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Huelga de la construcción de 1936: “¡Arriba los corazones proletarios!”

Por sobre el rumor de colmena de la muchedumbre que llena el estadio, puñados
de blancos volantes flamean en el aire. (...) Hay sed de leer todo lo que pueda decir una palabra nueva de la huelga, manifiestos y periódicos tiemblan en esas manos endurecidas por los trabajos más rudos. Cuando el altavoz grita su primera palabra (...) los millares de ojos buscan la cara amiga de los camaradas del comité de huelga y de los delegados. (...) De esas asambleas se sale conteniendo un grito de loco entusiasmo, se sale dispuestos a vencer. Y los obreros, cuando regresan a sus guaridas, en voz baja, cortante y grave se pasan la orden: “¡No aflojar!” “¡Firmes!”.

26 de octubre de 2020

Spartacus, 20 de noviembre de 1935. (p. 143)

Las ciudades, los barrios, las plazas como espacios públicos tienen su propia historia, sometidas a la apropiación y disfrute de quienes las transitan, utilizan o viven en ellas. Un ejemplo es la Plaza Miserere, la popular Plaza Once, que durante las primeras etapas de organización del movimiento obrero congregó muchos de sus actos, reuniones y protestas. Esta plaza fue escenario el 21 de diciembre de 1935 de uno de los actos más importantes de la década, se calcula que reunió 100 mil personas en solidaridad con los obreros de la construcción, “debemos dar la impresión al Pulpo Capitalista que estamos firmemente unidos y prestos a la defensa”, agitaba la convocatoria en apoyo a una de las huelgas más combativas en una larga historia de luchas obreras en el país.

Y sobre esta huelga ¿Qué se puede leer?, un clásico: La estrategia de la clase obrera.1936 [1], del historiador e investigador Nicolás Iñigo Carrera. El autor reconstruye minucioso los días más importantes de la huelga y nos sumerge en lo cotidiano de la vida obrera en la ciudad de Buenos Aires, ya relativamente urbanizada, y sus alrededores. Seleccionamos algunos registros de esta interesante labor.

Estructura económica y mundo obrero

La huelga fue un punto de inflexión en un proceso de luchas previas en el que la clase obrera comenzaba a tensionar sus fuerzas desde mediados de los 30. Eran los años del régimen fraudulento de la “Concordancia” encabezado por el general Agustín P. Justo, un dato a tener en cuenta ya que era sabido que el enfrentamiento con el gobierno auguraba para los trabajadores represión, persecución y no pocas veces la cárcel. El país, centrado hasta entonces en torno al modelo agroexportador, había sufrido el embate de la crisis del mercado mundial de 1929 y replanteado, en parte, el destino de sus divisas a la actividad manufacturera.

El libro ofrece un análisis detallado de las condiciones del sector de la construcción, una de aquellas ramas en expansión (capítulos 4 y 5). Muchos de los edificios más conocidos de la ciudad de Bs. As. son del período, como el Ministerio de Obras Públicas, la Academia Nacional de Medicina, la Facultad de Agronomía y Veterinaria, de Medicina, el Ministerio de Hacienda y de Guerra. También los puentes Avellaneda, Uriburu y de la Noria sobre el Riachuelo, el Mercado del Abasto, el estadio de Boca Juniors, el entubamiento del arroyo Maldonado o la remodelación de avenidas como la 9 de Julio.

Esta política de inversiones públicas atrajo contingentes de mano de obra. Se implementaron nuevas técnicas en la industrialización de los procesos de trabajo, anticipando cierta pérdida del oficio, basadas en la explotación intensiva, con jornadas de 9 a 11 hs, sin descanso. Además se renuevan los recursos empleados, “el reemplazo del hierro por el hormigón armado como material estructural” (p. 80), innovaciones de origen alemán, cuyas empresas fueron las más beneficiadas, en un cuadro de concentración en esta rama de capitales extranjeros. Hay que mencionar que si bien los trabajadores de la construcción no tenían el poder de fuego de los ferroviarios o portuarios de la década previa, la radicalidad, combatividad y el respaldo popular que conquistaron en la huelga afectaron los intereses de estas empresas imperialistas y pusieron en alerta al régimen. Veamos.

