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De domesticados y domesticables: la rebeldía es de izquierda

El tiempo es voraz: corroe hechos y protagonistas con furiosa tensión. Parece una década, pero febrero de 2021 está solo ochos meses atrás. En ese entonces, Pablo Stefanoni nos convidaba a problematizar si la rebeldía se había vuelto de derecha. Pisando el fin de año, la tentación es ensayar respuestas.

8 de octubre de 2021

Atendiendo al mapa nacional, la presencia de esa derecha rabiosa se tornó aún más evidente en las PASO. El “fenómeno Milei” -construido desde la gran corporación mediática y en las redes sociales- encontró lugar en las urnas. Los cien barrios porteños casi no puntearon diferencias al momento de votar al hombre que considera el derecho al aborto “un atentado contra la libertad”.

Su rebeldía, sin embargo, parece cada día más vacua. Parafraseando a Milcíades Peña cuando hablaba del radicalismo yrigoyenista, su “viva la libertad, carajo” podría ser catalogado como un inmenso cero que dice todo y no dice nada. Un grito histriónico que -movimiento agitado de brazos mediante- atrae malestares diversos.

Pero la política es más que relato. Si repasamos la última semana, el silencio atronador de Milei sobre el escándalo de los Pandora Papers habla alto de sus límites. Su “rebeldía” no tiene el suficiente grado de radicalidad para poner en debate la evasión fiscal y la fuga de cientos de millones de dólares a paraísos fiscales, sea protagonizada por la casta o por el gran empresariado.

También en el obtuso mundo de las soluciones liberales, la reforma laboral es presentada como salida a la crisis del empleo que acosa a millones. El ataque, resistido de manera retórica por el oficialismo, encuentra atajos parciales en determinadas regiones de la clase obrera. Ramas y sectores sufren la ofensiva patronal para implementar una mayor flexibilización de las condiciones laborales. La conducción peronista de los sindicatos, opositora en palabras, despliega complicidad en los hechos.

Anotemos, en la primera línea, la intervención de José Luis Espert este jueves por la noche en C5N. Allí, luego de los graznidos en demanda de una reforma laboral, especificó un aval hacia la descentralización en la negociación de los convenios colectivos de trabajo. Subtitulado al criollo, una fragmentación aun mayor del colectivo obrero, dejando librados a su suerte a trabajadores y trabajadoras de las empresas más chicas. Un empoderamiento del pequeño y mediano empresario en detrimento de las condiciones de trabajo. Un pasaje liso y llano a una mayor precarización laboral.

Lo curioso, si se admite el término, es que la propuesta se hace en nombre de…reducir esa precarización laboral.

¿Frenar un envenenamiento con más veneno?

¿Y la lucha contra la casta?
Patricia Bullrich logró su primer cargo en política en 1993. Hace 28 años. Electa diputada nacional, tuvo -como Alberto Fernández o Cristina Kirchner- su fase menemista. Recaló durante un tiempo en el Gobierno bonaerense de Eduardo Duhalde, el hombre que simbolizó por mucho tiempo el cacicazgo territorial del peronismo.

Activa partícipe de la casta política y Frepaso de por medio, se sumó al Gobierno del radical Fernando de la Rúa, aquel que dejó decenas de muertos en nombre de un ajuste salvaje. “La piba” fue, sucesivamente, secretaría de Política Criminal y Asuntos Penitenciarios; ministra de Trabajo y de Seguridad Social. Su pasó por la cartera laboral entregó el recuerdo imborrable de un salto geométrico en el desempleo, que escaló cerca de diez puntos porcentuales en poco más de un año.

Desde 2007 volvió a ser diputada nacional, por largos 8 años, donde compartió alianzas y peleas con Carrió, otra eterna protagonista de los cargos públicos. Terminó recalando, apenas finalizado su último mandato, en el Poder Ejecutivo como ministra de Seguridad de Macri.

Menemista, duhaldista, radical, macrista. Las tres décadas que Patricia Bullrich lleva en cargos del Estado carecen de importancia para Javier Milei. El auto celebrado campeón de “la lucha contra la casta política” la abraza y habla de alianzas y acuerdos. Esos elogios recurrentes acompañan absurdas acusaciones de “izquierdista” contra figuras como Larreta o Vidal.

Los aplausos y las felicitaciones mutuas hablan de una dinámica política más profunda. Hijo de un voto derechista radicalizado -que rastrea origen en el macrismo y el frentetodismo- el “fenómeno Milei” puede terminar retornando a la cuna de la derecha tradicional, de la mano de Bullrich y el ala dura del PRO. La política internacional conoce ejemplos de esos recorridos sinuosos.

Así lo charlamos, hace poco, con Sergio Morresi, quien no ve descartable un escenario de convivencia en el Congreso, donde “se peleen un poco, pero terminen convergiendo. En un punto, Juntos por el Cambio reabsorbiendo a estos sectores”.

¿Milei se prepara para entrar en su proceso de domesticación? Demasiado temprano para responder a esa pregunta. No para aquella que abre esta columna: la rebeldía, indudablemente, no es de derecha.

Progresismo domesticado
Volvamos a Stefanoni.

“En las últimas décadas, en la medida en que se volvió defensiva y se abroqueló en la normalidad de lo políticamente correcto, la izquierda, sobre todo en su versión ‘progresista’, fue quedado dislocada en gran medida de la imagen histórica de la rebeldía, la desobediencia y transgresión que expresaba” [1].

