"Se ve que a Macri le gustaron las milanesas de Olivos". Si no fuera que en el medio está en juego la vida de millones, la ironía del senador radical Pablo Blanco podría ser una parte divertida del atrapante guión del thriller político que vivió la Argentina esta semana. La referencia, claro está, es a la tertulia nocturna en la que el presidente y el ex presidente se sentaron a negociar a mitad de semana, cuando de fondo ya había mucho ruido.
Sin embargo, puede fallar. Las milanesas al parecer habrían alcanzado para convencer a Mauricio Macri de que saliera a apoyar el veto de Javier Milei contra el aumento a los jubilados que votó el Congreso Nacional, pero no para pedirle a sus senadores que voten previamente en ese mismo sentido. Raro. Al cierre de esta edición la crisis no se había cerrado. El presidente y su ejército de trolls seguían disparando munición gruesa: "Santiago Caputo junto a mi hermana son el triángulo de hierro", salieron en defensa del supuesto Mago del Kremlin (cuestionado por Macri como el entorno que dificulta los acuerdos con Milei), que esta semana se rumorea que habría optado por ir a esquiar a Bariloche en medio del tumulto político.
Más aún: en respuesta explícita y directa a los movimientos de Macri, Milei declaró que “o no maneja la tropa o la tropa no entiende el daño que están haciendo”. Es que las movidas de Macri estuvieron tan flojas de papeles que hasta Patricia Bullrich la tuvo fácil para tuitear que “está mal mandar a los senadores del PRO a votar a favor de un proyecto fiscalmente irresponsable y después públicamente salir a decir que estás en contra. Usan a los senadores como carne de cañón y atentan contra el plan económico del gobierno que dicen apoyar”. También desde los propios senadores del PRO se hizo sentir la bronca contra Macri. Al paquete de la movida le tocó su sello: "Exceso de maniobras".
De fondo, posiblemente, haya distintos elementos. Dentro de la crisis generalizada que atraviesa el sistema político argentino (todos los partidos están partidos), la lucha por la predominancia dentro de la derecha aún sigue abierta. Basta ver las interminables internas dentro de La Libertad Avanza -como aquella entre Milei y Villarruel o la del escándalo permanente que es su bloque legislativo- para tomar nota de que el proyecto aberrante que surgió de la larguísima crisis argentina no es algo consolidado, ni mucho menos.
Aún así, en el pensamiento del líder de lo que queda del PRO posiblemente asome el fantasma de que Milei se quiera llevar puesto todo sin negociar y ser él ”la” derecha en Argentina. La proximidad de las elecciones legislativas de 2025 acelera las disputas, negociaciones y eventuales rupturas. Falta un siglo pero a la vez falta poco para aquella disputa de fuerzas. En el medio, ese factor aparece entrecruzado con disputas de poder (“hace ocho meses que nos están boludeando”, deja trascender Macri sobre el ninguneo a su partido por parte de Milei) y con las fricciones por la coparticipación de fondos para la CABA, capital fundacional del macrismo que hoy administra el primo Jorge.
La situación, sin embargo, puede leerse también desde el ángulo inverso. Javier Milei atraviesa un momento de debilidad que hace que Mauricio Macri se atreva a practicar -o hacer malapraxis- esta suerte de vandorismo sui generis poco afortunado, pero que también más actores se le puedan animar. La semana fue elocuente al respecto y colocó al oficialismo en una agenda mucho más incómoda que la de los escándalos de Alberto Fernández y la crisis profunda del peronismo. Como nunca desde que asumió, el Gobierno sufrió tres derrotas consecutivas y de alto impacto en el terreno legislativo: perdió el nombramiento de las autoridades de la Comisión Bicameral que controla los organismos de inteligencia; sufrió el rechazo al DNU que buscaba destinar 100 mil millones de pesos a gastos reservados de la SIDE y por último el Senado aprobó un aumento -aunque limitado- para los haberes jubilatorios. Luego del anuncio de Javier Milei anticipando que vetará la recomposición para los adultos mayores, quedó abierta en la coyuntura una disputa de final abierto para ver si el Congreso Nacional revertirá esa decisión presidencial o no.
De todos modos, saliendo de la pequeña política cotidiana asoma un problema estratégico. Es imposible disociar esta coyuntura política tanto del creciente malestar social en el marco de una profundísima recesión y pérdida del poder adquisitivo para la mayor parte de la población, como de las dudas sobre el rumbo del gobierno. Durante meses las clases dominantes -por su propio interés en la aplicación de las medidas y leyes- fingieron demencia dejando correr a un gobierno que asumió con extrema debilidad institucional (minoría en ambas cámaras del Congreso Nacional y ningún gobernador propio) para lidiar no sólo con la aplicación del “ajuste más grande de la historia” sino también con la crisis de deuda que asoma en el horizonte como un evento crítico, con el BCRA con reservas negativas. Para colmo de males para el Gobierno, el triunfo “seguro” de su amigo Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos es menos seguro que hace un mes atrás.
