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Claves económicas del triunfo de Cambiemos y del ajuste poselectoral

El oficialismo aceitó su triunfo electoral aplicando medidas heréticas al manual de ideología neoliberal que guía sus fines estratégicos: cambiar la relación de fuerzas entre las clases sociales en beneficio del gran empresariado.

23 de octubre de 2017| Pablo Anino |

Así llegó al período de la votación con las paritarias impactando favorablemente en el poder de compra del salario. Hacia fin de año ese efecto se diluirá.

No sólo eso, en la comparación de junio de este año con el momento de asunción del macrismo en el Gobierno, en diciembre de 2015, el salario real se encuentra alrededor de 6 % debajo. Pero en el mientras tanto se generó una contingente tregua en el consumo del pueblo trabajador.

Los descuentos del Banco Provincia para las compras en supermercados, los préstamos para los beneficiarios de la Anses y los créditos personales que “generosamente” ofrecieron tanto la banca privada como la pública también permitieron que el consumo se reponga moderadamente del derrumbe de 2016. Como dice el dicho popular, es pan para hoy y hambre para mañana.

En la política de empleo el oficialismo optó por detener la ofensiva para calmar las aguas electorales. Luego de la gran batalla brindada por las obreras y obreros de PepsiCo, el macrismo buscó evitar nuevas imágenes de resistencia e, incluso, postergó el anuncio de la reforma laboral.

La obra pública que reactivó la generación de puestos de trabajo en la construcción, la precarización laboral y el empleo público contuvieron el crecimiento de la desocupación del primer año del Gobierno. Allí influyó la “mano visible” del Estado.

No obstante, los motores de la “mano invisible” de la actividad privada siguen sin arrancar: una muestra es lo que ocurre en la industria manufacturera que lleva perdidos 60 mil puestos de trabajo desde que empezó la “revolución de la alegría”.

El macrismo festejó los tímidos brotes verdes de la economía como si se tratara de un nuevo ciclo de crecimiento apoyado en nuevas bases productivas que no es tal.

No es cierto que lo “peor ya pasó”. La actividad, aunque en la comparación con el momento de mayor recesión del año pasado muestra números positivos, aun no recobró los niveles de 2015.

Desequilibrios estructurales
En el último Coloquio de Idea el gran empresariado y los funcionarios se exhibieron eufóricos frente a las perspectivas electorales de Cambiemos.

Ese clima triunfalista envolvió hasta a la dócil burocracia sindical que sin disimulo, como lo expresó Antonio Caló, se ofreció a colaborar en bajar los “costos laborales”.

Lejos del relato macrista de que se iniciaron “veinte años de crecimiento ininterrumpido”, todas las iniciativas que permitieron cierta reactivación económica se lograron en gran parte comprando tiempo a través de la escalada del endeudamiento externo.

El capital financiero internacional que banca al Gobierno no lo hace por filantropía. Y reclama una nueva ofensiva ajustadora. Un reordenamiento más profundo también es reclamado por el empresariado local.

Es que en términos macroeconómicos el oficialismo agudizó muchos de los desequilibrios prexistentes a su Gobierno.

Además de la escalada de deuda externa y la veloz fuga de capitales, que en otros momentos históricos condujeron a crisis agudas, el déficit comercial enciende alarmas en tanto no hay fuente genuina de dólares para garantizar el repago de la deuda.

El déficit fiscal se agudizó a pesar de la baja en los subsidios a las ganancias de las empresas públicas (y su contraparte en los tarifazos) porque el Gobierno relegó ingresos con la eliminación o baja de retenciones a los agronegocios y mineras, entre otros. La compresión de la actividad económica acentuó la estrechez de ingresos.

El ajuste fiscal adquiere una relevancia central para que la administración pueda pagar los intereses de deuda que trepan por encima del 10 en el presupuesto público.

La inflación se recalentó con una suba en septiembre de 1,9 %. El talibán Federico Sturzenegger debió reconocer días atrás que “está costando bajar la inflación núcleo”. La meta oficial para todo el año, ubicada en una franja entre 12 % y 17 %, fue incumplida en el noveno mes.

El 2017 podría cerrar con una inflación encima del 24 %, similar al último guarismo del kirchnerismo. El Banco Central no logra domar la inflación a pesar que sostuvo elevada la tasa de interés que deleita a los especuladores. Las Lebac que emite la entidad monetaria son una bomba de tiempo.

La inflación y el dólar planchado alimentan un problema adicional: el retraso cambiario, que junto con la rebaja progresiva de retenciones desde enero de 2018, está detrás de la retención de ventas de soja.

¿Gradualismo?
El último jueves el famoso periódico The Economist analizaba las perspectivas que abría un potencial triunfo de Cambiemos en las elecciones para aniquilar el “populismo” latinoamericano y avanzar en las reformas económicas que reclama el "mercado".

El “gradualismo es ahora la religión”, afirmaba Sergio Berensztein al diario británico dando cuenta de los límites que enfrenta el Gobierno en tanto no tendrá las manos libres a falta de mayoría propia en ambas cámaras del Congreso.

The Economist señalaba algunas de las políticas con las que quiere avanzar Macri: reducir costos laborales, flexibilizar las leyes de empleo, cerrar empresas estatales, reducir el sector público, reformar el sistema previsional.

No obstante, alertaba que “Un riesgo mayor, sin embargo, es que el gradualismo de Macri conceda demasiado al peronismo, dejando al estado sin reformar, sus finanzas inestables y la inflación aún demasiado alta”.

Pero el problema no es el peronismo, ni siquiera su variante kirchnerista en el Senado, que le votó las leyes principales de ajuste al macrismo, como el pago a los fondos buitres, el blanqueo de capitales y el Presupuesto 2017.

El macrismo triunfó diciendo que “lo peor ya pasó” y que las reformas serían graduales, en una suerte de reconocimiento de una relación de fuerzas entre las clases sociales.

Fue votado en rechazo al pasado, pero no tiene un cheque en blanco hacia el futuro. No obstante, con el capital político recolectado en las elecciones buscará avanzar en sus fines estratégicos con nuevos tarifazos, las reformas laboral, previsional y tributaria.

La clase trabajadora deberá ejercitar sus músculos para duras batallas. El importante resultado al Frente de Izquierda también es un pronunciamiento en contra de la agenda del capital.

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