noviembre nada termina, sino que empieza otra etapa, en la que un nuevo Gobierno, débil desde el origen, por los votos y la institucionalidad, aplicará nuevos planes de ajuste que encontrarán resistencia social. Algo es seguro: hay que salir de la trampa e imaginar otro futuro posible, otra apuesta histórica, porque "locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes". (LID) Por Fernando Scolnik

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