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La pobreza digna: burda legitimación mediática en tiempos de ajuste

Llaman la atención en la TV y algunos sacan, azorados, una foto de la pantalla. Otros, hacen capturas desde el celular los titulares de diarios online que presentan, como quien no quiere la cosa, noticias que naturalizan la pobreza y la presentan en sociedad como nuevos hábitos. Pero no lo son: son eternos retornos de viejas carencias. El Gobierno nos saquea y los medios dicen que el despojo es la última moda. Ser pobre, parece, es muy “in”.

5 de octubre de 2018| Octavio Crivaro |

Las meritocracias y “los que no llegan porque no quieren”
Los medios de comunicación de masas y el baboso mundo de la publicidad moldean, mienten, tuercen, fuerzan, interpretan, velan, edulcoran, antes que informan sobre la realidad. Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol.

El discurso macrista arrancó con el fraude efímero de la “meritocracia”, que fue sustentado por las divisiones de caballería de la publicidad y el marketing. La publicidad de Chevrolet en la que yuppies con trenza y ricos jóvenes reivindicaban su impulso y su (ay) “emprendedurismo” para ascender, empalmó perfectamente para surfear sobre la ola amarilla del “Mundo PRO”. Ganamos porque nos esforzamos, nos dicen “ganadores” que son dueños de la pelota, de la cancha, del equipo contrario y que son hijos del árbitro.

La ficción de los emprendedores que ascienden a fuerza de puro tesón, soslaya el “hardware” de las familias que sustentaron la aventura (¿fallida?) de Cambiemos, la mayoría de las cuales cuentan con cunas (y hasta cuchas) de oro, y que ascendieron no por propio mérito, sino por el accionar de dictaduras sanguinarias que expropiaron pueblos originarios y expoliaron a trabajadores y pobres para enriquecer a este puñado de ricos y capitalistas “emprendedores”. Los Macri fueron parte de esas familias que tuvieron el “mérito” de confraternizar con Videla. Meritocracia en falcon verde.

El discurso mediático de la meritocracia cool tiene un familiar pobre e indeseable, pero no por ello menos usado para legitimar relatos: nos referimos al relato del pobre-que-se-sobrepuso-a-sus-límites-y-logró trascender. Ahí vienen las historias emotivas, relatadas con música de novela de Migré, del pibito que se hizo campeón de golf repartiendo soda con su padre, la muchacha que se recibió en un terciario viviendo en un auto con sus hijos o el viudo que terminó la carrera a sus 80 años, cobrando la jubilación mínima.

Más allá de la pelea y los logros de los que no tienen nada, que siempre enorgullecen a sus millones de pares sociales, esta meritocracia de los pobres que (sí) se esfuerzan tiene un mensaje mafioso: el que quiere, puede. Es decir que el que no pudo, no quiso fuertemente, porque prefiere vivir de “la teta del Estado”, según dicen los aristo-meritócratas. Es un discurso que camufla que la posibilidad de “logros” está distribuida bajo criterios burdamente clasistas y que soslaya que millones de hijos del pueblo con talentos ocultos, latentes o abiertos, no “llegan”, porque tienen que quemar horas en fábricas, barriendo calles o cuidando ancianos, en lugar de ser un nuevo Mbappe, una Aretha Franklin o un sucesor de Roberto Arlt.

Militando el ajuste: todo el poder a los eufemismos

Desde que comenzó el ajuste, al relato heroico de la meritocracia se le descascaró la pintura de la sutileza, y el viejo empapelado ocre de la legitimación pura y dura quedó a la vista. Spoiler alert: el empapelado de abajo era muy feo.

Frente a la aventura huracanada de maquillar a un gobierno que rifa a buitres y especuladores los destinos y derechos de millones de mujeres y hombres, los diarios y canales han ofrecido frondosos recursos para pintar color esperanza la degradación de la vida del pueblo trabajador. No escatiman en recursos, talento, despliegue. No reparan en nimiedades tales como sutilezas, disimulos, recursos estilísticos. Hay que blindar al ajuste de Macri y el FMI, hacerlo tragable, amistoso, simpático, pasatista. Y lo harán a cualquier costo ¿Lo logran? Pues claro que no.

Pero en sus intentos burdos, dejan un producto que no deja de ser simpático y gracioso. Aunque deplorable, claro. El periodismo de John Reed o de Rodolfo Walsh, pero incluso el de cualquier profesional honesto, riguroso y con distancia crítica de una realidad que pincha, se revuelcan desde sus libros repletos de crónicas punzantes.

Se trata de primicias, noticias sobre nuevos “hábitos”, coloridas notas sobre supuestas elecciones de los “consumidores”, que en realidad son imposiciones sociales de una vida que se degrada, de salarios que se acortan, de desocupados que se extienden, de una pobreza que se palpa. Bueno, a esa realidad, Clarín, La Nación y sus satélites no naturales le ponen épica. “Al final, no está tan malo esto de ser pobres”, nos dicen fulanos desde sus yates.

Compartimos, con los lectores de La Izquierda, algunos de los titulares con los que los grandes medios quieren vendernos lo “cool” que es ser pobre. Abróchense los cinturones:

“Vivir en 30 metros cuadrados, una tendencia que crece”. No amigo. Lo que crece es la falta de vivienda y decrece el tamaño de la casa que se puede alquilar.

“Los bares de Buenos Aires volvieron a servir fútbol”. Claro. Es que la gente quiere ir a bares a gastar plata que no tiene, no que Macri privatizó las transmisiones.

“En Dinamarca el aumento del precio de la manteca salvó vidas”. ¡Ah, es que se preocupan por nuestra salud, no que nos están haciendo cada día más pobres!

“Se puede despedir y terminar a la vez con la pobreza”. No sé si queremos saber qué ideas tienen para cumplir con esa afirmación.
“Trabajar hasta más allá de los 65 años puede alargarte la vida”. Se ve que se olvidaron unas palabras: “la vida útil para que el capitalismo te saque el jugo”, debería terminar.

“Vacaciones con extraños: la nueva forma de ahorrar en viajes y alojamiento”. Sí, claro. Todos quieren ir a Mardel con alguien que conocieron en el peaje. Se usa mucho.

“Contra las vacaciones: resistirse al descanso como estilo de vida”. Sí: estilo no tenemos un peso.

“Venta de ropa usada: nueva forma de ahorro”. Sí, la moda de los clubes del trueque ya la conocimos en el 2001 y no gustó tanto que digamos.
“Llega al país el alquiler de juguetes y permite ahorrar hasta un 50%”, o “Cómo romperle el corazón a los niños día a día”.
“El negocio de mendigar”. Sí, los mendigos son los responsables de la crisis nacional, no los buitres de la deuda externa, el FMI y las multinacionales. Hay que tener cara…

“Volver al pañal de tela, una opción impulsada por razones ecológicas y, de paso, para ahorrar”. Quizá la segunda explicación sea más pensada que la primera.

Luis Brandoni, en su legendario personaje en Esperando la Carroza, un hipócrita nuevo rico, el único con buen pasar de la familia, un poquitín mafioso, hablaba con impostado orgullo de la “pobreza digna” de sus familiares más marginados. El, mientras tanto, disfrutaba de sus viajes, de sus autos y sus ropas caras, mientras huía como de la peste de cuidar o poner plata para atender a su madre, Mamá Cora, el legendario personaje de Antonio Gasalla. Hoy todos los diarios y canales de TV de masas parecen escritos por el personaje de Brandoni. Pero lo peor es que no. (IProfesional)

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