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La estupidez como condición del horror político

Cuando se levanta la mano de un boxeador, los laureles no logran opacar la imagen del derrotado, caído en un rincón o agotado por la infructuosa lid a la que fue arrojado como el más indigno fiambre. Los ganadores, no toman conciencia de que, salvo raras excepciones, mañana serán ellos los derrotados.

28 de mayo de 2009| Nelson Francisco Muloni |

Porque los triunfos, por cuestiones aritméticas y/o por fallas humanas, no se verificarán permanentemente. Los campeones invictos, al campeonato siguiente dejan de serlo, humillados en puntajes que sacuden su honra. Los ejércitos gloriosos, caen abatidos por el horror.

El mismo horror, diría, que producen los políticos que, ayer nomás, creyeron ganar los lauros del Cielo, cuando en realidad, entraban al séptimo círculo del Infierno, sin darse cuenta, siquiera, que serían dorados al spiedo. El gobernador Juan Manuel Urtubey es uno de esos coronados de laureles que ha llegado a un tembladeral que le preanuncia sacudones inimaginables.

Urtubey, el triunfador del 2007, es hoy el José de Arimatea trasladando un Sudario menos santo que el bíblico, con un horizonte lleno de dudas. Creer que las mieles del triunfo durarían por siempre, ha sido un acto de miras estrechas y no poca superficialidad.

A tal punto es así que, con la complicidad del intendente Miguel Isa, quieren dejar tendido en la lona a un supuesto vencido, Juan Carlos Romero, a quién quieren despellejarlo vivo para ahuyentar los demonios de sus propias traiciones. Pero, como decía Schiller, "hasta los dioses luchan en vano contra la estupidez". Y nada podrá sacar a Urtubey e Isa de la impresionante calidad de badulaques en la que han caído.

Ahora, que cada acto del Estado, sostenido por cada salteño, sea una tribuna política donde el candidato oficialista, Fernando Yarade figure como doncella acompañante, parece una revancha de Lucifer en donde los apotegmas justicialistas se truecan en frases chillonas y envalentonadas de vencedores circunstanciales.

Urtubey, Isa y la Corte de los Milagros son los iconos de un justicialismo que ha vencido, con las artimañas de las deslealtades, a un Romero que, de víctima, puede convertirse en nuevo victimario si, como todo lo señala, el kirchnerismo pierde la mayoría en el Congreso.

Porque, de perder el kirchnerismo, será Romero, lamentablemente (para todos), uno de los referentes que se pondrá del lado del mostrador que ocupan, hoy por hoy, las huestes del deshilachado oficialismo. Estarán allí De Narváez, Puerta, Duhalde, Rodríguez Saá y los pecadores de antaño, poniéndole condiciones al ahora capanga pejotista. ¿Qué harán, entonces, Urtubey, Isa o Yarade? ¿Levantarán la "V" de la Victoria para sostener el garguero seco del kirchnerismo? ¿O volverán a un absurdo redil de infidelidades y desamoríos partidarios?

En otros espacios, la torpeza de los majaderos ha hecho del radicalismo, por ejemplo, un mar de teas encendidas con brea natural, alumbrando embrollos y descuajeringues varios por parte de un interventor de escasas luces y valentías ocultas en los bolsillos traseros de su jefe, Gerardo Morales.

Porque el interventor Miguel Giubergia, si se hubiera propuesto la estolidez, no tendría tal grado de desajustes institucionales de hoy en donde algunos radicales se convirtieron en socialistas para eludir una interna a la que obligaba la Justicia que tantas veces los vio recorrer pasillos, metiendo chicanas o inventando vaya a saber qué tenebrosas facturas.

Creen, aquellos y éstos, haber triunfado. Los primeros a costa de traiciones; los segundos, al pelaje de ambiciones y miedos. Ambos parecen, apenas mediocres. Ni hablar de aquellos timoratos de la "izquierda democrática" devenidos en pancistas, que prestaron sus apocadas infraestructuras para las fatuidades de los torpes, bajo la innoble promesa de recibir empleos políticos de servidumbre. Borocotó, al lado de éstos, es un noble viejito.

También están los renovadores que, como Jorge Folloni, pretenden extender sus inciensos purificadores a todos los que "estuvieron junto a nosotros" en los años de plomo, como si un simple empleado municipal fuera culpable de secuestros y desapariciones, aunque ello no lo exima a éste último de otras responsabilidades institucionales de entonces.

Este estropicio mental, se patentiza en las paredes que ensucian con la fruición de los idiotas. Hasta los que dicen ser Libres del Sur, no tienen límites para ayudar a sostener un engendro proselitista de innobles propósitos.

Las candidaturas que no son, las que fueron y no valen, los mamarrachos en los mensajes que aseguran un "cambio" donde nada cambia, el crecimiento del impúdico clientelismo y el creciente autoritarismo de los poderosos, son la versión argentina de Drácula. Con el sustento no menos sanguinario de unos periodistas que exigen "purismos" profesionales a sus colegas, con el único propósito de limpiar de críticas el pillaje del poder. Más que periodistas oficialistas, se parecen demasiado a la Juventud Hitleriana.

Todo, todo esto, responde al mismo horror, el del más costoso lujo del hombre, que es su propia estupidez. Un horror en el que los chiflados pretenden involucrar a las gentes, desesperadas porque un psiquiatra solidario termine con esta condición trágica de los políticos: la falta de sensatez.

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