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Cristina y el peronismo: una carta, tres certezas y tres omisiones

Juan Domingo Perón supo hacer de la plasticidad de las definiciones un arte. Una suerte de orfebrería fina que le permitía elogiar o condenar a los propios según le fuera necesario. “Traidores” y “leales” caminaban -siempre- sobre el filo de una delgada cornisa. El movimiento heredó esa mecánica discursiva. Con talento o sin, sus dirigentes supieron repartir bendiciones y críticas a la misma gente, midiendo la coyuntura política. Pragmatismo de acero inoxidable.

27 de octubre de 2020

Tal vez atendiendo a esa vara podría leerse la carta publicada este lunes por Cristina Kirchner. La pregunta, obligada, es hasta dónde la misiva pública resulta un apoyo a Alberto Fernández y hasta dónde una crítica. ¿Dónde empieza la unidad y dónde la diferenciación? El límite es demasiado borroso, casi nulo podría aventurarse.

La peculiar construcción del texto ubica a la vicepresidenta en un lugar de constante distanciamiento. Recordando su decisión de elegir a Alberto Fernández para encabezar la fórmula presidencial, se presenta a sí misma como una voz racional en el peronismo. Aquella que supo ignorar las minucias (las formas y los modos) a las que atendía el resto de la coalición hoy gobernante en los años de gestión macrista.

Al recordar esa suerte de “renunciamiento”, CFK rememora el lugar que ocupaba el actual presidente como “un duro crítico de mi gestión”. Sin embargo, a la hora de aquella elección, recuerda haber mensurado “su contacto permanente con los medios de comunicación cualquiera fuera la orientación de los mismos”. Otra forma de presentarlo, una vez más, como un amigo de Clarín.

Volviendo al presente, la primera certeza de la vicepresidenta señala que “sus modos y las formas” nunca fueron la razón de los ataques contra el peronismo en el poder. El antiperonismo del gran capital y esa predilección por la CEOcracia macrista le resultan “inentendibles”. La titular del Senado ofrece recuerdos gratos, aquellos del tiempo en que “se la llevaban en pala”. Un recordatorio -impotente con seguridad- de que el peronismo puede ser, si es preciso, el instrumento dilecto del poder patronal. Volveremos a esto más abajo.

En esa delgada línea que separa el apoyo de la crítica, la segunda certeza afirma que “en la Argentina el que decide es el Presidente. Puede gustarte o no lo que decida, pero el que decide es él. Que nadie te quiera convencer de lo contrario”. Entre los pliegues del lenguaje y la retórica, la vicepresidenta elude responsabilidades y decisiones.

En el mismo registro, renglones más arriba, puede leerse acerca de la existencia de “funcionarios o funcionarias que no funcionan” y de “aciertos o desaciertos” en la gestión presidencial.

Mirando el horizonte de creciente crisis social y política, Cristina Kirchner elige la diferenciación política. La carta funciona como una reivindicación de su propia figura, en tanto presidenta y en tanto articuladora política. El texto viene a ser una medida para preservar su imagen política en un marco signado por el desgaste de la figura presidencial.

Tres omisiones

El relato político de la vicepresidenta, amén de las tensiones que vuelve a evidenciar al interior del Frente de Todos, repasa la historia de manera recortada. Omite fragmentos necesarios para entender el devenir de los acontecimientos, así como la dinámica de los procesos políticos actuales.

La decisión de “construir un frente político con quienes no sólo criticaron duramente nuestros años de gestión sino que hasta prometieron cárcel a los kirchneristas” contra Macri silencia que una porción sustancial de ese peronismo fue garante del ajuste macrista. Un conocido escritor, ex funcionario y operador todoterreno los bautizó con una definición cristalina: “dadores voluntarios de gobernabilidad”.

El ajuste -persistente y permanente- llevado a cabo por el Gobierno de Macri hubiera sido imposible sin el aval explícito de los gobernadores, mayoría del palo pejotista. Inalcanzable sin las numerosas leyes votadas por el peronismo en ambas cámaras parlamentarias, donde Cambiemos era minoría. Inviable sin la pasividad escabrosa de las centrales sindicales -de todo tipo y color- ante los ataques al nivel de vida de las mayorías populares. He aquí la primera omisión cristinista.

La tercera certeza de la vicepresidenta endereza el camino de la economía. Entre otras cosas, Cristina Kirchner señala que “el problema de la economía bimonetaria no es ideológico (…) Todos los gobiernos nos hemos topado con él (…) es un problema estructural de la economía argentina”.

Aquí podemos hallar otra omisión. Si el problema es “de todos los gobiernos” no es de ninguno. Pero la escasez relativa de dólares no surge de la nada. Es una consecuencia, entre otros factores, de la dependencia y el atraso de la economía nacional, de la penetración del capital extranjero y su dominación sobre las ramas centrales de la economía nacional, de los reiterados ciclos de endeudamiento del país.

El peronismo no es ajeno a estas causas. Los años menemistas -en los que la actual dupla presidencial participó activamente- se encargaron de perpetuar y profundizar la obra de la dictadura genocida. Aquella dinámica de entrega al gran capital imperialista, de privatizaciones y extranjerización de la economía. De prolongación del atraso nacional y primarización de la economía.

Aquellas transformaciones económicas y sociales regresivas hallaron expresión jurídica en la Reforma constitucional de 1994. Nacida del Pacto de Olivos, vino a confirmar la unidad política de radicales y peronistas en interés del gran capital imperialista. No viene mal recordar que Cristina y Néstor Kirchner fueron partícipes necesarios de la Convención Constituyente que habilitó prolongar el menemismo y la regresión nacional.

Los años kirchneristas dejaron intacta aquella construcción social y económica. La extranjerización de la economía y el atraso nacional persistieron. La restricción externa no haría más que acentuarse cuando el país dejara de gozar de las ventajas del súper-ciclo de las commodities. El macrismo, vehículo expreso del capital financiero internacional, vino a acentuar esas tendencias.

Hacia el final del texto, Cristina Kirchner escribe que “el problema de la economía bimonetaria (…) es de imposible solución sin un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales de la República Argentina”.

Aquí puede encontrarse la tercera omisión de la carta. Cualquier “acuerdo” con el gran capital implica profundizar el ajuste sobre las condiciones de vida de las mayorías populares. El gran empresariado que propone avanzar en una mayor devaluación y en la mayor precarización de la clase trabajadora no puede sostener un “pacto” que no privilegie sus intereses. La historia nacional está ahí para recordarlo.

Pero, además, ese eventual acuerdo resulta de difícil realización. En las actuales condiciones críticas de la economía mundial, el encono empresario contra CFK resulta del rechazo a cualquier medida demagógica -por mínima que sea- que amenace afectar sus intereses. El recuerdo de medidas como la Resolución 125 o la estatización de las AFJP sobrevuela la memoria empresaria.

Pero la voluntad política de Cristina Kirchner parece muy lejana a eso. Su vocación, expresada en la carta, es presentarse como una garante de las ganancias capitalistas. Su llamado a un acuerdo nacional, más allá de los resultados que obtenga, evidencia el interés en pactar con quienes hunden al país en el atraso y la decadencia. (LID) Por Eduardo Castilla

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