Durante la etapa previa a la aprobación final de la Ley Bases (luego de la derrota oficialista en el verano) el grito más sentido por parte del capital financiero internacional y de la gran burguesía argentina era la exigencia a Javier Milei de más “volumen político” para gobernar. Eso derivó en el empoderamiento de Guillermo Francos como Jefe de Gabinete y sobre todo como negociador para lograr la aprobación de la Ley Bases a base de repartir cargos, prebendas y recursos presupuestarios. Esa misma arquitectura fue la que estuvo ausente esta semana y dejó al desnudo que detrás de los gritos y la furia tuitera libertaria se esconden múltiples debilidades. El problema tiene también una base estructural: un gobierno de ajuste fiscal tiene poco para repartir como forma de aceitar las voluntades políticas. El tiempo no pasa en vano y la discusión sobre el músculo político para lidiar con la gestión de la crisis puede volver a estar a la orden del día.
Hacia el futuro, quedan muchos interrogantes. Si por un lado el gran capital financiero internacional y los sectores más concentrados del gran empresariado comparten los objetivos esenciales del gobierno de Milei, por otro lado la fragilidad del régimen político y la decadencia de sus partidos, combinados con la crisis social y el callejón oscuro de la economía hacen preveer una situación plagada de inestabilidades que llegó para quedarse.
Hay algo más: en toda esta crisis, el peronismo -de hecho y más allá de sus palabras- sigue siendo un factor que también hay que tener en cuenta en la ecuación de la "gobernabilidad". La CGT y la CTA siguen borradas a pesar de la gravísima situación social, mientras que el “ala política”, si bien esta semana fue parte del bloque legislativo que le propinó derrotas a Milei, usa la debilidad del gobierno para negociar -como el pliego de Ariel Lijo- y especular electoralmente, pero no para proponerse derrotar los planes oficialistas, como se ve en su negativa a convocar sesión para voltear el mega DNU de diciembre que aún sigue vigente. Más en general, el peronismo está sumergido en sus propias internas y crisis después del fracaso estrepitoso del Frente de Todos y de las denuncias contra Alberto Fernández por violencia de género. De fondo, no tienen nada nuevo para ofrecer, al no querer cuestionar ni el acuerdo con el FMI y la ilegitimidad de la deuda, ni el plan extractivista. Solo se preparan de forma electoral para sustituir a Milei si fracasa.
También en las derechas semioficialistas o semiopositoras, y en sectores de centro, se elucubran “planes B” por si Milei entra en una gran crisis antes de tiempo. El protagonismo de Victoria Villarruel -segunda en la línea de sucesión- y el resurgir del término juicio político en el lenguaje político cotidiano, actúan como advertencia de que en las clases dominantes bancan a Milei pero también se preparan por si todo fracasa.
De parte de la izquierda, una vez más, en las últimas semanas, los diputados del Frente de Izquierda han utilizado la tribuna parlamentaria para denunciar la podredumbre de este régimen. Su voz ha sonado fuerte y crece en simpatías. Según encuestas ajenas como la de Isasi/Burdman el espacio de la izquierda viene creciendo al calor de la crisis (el estudio lo mide como "intención de voto" y da un 7 %). En los últimos días diputados como Nicolás del Caño, Christian Castillo y Alejandro Vilca salieron con personalidad en el Congreso Nacional para denunciar el plan de impunidad a los genocidas que buscan implementar desde sectores del oficialismo, como los que hicieron la visita a la cárcel de Ezeiza. También para defender el derecho a huelga de las y los docentes, el presupuesto universitario o poner de manifiesto la situación de los jubilados bajo todos los gobiernos. Asimismo, para levantar -como hizo Myriam Bregman en C5N- propuestas como la de una gran campaña para decir no a los despidos ante el agravamiento de la situación social, por el reparto de las horas de trabajo y para crear 1 millón de puestos de trabajo en las grandes empresas, reduciendo en ellas la jornada a 6 horas sin rebaja salarial. Si ellos amasaron fortunas, que paguen la crisis.
Ante la decadencia del régimen se trata de impulsar las luchas hoy -como las peleas claves de las que la izquierda viene participando con todo-, para rechazar el veto al aumento a los jubilados o aquellas contra los despidos en sectores como el neumático, las reivindicaciones de docentes o la del conjunto de la comunidad universitaria por presupuesto-, de plantear la organización para recuperar sindicatos y centros de estudiantes de manos de las burocracias y, sobre todo, de ligar cada una de estas peleas y campañas a la construcción de un gran partido socialista de la clase trabajadora que ataque los problemas de raíz. Ya fracasaron todos, ahora escribamos otra historia. (LID) Por
Fernando Scolnik
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