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La tragedia educativa II. (o Lo que Urtubey no aprendió de Perón)

En su última alocución (como Cristina, una más de exageradas tribunas de oratorias vacuas), el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, recordó la figura de Juan Perón en un nuevo aniversario de su muerte y ante su silenciosa audiencia, agradeció “a quienes mantienen viva la memoria de uno de los íconos de la movilidad social y que a través de su política y obra, como la de los Hogares Escuela construidos a lo largo de todo el país, demostró cuáles deben ser las prioridades de una Nación”.

3 de julio de 2008| copenoa |

El mandatario esgrime dos conceptos que, por la dinámica histórica, vienen a darse de frente con la actualidad que pregona Urtubey y sus padrinos de la familia kirchneriana: “movilidad social” y los Hogares Escuela construidos durante la presidencia de Perón. Aunque no explicó el primero, debe entenderse que la referencia del joven gobernador tiene que ver con el concepto de “movilidad social vertical” (Perón no hubiera permitido otra) por el que un obrero puede integrarse en una misma clase social (habría que considerar el término “clase social” también) con los sectores medios-medios o bajos (empleados y hasta subempleados, por ejemplo), dejando a los sectores más altos como una pequeña burguesía conservadora, pero necesaria para el proceso peroniano, como los industriales y los grandes productores. Esta concepción del general Perón hoy está desgajada en principios de clientelismo subsidiado y el trabajador emblemático de la iconografía peronista ha desaparecido para convertirse en “guardia de corps” de los factores políticos de poder.

Entre esta “movilidad social” y los Hogares Escuela, hay un intersticio: la educación. Para Perón (aunque sus defensores traten de interpretar complicada y semióticamente el concepto de “alpargatas, sí; libros, no”), la educación tenía el valor del privilegio si no estaba en función social, apreciación que ha sido demolida por la configuración necesaria de la aprehensión cultural del individuo en la ontología de la sociedad. Es decir, aún a pesar de que la educación no tenga una función social, el individuo debe tender al conocimiento para sostener su esencia como persona. Si, además, ese conocimiento es puesto en función de la sociedad, la cuestión se dimensiona positivamente. Por eso, para Perón, la docencia pertenecía, necesariamente, a la pequeña burguesía pero del sector decadente: no era ni industrial ni productiva en términos de esa “movilidad social”.

Por eso, los Hogares Escuela, un desafío de Eva Perón a los resabios oligárquicos que aborrecía (aunque Perón se resguardaba en ellos para industrializar el país y colocar las exportaciones graníferas y cárnicas como las mayores y mejores del mundo), no eran meras escuelas de cobijo para el pobre. Eran, también, ejemplaridades educativas porque las “maestras burguesas”, además de extender el conocimiento, cumplían la función social que demandaba el discurso peroniano estimulando el proceso educativo. Lamentablemente, hasta hoy, el concepto de aunamiento de ambos procesos, terminó licuándose en hogares de “contención social” para dar de comer a niños hambrientos. Es decir, escuelas para no educarse sino para sobrellevar el hambre creciente, la generalizada desgracia de nuestros tiempos.

Urtubey, el hombre que rescató a los Hogares Escuela del peronismo, es el mismo que, en Salta, acomete su gobierno con escuelas destrozadas, semiderruidas algunas y otras en proceso de serlo. Los ejemplos son variados. Las últimas semanas, la sociedad salteña se ha conjugado en una extraña e innecesaria polémica por los reclamos estudiantiles: el gobierno olvidó que debía ocuparse de los establecimientos escolares antes de iniciar el ciclo lectivo, en una carrera de obstáculos impuesta por la Nación para andar unos 180 días de clases como si de la cantidad dependiera el futuro del género humano.

Los institutos terciarios se sostienen con el aporte de alumnos pobres, mayores de edad, que estudian un profesorado que no les dará ni el manduque diario necesario para mantener su estatura. Un aporte, claro, de obligada humillación si no se posee el denario para la inscripción. Si a eso, se le agrega un ministro de Educación que no sabe cuánto percibe de salario una maestra con 20 años de antigüedad, el círculo termina de cerrarse, luego de singulares vergüenzas en las que las Malvinas fueron Falkland por obra de la imbecilidad educativa de este gobierno.

La dureza del pensamiento peroniano y la epopeya social de Evita respecto de la enseñanza, parecen políticas de inocencia ante la tragedia que hoy vive la educación argentina. Las universidades sirven para hacinarse, morirse de frío o transpirar por los irrespirables veranos de estas latitudes. Las escuelas, bonitas algunas (las más nuevas), con la desesperanza de leyes educativas regresivas y perversas, y maestras famélicas frente a un pizarrón de violencias sociales e indecorosas viscosidades que cubren el alumbramiento educativo.

Los Hogares Escuela eran para otra cosa. La educación es, también, para otra cosa que el mero reclamo de la triste dentellada al aire por el hambre cotidiana de los niños y la tiza sin remedio en el bolsillo del delantal docente. Perón, por lo menos, había lanzado un concepto que le era fundamental. Eva Perón le dio la espiritualidad que le faltaba a aquél. Pero este joven gobernante de hoy, de estirpe kirchneriana y marasmo diario, parece confundir los conceptos, primero, y después aletargarse en discursos y homenajes permanentes mientras la tragedia crece, sin hiatos y sin respiro.

www.agensur.info

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