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La "operación Menem"

El hecho es significativo en varios sentidos, empezando porque desnuda las imposturas ideológicas de las dos coaliciones políticas burguesas que se disputan hoy el poder en nuestro país.

17 de febrero de 2021

Por el lado del Frente de Todos es la reivindicación de un presidente peronista que aplicó una brutal contrarrevolución económica y social, continuando y profundizando la “obra” neoliberal de la dictadura. Pese a que Menem fue senador durante los gobiernos kirchneristas y actualmente falleció siéndolo por el Frente de Todos, y a que los Kirchner fueron menemistas como casi todo el PJ durante los ’90, el discurso kirchnerista se había construido tratando de capitalizar el clima antineoliberal pos rebelión de diciembre de 2001.

En aquellos días no solo se terminó con el gobierno de la Alianza encabezado por Fernando De la Rúa sino que fue cuestionada en las calles el conjunto de las políticas menemista, que el radical había continuado, con Cavallo expresando hasta físicamente esa continuidad. Las encuestas que daban un 70% de voto contrario a Menem en el balotaje fallido de 2003 reflejaban ese clima “antimenemista” que usufructuó Néstor Kirchner, a pesar de que había llamado al riojano “el mejor presidente de la historia después de Perón” y que Cristina había defendido enfáticamente lo hecho por su gobierno en la Convención Constituyente de 1994, es decir, luego de las privatizaciones, la “flexibilización laboral” generalizada y los indultos a los genocidas.

Que la coalición peronista del Frente de Todos se haga cargo de su presidente neoliberal sincera que el peronismo es una suerte de “significante vacío”, como le dije a Guillermo Moreno (que también salió a reivindicar a Menem) en un debate reciente en Crónica TV.

Es decir, un aparato de poder que puede llenarse con distintas orientaciones, neoliberal con Menem, neo desarrollista-extractivista con los Kirchner (por no hablar de los zig-zags del propio Perón), con tal de sostener la gobernabilidad burguesa. Le dice también a los “dueños del país” que el peronismo puede nuevamente ser “menemismo” si las circunstancias lo requieren y la lucha de clases lo permite.

Para los sectores de izquierda y progresistas que están o apoyan al Frente de Todos esta reivindicación de Menem los deja en offside. El de Menem fue el gobierno de las “relaciones carnales” con Estados Unidos y del envío de dos corbetas a la primera Guerra del Golfo contra Irak. El que privatizó todo (ferrocarriles, luz, gas, agua, Aerolíneas, YPF, SOMISA, jubilaciones…) mediante una estafa mayúscula, donde los bonos de la deuda externa argentina que valían apenas un 15 o 20% de su valor nominal en el mercado, eran tomados al 100% como parte de pago de los consorcios privatizadores.

El que dejó en la calle medio millón de trabajadores del sector público y 200.000 obreros industriales. Quien avanzó en una concentración inédita de la propiedad de la tierra, liquidando a 300.000 pequeños propietarios (muchos de ellos agricultores familiares) en apenas una década e implementando el “modelo sojero” de la mano de Felipe Solá. Que favoreció el avance de la megaminería contaminante. El de la precarización laboral generalizada y de la extranjerización de la economía a manos del capital imperialista.

El de los indultos a los genocidas y el del abrazo con el Almirante Rojas y la alianza con la Ucedé de Álvaro Alsogaray. El que aprobó las leyes anti educativas (Ley Federal de Educación y Ley de Educación Superior) que produjeron un retroceso brutal en la educación pública. El responsable de la masacre de Rio Tercero, producto de tratar de encubrir el contrabando de armas al Ecuador durante la guerra con Perú. Cuando en debates recientes el actual oficialismo sostenía que “los días felices de los trabajadores han sido peronistas” el solo nombre de Menem les producía una incomodidad indisimulable, a la que algunos respondían “fue un traidor” y otros solo con silencio.

Hoy la revalorización de su figura por parte del oficialismo no es un dato menor. Una constatación más que “recuperar lo perdido bajo Macri” no está en los planes del Frente de Todos, como mostró la caída de salarios y jubilaciones en su primer año de gobierno.