La huelga

La huelga comenzó el 23 de octubre de 1935 y se extendió hasta el 23 enero de 1936, cuando las principales demandas obreras fueron aceptadas por las empresas, luego de la intervención del poder político pues era claro que el gobierno había leído en la huelga una advertencia a toda la clase capitalista. El motor del conflicto, encabezado por la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción (FOSC) de reciente creación, dirigida mayoritariamente por el Partido Comunista, era el reconocimiento del sindicato (por rama de actividad, que luego del conflicto llegó a tener 30 mil afiliados), la mejora salarial y de las condiciones laborales (el libro reproduce el pliego completo, pp. 139, 140 y 141).

Iñigo Carrera dedica buena parte del libro a dar cuenta del terreno donde se despliega la huelga, el estado de ánimo, su preparación y organización, el cotidiano sindical y político. En los capítulos 13 y 14 analiza las diferentes organizaciones sindicales y políticas que actuaron en el movimiento. Se percibe el declive definitivo de la FORA, la antigua central anarquista que resistía la organización sindical por rama y el reconocimiento del Estado como interlocutor.

A través de las páginas podemos imaginarnos a los miles de obreros reunidos en mítines y asambleas resolviendo el camino y los pasos a seguir, aglomerados en Plaza Once o el estadio Luna Park. Varios fueron los engranajes que permitieron la extensión en el tiempo, la amplitud y la solidaridad de clase con la huelga. El primero, la creación del Comité de Huelga desde el día cero, que publicaba un Boletín informativo, respaldado en los comités por empresa y la organización en los barrios.

Lo que comienza siendo un paro del sindicato de Albañiles, Cemento Armado y Anexos, el 15 de noviembre se extiende a los trabajadores de toda la rama, votado en una asamblea que desbordó el Luna Park y a la que se plegaron según la FOSC aproximadamente 60 mil trabajadores. El segundo engranaje fue el Comité de Defensa y Solidaridad, creado el 7 de diciembre, que reunió a numerosos sindicatos (68 organizaciones de primer y segundo grado, asalariados de la industria y comercio, de la Capital y algunas federaciones del Gran Bs As y de La Plata), de la que participaron dirigentes como Mateo Fossa, designado su secretario general, que buscó ampliar el respaldo y el apoyo entre los trabajadores a las medidas adoptadas, “su triunfo significa el triunfo de todos. Su derrota es nuestra ruina. ¡Arriba los corazones proletarios!” (p. 170), declaraba la circular enviada a los sindicatos. Recauda donaciones de numerosos sindicatos, como los telefónicos, la Unión de Tranviarios, panaderos, del calzado, estibadores, empleados de comercio, entre muchos, muchos otros.

El autor se detiene en los enfrentamientos y la huelga general del 7 de enero (capítulo 9), convocada por el Comité de Defensa y Solidaridad, circunscripta al movimiento reivindicativo de los sindicatos de la construcción y entendida como una lucha de conjunto de la clase obrera. En la circular se escribía, “el paro no puede ser una simple declaración hecha por arriba, debe ser cosa sentida y preparada en las entrañas mismas de la clase trabajadora, en las fábricas, en los talleres, en las estaciones, en los sindicatos, en los barcos, en todas partes (...) para que cada obrero la sienta como una cosa propia.” (p. 174) La huelga se prolongó un día más exigiendo la libertad de los principales dirigentes, en un marco de miles de detenidos. Las centrales de la época, la “CGT Independencia” y la “CGT Catamarca” no participaron del llamado a la huelga general, apoyaron el conflicto en forma pasiva, expresando su solidaridad con los huelguistas.

En las calles se tensionaron las fuerzas en choque y la clase obrera organizada fue adquiriendo un papel dirigente entre los diferentes sectores agraviados de aquella época. Los trabajadores, jóvenes y sus familias se adueñan de una parte de la ciudad, piquetes en las empresas y en los barrios, buscando ganar la adhesión popular ante la campaña intimidatoria de la patronal con brigadas de matones, rompehuelgas y la Legión Cívica, reproduciendo imágenes que recordaban la Semana Trágica de 1919. Hubo muertos obreros y policiales, clausura de locales y comercios, persecuciones, en una ciudad que finalizó casi militarizada, con el Ejército y la Marina acuarteladas.

