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El salteño-peronismo de don Robustiano

El problema es que no dejaron claro qué es para ellos el peronismo salteño y que de aquellas líneas sin alma, sin sangre y sin memoria podría concluirse que sólo es la resurrección del viejo y rancio conservadurismo de don Robustiano Patrón Costas.

12 de marzo

Y podría concluirse también que no es cierto que el partido conservador del fundador del ingenio San Martín del Tabacal haya desaparecido alguna vez del mapa político: sólo adoptó otro nombre de fantasía, el de «Partido Justicialista de Salta», por lo menos desde 1983 en adelante.

Porque si hace un siglo don Robustiano invocaba el federalismo para defender la extracción de petróleo en la provincia por parte de la norteamericana Standard Oil y oponerse a la empresa estatal YPF, desde hace unos años la dirigencia peronista local invoca los intereses salteños y agita el fantasma del centralismo -sobre todo en tiempos kirchneristas- para poner la Puna en bandeja a las empresas mineras y a resguardo de cualquier intervención estatal.

Hay que reconocerle a don Robustiano que haya sido el primero en darse cuenta que la dirigencia política salteña debía abandonar las poses afrancesadas de comienzos del siglo XX y convertirse en abanderados de la identidad local: en poco tiempo renegó del coqueto estilo francés con el que había construido el céntrico edificio del Club 20 de Febrero y mandó construir sus mansiones con el recién inventado estilo neocolonial, que comenzó a imponerse como sinónimo de salteño.

Si alguien lee a un arquitecto tan reconocido y moderado como lo fue Roque Gómez, puede darse cuenta que esa Salta neocolonial era la Salta donde la política se dejaba en manos de unos pocos -como soñaban y siguen soñando los conservadores- porque el resto, es decir la plebe, sólo debía cuidarse de caer en manos de los demagogos o de los centralismos porteños.

Para estos conservadores esas diferencias sociales y políticas eran, son, parte de la identidad salteña, de la que debería hacerse culto tanto como a esa Salta ideal donde todos nos llamamos hermanos, somos gauchos, vamos a la procesión y exhibimos para febrero en Cafayate nuestra amor al canto folklórico.

Nada más que el salteñismo que, desde 1983 en adelante se ha ido agigantando con cada gobierno peronista salteño, no viene de esta tierra. En sus estudios sobre neo colonialismo, Gómez ironizaba que el pulcro traje de Los Chalchaleros en realidad era una copia de un traje que hacía años Hollywood le había inventado a Carlos Gardel. Es posible también que el culto a la identidad salteña haya sido un invento de los dólares norteamericanos en tiempos de Robustiano.

Porque a mayor salteñismo, menor intervención estatal. Lo sabían muy bien los dólares en tiempos del conservador, y ahora también lo saben los yuanes.

En estas últimas décadas, el salteñismo ha transformado a los peronistas salteños en «salteño-peronistas».

El salteño peronista ya no defiende -si alguna vez lo hizo- los derechos de quienes trabajan en la Puna ni lucha para que tengan mayor participación de las siderales ganancias mineras, pero hay que ver cómo se preocupa por promover la salteñidad al palo: ahí tenemos a un gobernador subido al escenario de un festival folklórico y proclamando a los cuatro vientos que aquello representa Salta, como si el destino glorioso sus habitantes fuera el de amanecerse cantando zambas.

El salteño peronista es muy consecuente cuando lanza sus dardos contra el «camporismo»: para ellos el modelo de juventud es el festivalero, no el que piensa sus relaciones con el mundo en términos de sociedad y de política. Debería bastarles, razona, vestir el poncho y entonar las canciones del Chaqueño. ¿A qué pensar que en la Salta en la que vive hay poderosos que explotan e imponen sus reglas y soñar que con la política podrían hacer algo para al menos morigerarlo?

El salteño peronista se llevó muy bien con el Juan Carlos Romero -gobernador y presidente del PJ salteño- que promovía en costosísimas campañas «el orgullo de haber nacido en nuestra tierra» mientras él mismo se quedaba con las mejores tierras de la capital para convertirlas en un country de lujo.

Y qué decir de Juan Manuel Urtubey, otro gran salteño peronista, que cada 17 de junio se disfrazaba de Güemes en la versión más refinada y oligárquica que nos dejó Bernardo Frías y terminó coqueteando con el PRO y la más rancia derecha porteña en su fiesta de casamiento, que exhibió sin pudor desde la residencia oficial de Finca Las Costas, a ver si así escalaban sus aspiraciones presidenciales.

Por supuesto que al salteño peronista le encantó que Gustavo Sáenz bautizara con el nombre de «Juan Carlos Saravia» al Teatro Provincial, y no «Cuchi Leguizamón», que había creado una música maravillosa pero, ya sabemos, no acostumbraba vestir pulcrísima vestimenta gaucha ni cantaba que la plaza 9 de Julio, sus recovas y su catedral eran «el alma de mi Salta».

Era de cajón que el único gobernador peronista salteño de origen obrero iba a ser desterrado al olvido por el salteño peronismo. Así, «Carlos Xamena» hoy sólo es el nombre un balneario municipal, no la evocación de un luchador social, que encima tuvo que contar, allá por los años 50, con el respaldo de una mujer -se llamaba Eva- que había llegado en tren desde Buenos Aires y se atrevió a desairar a los conservadores que desde muy temprano habían empezado a disfrazarse de peronistas.

Y qué decir de Miguel Ragone aquel justicialista que cuando gobernador entendió que antes de darle la mano a los socios del club 20 de Febrero debía pasarse días en el norte salteño conociendo lo que es vivir en la marginación y que además quiso abrirle las puertas a unos jóvenes que usaban términos inaceptables para el salteñismo, como «oligarquía» y «liberación».

Ahora que se han cumplido 49 años de su secuestro, la desaparición de Ragone no deja de ser clave para entender el «salteño peronismo» de hoy.

Pues el crimen impidió las elecciones internas del PJ que se iban celebrar tres días más tarde -en las que Ragone se postulaba como candidato a presidente-, y así le dio un golpe mortal a la democracia interna del partido.

También antecedió la larga noche de la dictadura a cuyo término un empresario, Roberto Romero, golpeó las puertas de la sede local de PJ, logró afiliarse y, casi en simultáneo, ser candidato a gobernador por el peronismo salteño.

De esa manera don Roberto inauguró este largo ciclo del salteño peronismo, que termina ahora con diputados nacionales elegidos para enfrentar el modelo anarco libertario de Milei, pero levantando la mano para aprobarle todas las leyes con las se entrega a la patria. En nombre de la salteñidad, claro.

No, qué va a ser un sello de goma el salteño peronismo. Por Andrés Gauffin

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