A la vez la reivindicación por parte de Macri y otros referentes de Juntos Por el Cambio muestra que para la oposición derechista la bandera “republicana” y “anticorrupción” es mero discurso de ocasión, como ya ha ocurrido durante el propio gobierno macrista. Menem puso una Corte adicta, nombró los jueces “de la servilleta”, hizo aprobar leyes a valijazo limpio e incluso con “dipu truchos”, regaba de sobres con dólares a los funcionarios que “robaban para la corona”. Los servicios de “inteligencia” hacían todo tipo de operaciones ilegales, entre otras el encubrimiento a la conexión local del atentado a la AMIA. Si aplican políticas antiobreras, antipopulares y de entrega nacional, los consideran poco menos que próceres.

Si tenemos en cuenta que los que integraron las dos fórmulas presidenciales en la última elección (Macri y Pichetto, Alberto y Cristina) supieron ser menemistas la reivindicación sin grieta que estamos viendo no extraña. Tampoco la que hacen Espert y Milei, que se dicen “antisistema” pero, como no podía ser de otro modo para quienes defienden la “libertad” de los ricos de hacerse más ricos a costa del pueblo trabajador, están junto a todo el establishment empresarial, político, mediático y de la burocracia sindical festejando los resultados de una política que seguimos padeciendo hasta el día de hoy.

Es que Menem fue la cabeza de todo un régimen, con una oposición burguesa que solo cuestionaba las formas pero no el contenido de su contrarrevolución económica y social, como bien recordó Fernando Rosso en el artículo que publicó en El Dipló. Sí. El “todos fueron menemistas” no es una frase de ocasión, sino la realidad de lo que vivimos respecto del país burgués.

La contracara de la celebración del país burgués fueron la multitud de comentarios recordando lo que había significado el menemismo para cada familia trabajadora. De los que se quedaron sin laburo ellos o sus padres por las privatizaciones o los cierres de fábricas. De los pueblos y ciudades que se volvieron “fantasmas” por estos mismos motivos o porque dejó de llegar el ferrocarril, con las vías férreas reducidas de 35 mil kilómetros a solo 7 mil. De los jubilados empobrecidos. Del “arroz sin queso” como única comida diaria. De comer gato. Del salto en los niveles de marginalidad social para una franja muy importante de la población.

Del contraste entre la miseria que crecía para muchos junto con la opulencia para unos pocos. De las villas esparciéndose al lado de los countries, que se multiplicaban en el Gran Buenos Aires y otras regiones del país expresando a “los que ganaron” en esta década nefasta. La descomposición social creciente, parte inseparable desde entonces del paisaje de las grandes ciudades y sus conurbanos empobrecidos.

Recuerdos también de las rebeliones que caracterizaron esos años. Las grandes luchas contra las privatizaciones, traicionadas por un Saúl Ubaldini que en una Plaza Congreso colmada prometió llamar a la huelga general para enfrentarlas “en el momento oportuno”, que aún hoy estamos esperando. Las revueltas provinciales, con el Santiagueñazo o Santiagazo del 16 de diciembre de 1993 como emblema, cuando el pueblo ya no soportó más ajuste y ocupó la casa de gobierno provincial, la legislatura, los tribunales y las casas de los políticos locales, mientras los “changuitos” hambrientos se bañaban en sus piscinas en medio del calor agobiante.

Los piquetes y cortes de ruta (y las asambleas populares) que desde Cutral Có y Plaza Huincul en 1996 caracterizaron la escena de la lucha de clases nacional, con grandes acciones también en Salta y Jujuy, donde ocho gobernadores cayeron producto de las protestas con los estatales a la cabeza. De las marchas educativas, contra la LFE y la LES, con los estudiantes universitarios rodeando el Congreso para impedir las sesiones en el caso de esta última hasta la entregada de los radicales de esta lucha que terminó con miles apedreando el Congreso. La vuelta a la masividad de las movilizaciones los 24 de marzo enfrentando los indultos y las leyes de la impunidad, especialmente a partir de 1996. El horror y el repudio por el asesinato de José Luis Cabezas. También símbolos que no se borran fácilmente de la retina.