Con ostensible conocimiento del tema, el autor da cuenta cómo la sociabilidad de los barrios obreros aportó lo suyo, organizando lo que surgía espontáneamente y no tanto, para que la huelga triunfara. Iñigo Carrera cuenta que se distribuyeron millares de volantes editados por el Comité de Defensa y Solidaridad, por todos los rincones de la ciudad, especialmente en los barrios de Saavedra, Villa Crespo, Paternal, Boedo, Villa Devoto, Villa Urquiza, Chacarita, Parque Patricios, La Boca, Nueva Pompeya, Villa Devoto.

La solidaridad popular que despertó la lucha fue otra de las claves del triunfo. Las mujeres una vez más, aunque en el imaginario de las luchas obreras sigan ausentes, se involucraron en distintas tareas, como la organización de los comedores populares, indispensables para que la huelga no se fuera desgastando a lo largo de esos tres meses. Así lo relata uno de sus protagonistas, “los comedores jugaron un gran papel porque ayudaron a la alimentación para que el obrero no se sintiese golpeado por ver el hambre en su casa. Si volvés y tus hijos están sin comer… Pero sí vos que has recibido la solidaridad, es distinto, compromete más con la lucha” (p. 155). El autor cuenta cómo la Unión de Obreros Municipales ofreció su campo de deportes para que los hijos de los huelguistas se fueran de vacaciones en pleno receso escolar; los restaurantes y comercios donaron víveres, alimentos, juguetes. Una muestra ya en ese entonces de que las organizaciones obreras necesitan tejer alianzas con otros actores y organizaciones populares, incluso como fuerza moral.

La huelga resistía. Los días posteriores, fracasados los intentos por reclutar rompehuelgas y rechazados los salarios ofrecidos a mediados de enero, el Departamento Nacional del Trabajo y el Ministro de Interior Leopoldo Melo, intervienen directa, activa y personalmente. La escena se repetiría cuando el presidente Justo se dirigió a las empresas para señalar “la conveniencia de solucionar el conflicto”. (p 164) El final ya lo anticipamos.

El balance de la huelga es un aspecto polémico del libro. Más allá de considerar el logro de las demandas económicas y organizativas, el autor señala que al elevarse al terreno político, en particular en los sucesos del 7 y 8 de enero, la clase obrera creaba las condiciones para incorporarse al régimen del que estaba excluida y postularse como dirigente en la alianza que comienza a gestarse y emerge en la realización del 1° de Mayo de 1936, acto y movilización que contó con la adhesión no solo del Partido Comunista y el Partido Socialista sino del Radical y Demócrata Progresista. Si es por las acciones desarrolladas en aquellas jornadas huelguistas, que contaron con gran apoyo popular e incluyeron enfrentamientos militares, medidas de autodefensa y elementos insurreccionales, más que un sentido institucional lo que señalaban era una tendencia a su ruptura. Lo que el autor parece amalgamar es la dinámica anticapitalista que tenía la huelga, que convertía a la clase obrera en un factor político, con sus propios métodos, con la apropiación que de ella hicieron los partidos que actuaron en el conflicto, en primer lugar el PC que tuvo un peso decisivo.

Lo que Iñigo Carrera evalúa como el “triunfo” de una estrategia obrera, un objetivo implícito más allá de las reivindicaciones de la lucha, podría definirse como una “expropiación”. La dinámica de clase y el sentido anticapitalista desplegado durante el conflicto fueron reconducidos, en el terreno político, hacia una orientación de conciliación de clases, de colaboración con las burguesías “democráticas y progresistas”, de moda en aquella época en las filas del Partido Comunista y la Internacional stalinista.

Hay otras consideraciones de orden metodológico que se disponen al debate respecto a cómo se constituyen las clases sociales, cuál es la relación que se establece entre la lucha económica, la huelga general y política, de un libro que convoca a conocer en profundidad este momento de la historia obrera, discutir sus lecciones y pensar el futuro porque como ya lo dijo otro historiador, las batallas por el pasado son armas del presente vestidas con el traje de cada época. (LID) Por Liliana O. Caló.

Fotomontaje | Ana Laura Caruso

[1] Nicolás Iñigo Carrera, La estrategia de la clase obrera.1936, Imago Mundi, Bs. As, 2012.

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