El sangriento ataque dejó cientos de muertos y significó el preludio del derrocamiento de Juan Domingo Perón, que luego permanecería proscripto por 18 años.
Buenos Aires nunca había sido bombardeada. Tampoco lo sería después. Ese 16 de junio de 1955 el antiperonismo atacó por aire y tierra la Casa Rosada. Cómo bien lo escribió Eduardo Luis Duhalde: “El bombardeo de una ciudad abierta por parte de fuerzas armadas del propio país es un acto de terrorismo”. Ese día, entre las 12:40hs y las 17:40, la Armada Argentina, con el apoyo de un sector de la Aeronáutica y de cientos de Comandos Civiles, descargó más de cien bombas en el microcentro porteño. Los responsables de la masacre llegaron a ametrallar a población civil desarmada desde el tomado Ministerio de Marina. El objetivo principal era asesinar a Juan Domingo Perón.
Operativamente, querían deponer al gobierno elegido democráticamente e instaurar un triunvirato civil con el radical Zavala Ortiz (futuro canciller del presidente Arturo Illia), el socialista Ghioldi (embajador en Portugal durante la última dictadura militar) y el conservador Vicchi. El fin último era matar a Perón; en realidad lo que se buscaba era implantar el terror y, sobre todo, el escarmiento: una revancha de clase. La proclama, leída al aire en radios tomadas, comenzaba así: “¡argentinos, argentinos! ¡Escuchad este anuncio del Cielo, volcado por fin sobre la tierra argentina: el tirano ha muerto! Nuestra Patria desde hoy es libre; Dios sea loado.”
Centralmente se atacó Plaza de Mayo y sus adyacencias, pero no fue el único objetivo. También fue atacada la residencia presidencial, el Aeropuerto de Ezeiza, otros puntos estratégicos militares, incluso en la tarde de ese día un avión ametralló a un grupo de obreros concentrados en la puerta de la fábrica de Jabón Federal en General Paz y Crovara, a más de 15 kilómetros de la Casa Rosada. Frente a ellos, buscando evitar el golpe, se movilizaron miles de argentinos y argentinas, la inmensa mayoría armados con palos, unos pocos con armas civiles. El símbolo trágico de ese día fue un trolebús lleno de gente que estaba yendo a trabajar en el que cayó una bomba. Fue en Paseo Colón, llegando a Yrigoyen. Murieron todos sus pasajeros.
El bombardeo no fue un hecho aislado. Había habido intentos de golpe en el 51 y el 52; lo habría tres meses después, en septiembre de 1955. No fue tampoco el primer hecho terrorista en el que se atacaba de manera artera y sorpresiva a civiles. En abril de 1953, un grupo de los llamados Comandos Civiles colocaron tres artefactos explosivos en los alrededores de la Plaza de Mayo durante una concentración popular organizada por la CGT. Este acto terrorista fue conducido por Roque Carranza, quien en los ochenta fue designado ministro en el gobierno de Raúl Alfonsín. Uno de esos artefactos, colocado en el andén del subte A, mató a cinco personas e hirió a decenas. Sus nombres: Santa Festigiata D’Amico, Mario Pérez, Leon David Roumeaux, Osvaldo Mouché y Salvador Manes.
Es muy importante ponerles nombre a las víctimas. Lamentablemente no se sabe a ciencia cierta cuántas personas fallecieron y cuántas fueron heridas el 16 de junio. Las investigaciones más serias hablan de cerca de trescientos muertos. Severo Aguire, Angela Modesta Albornoz, José Álvarez, Rosario Alderete, Ítalo Angelucci, Francisco Bonomini, Justo Ramon Ledesma, Hugo Rudesindo López, Alejo Nuñez, los granaderos Mario Benito Diaz, Manuel Míguez, Laudino Córdoba y Ramon Cárdenas, Fernando Miguel Sarmiento de 15 años; son apenas algunos de las cientos de víctimas. De muchas de ellas no sabremos nunca su nombre.
También es importante señalar los apellidos de los perpetradores y cómplices de este acto: Toranzo Calderón, Olivieri, Manrique, Bengoa, Amadeo, Agote, Garcia Mansilla, Suarez Mason, Massera, Cacciatore, Rivero Kelly, Zavala Ortiz, etc.
Finalmente, ese 16 de junio la democracia y el poder popular prevalecieron, pero a un costo altísimo. Esta intentona marcó a fuego la historia argentina. Ninguna ciudad argentina fue alguna vez bombardeada por fuerzas extranjeras. El antiperonismo bombardeó Buenos Aires. Tres meses después, un nuevo golpe de Estado abriría un periodo de autoritarismo, violencia y proscripción.
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