Menem abrazando al Almirante Isaac Rojas, el gorila golpista del ’55 y fusilador del ’56. Alsogaray, su hija María Julia y otros referentes del más rancio liberalismo local pasando a formar parte de la alianza de gobierno. Su saludo a Pinochet. La represión a la marcha repudiando a Clinton. Norma Plá cantándole la justa a Domingo Cavallo. El individualismo más abyecto y la frivolidad como valores dominantes. Todo eso se pudo recoger en una suerte de rechazo colectivo espontáneo a la operación montada desde el poder.

Para la gran burguesía Menem fue el descubrimiento de que podían llevar adelante un ataque en toda la regla sin necesidad de recurrir a un golpe de estado, como habían hecho en 1976 con el genocidio. Con la burocracia sindical como aliada, con sindicatos que entraban en los negocios de las nefastas AFJP y otros quedándose con parte del botín de las privatizaciones. Con gremios otrora poderosos que desaparecieron de un día para el otro, como el SUPE, que entonces dirigía Cassia, un aliado central de Menem. Es cierto, el menemismo no se explica sin las secuelas de esa derrota previa y la “hiper” alfonsinista. Ni tampoco sin la ofensiva capitalista neoliberal que se imponía internacionalmente, que a la Argentina y a América Latina (con excepción de Chile, donde Pinochet realizó un “experimento” pionero a sangre y fuego) llegó con fuerza una década más tarde que en Estados Unidos y Europa, con Reagan y Thatcher como abanderados (pero también con Mitterrand y Felipe González) a comienzos de los ‘80.

Una ofensiva recargada con la caída del Muro de Berlín y el desmembramiento y restauración capitalista de la Unión Soviética y los países del este europeo, y con China también tomando un rumbo capitalista aunque en este caso con el Partido Comunista manteniendo el liderazgo. El “descubrimiento” de Menem por parte de la gran burguesía argentina mostraba que movimientos que habían surgido con retórica nacionalista y anti imperialista podían ser los agentes de la implementación del neoliberalismo más duro. Porque lo que hizo el peronismo con Menem en Argentina, lo llevaron adelante el Movimiento Nacionalista Revolucionario en Bolivia, el APRA en Perú o el PRI de Salina de Gortari y Zedillo en México. Y en Brasil Fernando Henrique Cardoso, quien había sido uno de los referentes más prominentes de la “teoría de la dependencia”. Pero llegando en nuestro caso a entregar hasta el petróleo y el gas, con la adquisición de YPF por parte de la multinacional española Repsol, que saqueó a gusto nuestros recursos energéticos no renovables.

Aunque desde el poder glorifique a Menem, el pueblo trabajador tiene muy claro cuál fue su legado. El mundo además es muy distinto. El capitalismo está viviendo su segunda gran crisis en lo que va del siglo. Con la llamada “guerra de las vacunas” el sistema ha vuelto a mostrar cómo la vida humana vale nada frente a la voracidad de los negocios capitalistas.

En nuestro país un gobierno como el de Macri, que fue “todo lo neoliberal que le permitió la relación de fuerzas”, viene de fracasar estrepitosamente. La coalición peronista que lo reemplazó sembrando la ilusión de que iba a revertir los resultados de sus políticas, se está desenmascarando ante sectores de su propia base, que ven que a un año de haber asumido Alberto Fernández siguen perdiendo, con salarios y jubilaciones que continúan cayendo, y la pobreza aumentando. Y hay una izquierda (de la que nuestro partido, el PTS, es parte fundamental) que, aunque aún minoritaria, es una voz en la realidad política nacional, está presente con su militancia en cada lucha que libra la clase obrera y el conjunto del pueblo trabajador, marcando la necesidad de una salida anticapitalista y socialista.

Enfrentar la operación política de reivindicación de Menem no es un asunto del pasado. Es preparar el futuro. Es señalar con claridad que no se trata de un punto más o menos de retenciones o de regatear un año de gracia con el FMI sino de la necesidad de terminar con una clase dominante que se ha enriquecido a costa de la mayoría trabajadora.

Solo así, liquidando el Estado capitalista y reemplazándolo con un nuevo Estado que exprese a la clase trabajadora transformada ella en clase dirigente, podremos terminar con la dependencia, el atraso y la decadencia que el menemato no hizo más que profundizar. (LID) Por Christian Castillo

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