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Inmigrantes en el rascacielo: la foto más famosa de la clase obrera

Almorzando en el rascacielos, es reconocida mundialmente. Detrás de ella, se esconden las historias de los inmigrantes que levantan el imperio americano. Si la imagen fuera hoy, muchos hubieran muerto por coronavirus. Como Basilio Juárez Pinzón.

1ro de mayo de 2020

Veintinueve de septiembre de 1932. Once hombre sentados en una delgada viga de acero, los pies colgando. La mayoría lleva gorra encima de su cabello colorado. Algunos charlan, otros comparten un cigarrillo, terminan el almuerzo. Sólo uno mira la cámara. Parece recortado del resto por un cable que se gana su lugar en la foto. Detrás, la inmensidad del Central Park y un hilo del Río Hudson. Debajo, 250 metros debajo, 57 pisos debajo, las calles de Nueva York. Los taxis, el asfalto, las filas de desocupados de la Gran Depresión.

Lunch atop a Skyscraper, almorzando en el rascacielos. Así se llama la imagen.

¿Cuántas veces la viste? ¿Cuántos la cuelgan en su pared o guardan en algún cajón? ¿Cuántas veces miramos esos rostros, nos preguntamos si era trucada, una puesta en escena o simplemente estaban todos locos?

Doce hombres entre el cielo y la tierra
La foto se publicó por primera vez en el New York Tribune el 2 de octubre de 1932. Estados Unidos se debatía en una crisis económica y social profunda. 17 millones de desocupados, largas colas por una ración de sopa y pan. En medio de la hambruna, la foto perseguía un valor simbólico: “a medida que los rascacielos crecían en la altura, la ciudad se hundía. Con la Gran Depresión sobre sus pies, los 11 trabajadores serían los posters motivadores de la época”.

Así lo cuenta uno de los protagonistas del recomendable documental Men in lunch, de Seán Ó Cualáin. Durante poco más de una hora, recorre las historias y significados que guarda aquella famosa foto.

Christine recorre el archivo del Rockefeller Center para intentar aclarar fechas y nombres. ¿Cómo se llaman los obreros que almuerzan en la viga? ¿Por qué la mayoría son irlandeses? ¿Y los fotógrafos que arriesgan la vida para retratarlos? Solo logra confirmar la identidad de dos de ellos, quizá tres. Sin embargo, todos los años alguien se acerca al archivo para decir que conoce a uno de esos albañiles. Es mi padre, mi hermano, mi tío. De repente, en la delgada viga, a 250 metros del piso, son 45 hombres apretados.

A lo largo de la película nos vamos dando cuenta que se trata de una foto preparada. Pero ni siquiera ese dato le quita algo del tremendo poder y realidad que transmiten esa imagen.

Ciudad de golpes duros
En medio de la crisis, Nueva York se cubría de grandes edificios. “Cuando los estadounidenses se sintieron atestados, construyeron una cuadra en forma vertical y la llamaron rascacielos”. Así fue. En esa época se terminaban los grandes edificios de la ciudad: el Rockefeller Center, el Empire State, el Radio City. Pero no se levantaban solos.

“Era una ciudad de golpes duros”, sigue el relato. “Una ciudad que necesitaba el trabajo salvaje del 99% de su gente. Era gente que escapaba de enfermedades, hambrunas, persecución. No eran soñadores ingenuos. Sus rostros devuelven el sueño opacado de todos los inmigrantes. Podían ser de 20 lugares distintos, lo que los unía en esa viga de hierro, ese mediodía de 1932, era construir rápido un rascacielos”.

Desde el Queens y el Bronx llegaban a las obras a trabajar por 1,5 dólares la hora. Por esos días no era una mala paga pero debían estar preparados para morir. “Era un negocio desagradecido y traidor. Un día bueno para esos trabajadores era el que no terminaban en la morgue. Y si eso pasaba, había cola para ocupar su lugar”.

Los promotores de las torres estimaban en sus presupuestos que cada 10 pisos moriría un trabajador. Cerca del 2% de los trabajadores de la construcción morirían en el año, y otros 2% sufriría discapacidad permanente. En un gremio de 1000 obreros como el de Nueva York, eran 40 por año.

Quizá por eso su lema era “No morimos, nos matan”.

Sin embargo seguían subiendo. Escapando del hambre. “Allí arriba tenían el esplendor que sabían que no tendrían cuando volvieran a pisar la calle”.

La crisis golpearía duramente a la clase obrera, nativa e inmigrante. Millones de desocupados, condiciones de trabajo precarias, sindicatos perseguidos, huelgas reducidas a su mínima expresión. Recién a mediados de la década comenzarían a resurgir las fuerzas obreras, con históricas luchas como las que dieron los mecánicos en Flint o los camioneros de Minneápolis.

Aunque no nos hayan dejado imágenes tan famosas.