A nivel latinoamericano, la izquierda progresista fue, en sus propias palabras, la "izquierda posible". Desde el pretendido marco del realismo político, durante un largo ciclo el progresismo atacó a la izquierda obrera y socialista por un supuesto utopismo en sus propuestas.

Ese relato acompañó la creciente naturalización del poder de los grandes monopolios, la capitulación real y simbólica ante bancos, grandes patronales rurales, petroleras y privatizadas, entre otras. La “batalla cultural” quedó reducida, muchas veces, a impotentes chispazos contra la gran corporación mediática [2].

En ese sentido, el progresismo se tornó abanderado del statu quo. Graficando esa mirada, en la semana que pasó, el periodista Iván Schargrodsky definió como “los límites de la realidad” a la actuación política del Gobierno nacional. En nombre de supuestas imposibilidades, celebró la avanzada precarizadora de Toyota sobre los trabajadores mecánicos. La medida -activamente respaldada por la conducción peronista del Smata- implica mayores ritmos de trabajo y menos derechos al colectivo obrero de esa multinacional. Rudimentos de reforma laboral, a gusto de Macri, Larreta y…Espert.

Pero esos límites no son el resultado natural de una correlación de fuerzas objetiva. Son, por el contrario, fruto de la negativa a combatir por parte del poder gobernante. De su sujeción a los intereses del gran capital, aunque se despliegue bajo retórica progresista. La dislocación que describe Stefanoni es un resultado histórico: necesaria conclusión de la adaptación a un Estado burgués que, en las últimas décadas, no hizo sino acrecentar su subordinación al gran poder económico.

La derecha continental encontró ahí, en esa ubicación, un nutriente necesario. Una puerta de entrada directa al poder político. ¿Cómo explicar la avanzada golpista en Brasil sin el ajuste que Dilma propuso implementar en su segundo mandato? ¿Cómo sin centrar la mirada en los múltiples acuerdos entre el PT y la derecha de aquel país, que incluyeron -nada más y nada menos- ubicar a Michel Temer en la vicepresidencia? ¿Cómo hablar de Macri sin hablar de Scioli? ¿Cómo hacerlo sin aquella devaluación que, a inicios de 2014, sacudió los bolsillos de millones de asalariados y jubilados?

Bajemos a la coyuntura. Miremos el escenario: la domesticación del progresismo se hace patente en el nuevo gabinete. El poder real de gobernadores feudales, intendentes y dirigentes sindicales eternamente burocratizados asiste en ayuda del poder formal. Juan Manzur, casi portando la banda presidencial, decide los caminos de la gestión estatal. El éxito que eso tenga en las urnas es, por ahora, pura especulación.

Rebeldía de izquierda

Gabriela y Moisés tienen 28 años. Su voz es la del trabajo precario y, también, la de la lucha contra el trabajo precario; de la falta de vivienda y de la pelea por tierra y vivienda. La bronca y la rebeldía. La lucha, no la resignación. Si no los vieron, no pierdan el tiempo: les jóvenes candidates del Frente de Izquierda Unidad pasaron por Fuego Amigo y discutieron muy bien sobre las mentiras de la reforma laboral.

En el inicio de ¿La Rebeldía se volvió de derecha?, haciéndonos recordar una magistral actuación de Joaquin Phoenix, Stefanoni afirmaba que “Joker es la expresión de la dificultad radical con la que nos enfrentamos hoy para dar cuenta de la orientación política y cultural de la rebeldía”.

Mirando el mapa local -y ojeando el internacional- podemos concluir: la rebeldía no es derecha. Tampoco progresista. Parece que deberá entonces ser de izquierda.

La buena elección del Frente de Izquierda Unidad en las PASO es inseparable de la rebeldía que viene brotando desde abajo. De los cientos de conflictos y reclamos que -aún en las ásperas condiciones de la pandemia- han cruzado la geografía nacional. Desde el Puente Pueyrredón a los viñedos mendocinos; desde las heladas rutas neuquinas al sol abrasante de los limoneros tucumanos. Conflictos en donde los y las principales referentes del FITU dieron presente siempre, no solo en tiempos de urnas.

Potenciar esa rebeldía es imperioso, urgente. La pelea por fortalecer al Frente de Izquierda Unidad, ubicado hoy como tercera fuerza nacional tras las PASO, constituye un camino ineludible hacia allí. Se trata de un combate para que las ideas de transformación social revolucionaria se desplieguen y tomen cuerpo en cada vez más y más trabajadores, mujeres y jóvenes. Lleguen a cada barriada y ciudad. A cada lugar de trabajo y estudio. A cada estación de tren o parada de colectivo.

La conquista de nuevas bancas en el Congreso de la Nación para la izquierda es parte de la gran tarea para fortalecer las trincheras de lucha de les explotades y oprimides de todo el país.

Hagamos que, cada vez más, la rebeldía sea de izquierda. (LID) Por Eduardo Castilla

[1] ¿La rebeldía se volvió de derecha?, p. 15

[2] Parte de esto lo debatimos hace poco, cuando problematizamos acerca de la espera beckettiana por una radicalización del kirchnerismo que lejos está de llegar.

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Diario de la criminalización de la protesta social en Salta - Marco Diaz Muñoz

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