No discrimina el virus, discrimina el capitalismo
Basilio Juárez Pinzón murió en su casa en Nueva York, lejos de su familia que lo esperaba en México. "No quería ir al hospital porque había escuchado que a diario amanecen muertos y creía que, por ser inmigrante, a lo mejor lo iban a dejar morir más rápido", dijo su compadre Manuel Archunda.

Basilio pensabe en quienes gobiernan Estados Unidos, no en quienes arriesgan sus vidas en los hospitales. Y quizá no se equivocaba.

Según reconoció hace algunas semanas el alcalde de la ciudad, Bill de Blasio, un 34% de los 3.602 fallecidos hasta ese momento por Covid-19 eran hispanos e hispanas. Como Basilio o la trabajadora del Metro Caridad Santiago. "Es una disparidad flagrante", admitió el hombre de fino traje.

Es que es imposible negar la realidad.

En Nueva York viven más de seiscientos mil trabajadores y trabajadoras indocumentados. No tienen cuarentena ni licencia con goce de sueldo, así que se ven obligados a seguir trabajando como albañiles, repartidores de comida o en la limpieza, para alimentar a sus familias. No tienen seguro médico y si piden asistencia podrían endeudar a esas familias por el resto de sus vidas. O podrían ser deportados.

Entonces, ya contagiados, eligen jugarse la suerte en sus propios hogares.

Basilio ni siquiera pudo elegir donde ser enterrado. En realidad había elegido que sea en México, pero las autoridades decidieron cremarlo en la morgue central, luego de que el cuerpo permaneciera diez días en su casa.

Basilio es parte de ese ejército que hace funcionar la ciudad cada día. Que levanta los edificios que no podrá habitar, prepara y sirve las comidas que jamás podrá probar, que limpia las mansiones en las que nunca vivirá y vende los combos que no puede comprar.

Con o sin documentos, son las y los esenciales.

Si no fuera por el coronavirus, Basilio también hubiera estado jodido.

Torres de racismo
Las últimas imágenes de Men in lunch muestran a los hombres que reconstruyen las torres del World Trade Center derribadas el 11S. Otros fotógrafos suben a retratar a otros albañiles que siguen haciendo equilibrio entre los metales. Buscan, seguramente, nuevos pósters motivadores del sueño americano.

Sin embargo, los grandes edificios norteamericanos se siguen levantando hundiendo a la clase obrera. Nativa e inmigrante. Los irlandeses que levantaron el Rockefeller, se transformaron luego en los polacos que levantaron la Trump Tower.

El actual presidente republicano hizo su fortuna con el negocio inmobiliario y de la construcción. En los años 80 levantó, en medio de la Quinta Avenida de Manhattan, su emblemático edificio. Cada día, cientos de obreros, la mayoría inmigrantes sin papeles, trabajaban 12 horas por un sueldo miserable, en pésimas condiciones y sin los aportes correspondientes. La “brigada polaca” hizo casi todo el trabajo de demolición.

Más de 80 años después de aquella famosa foto, son los mismos hombres que levantan las torres del sueño americano. Los que siguen cayendo de ellas. O mueren en sus casas por la nueva pandemia.

Según los Oficina de Estadísticas Laborales de EE.UU., una de cada cinco muertes relacionadas con el trabajo en 2018 fueron en la construcción. Más de 1000 albañiles, la mayoría inmigrantes latinos.

Me matan si no trabajo, y si trabajo me matan.

Por aquellos irlandeses y polacos, por Basilio, este 1° de mayo abracemos como nunca la causa de la clase obrera para terminar con este sistema criminal.

Y volvamos a leer aquel poema de Brecht que nos recuerda quiénes son los esenciales. Ayer y hoy. (LID) Por Lucho Aguilar

Preguntas a un obrero que lee

¿Quién construyó Tebas, la de las siete puertas?
En los libros se mencionan los nombres de los reyes.
¿Acaso los reyes acarrearon las piedras?
Y Babilonia, tantas veces destruida,
¿Quién la construyó otras tantas?
¿En que casas de Lima, la resplandeciente de oro, vivían los albañiles?
¿A dónde fueron sus constructores la noche que terminaron la Muralla China?
Roma la magna está llena de arcos de triunfo.
¿Quién los construyó?
¿A quiénes vencieron los Césares?
Bizancio, tan loada,
¿Acaso sólo tenía palacios para sus habitantes?
Hasta en la legendaria Atlántida, la noche que fue devorada
por el mar,
los que se ahogaban clamaban llamando a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él solo?
César venció a los galos;
¿no lo acompañaba siquiera un cocinero?
Felipe de España lloró cuando se hundió su flota,
¿Nadie más lloraría?
Federico Segundo venció en la Guerra de los Siete Años,
¿Quién más venció?
Cada página una victoria
¿Quién guisó el banquete del triunfo?
Cada década un gran personaje.
¿Quién pagaba los gastos?
A tantas historias, tantas preguntas.

Bertolt Brecht

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