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La Quiaca y un grito que resiste desde lo alto

“La lucha social está adormecida por unos míseros ciento cincuenta pesos”. Así sintetiza la situación de La Quiaca (Argentina) un joven de unos treinta años, desocupado. Es que las demandas de tierras y trabajo genuino1 -entendidas por estos militantes como condiciones
necesarias de una mejor calidad de vida- tienen por adversario al perverso ejercicio político partidario de la dádiva, de las seductoras promesas jamás cumplidas luego, del clientelismo, del “puntero”. Vicios que fermentan notablemente en un año electoral como este 2011 y que van más allá del signo y alcance de las dirigencias (local, provincial, nacional), las cuales heredan y usan a su favor todo un perverso andamiaje posibilitador de la reproducción de los propios privilegios, a la vez que la conformidad y el enmudecimiento de las mayorías. Por esto, pocas son las perspectivas de transformación ante un eventual cambio de autoridades a fin de año.

17 de noviembre de 2011| Emiliano Bertoglio |

De esta manera “se distorsiona la lucha”, según otro de los participantes congregados por las mismas necesidades. Son desocupados, artesanos, cesanteados, integrantes de
la Corriente Clasista Combativa (CCC), militantes de la Corriente del Pueblo, entre otras procedencias.

En La Quiaca hay aproximadamente 25.000 habitantes. De la Población
Económicamente Activa (PEA) sólo un 40 por ciento cuenta con empleo formal y salario fijo (maestros, médicos, los pocos empleados municipales y de las empresas EJESA y Agua de los Andes). Mientras, el 60 por ciento de la población percibe planes sociales.

Las condiciones generalizadas de vida rayan la pobreza y la indigencia, pero los subsidios acallan las urgencias, y como si fuera poco, además atomizan la lucha: “Los que son débiles y se venden bajan los brazos. Hay un éxodo desde la lucha hacia el bolsón: los políticos ponen en juego las necesidades sociales”, explica René, otro de los militantes que persisten en el reclamo y en la propuesta que, aclara, no es partidaria pero sí profundamente política.

Así es que los movilizados se reconocen como una minoría (quizá un 5 por ciento de la PEA), pues “¿de qué consciencia o unidad vamos a poder hablar con ciento cincuenta pesos?”. “[…] el poder corrompe tanto a los que están investidos de él como a los que están
obligados a sometérsele” decía Bakunin2, algo más que claro para estos hombre y mujeres que reafirman la convicción de obtener a través de la lucha verdaderos logros sociales sin tener por
ellos que transformarse en instrumento de quien los conceda (hacerse parte del aparato).

Porque además de la coerción física padecida por las fuerzas de seguridad y el clientelismo más básico, esta resistencia debe luchar contra la cooptación de las organizaciones sociales disidentes con el poder gubernamental. “El gobierno maniobra dentro
de las organizaciones nacientes y se las come”, explican3. La dádiva miserable al que ya no tiene nada y la estrategia de enfrentarlos entre sí desactiva toda posibilidad de movilización colectiva (he aquí una de las causas de la desarticulación de la Multisectorial La Quiaca como
bloque, entidad que reunía a los desocupados, artesanos, etc.).

“Ante el pedido social de empleo genuino, la propuesta gubernamental consiste en planes y represión”, agrega René.

Tal es el nivel de subestimación y menosprecio al que son sometidas las familias en los confines de Argentina, en una suerte de transacción material y simbólica propuesta por el poder político y en general aceptada por aquellos que son inferiorizados: ciento cincuenta
pesos en un país en donde según los números oficiales y de medidoras privadas –dibujados, manipulados, tergiversados tanto unos como otros- una familia necesita, respectivamente, entre 1.300 y 2.500 pesos por mes para no ser pobres. ¿Cuál es el estatus de sujeto que
propone esa selecta élite que reparte los planes, y que es aceptado por quienes no pueden reconocerse ni en sí mismos ni en su historia, apresados como están por las urgencias del día a día?

Pero mientras el común de los quiaqueños vive su letargo de colchones y unos pocos pesos, un puñado de hombres y mujeres resisten con las armas de la multitud cuando se transforma en pueblo: asambleas, cortes de ruta, radios comunitarias. Escriben su propio
manual de lucha política, hecho de sueños y convicciones intransigentes. Hombres y mujeres a quienes sólo les quedan los brazos y la consciencia: por esto es que levantan la palabra clara y
el puño combativo para pedir cosas tan simples como un trabajo que dé casa y comida.

Porque si bien es cierto que la política partidaria ha devenido en un juego pragmático y oportunista carente de principios, que sólo busca efectos de corto plazo4, la política como concepto general es organización popular y conflicto transformador. Y frente a la democracia
formal-electiva supone la participación popular.

Cuando la desesperación se encuentra con la consciencia, ya nada puede detener el bello acto creativo de empezar a hacer un mundo nuevo.

1 Turismo, artesanía (un rubro notablemente tecnificado-desarrollado en la hermana Bolivia), huertas, mano de obra para las obras públicas, entre otros, es lo que estos militantes proponen que se dinamice en
tanto trabajo genuino.

2 Frank Mintz (compilador) (2006). Bakunin. Crítica y acción. Ed. Libros de Anarres. Buenos Aires. p. 40.

3 Un ejemplo de peso mencionado por estos convocados es la ya emblemática organización Tupac
Amaru, dirigida por la hoy kirchnerista Milagro Sala.

4 Slavoj Zizek (2004). La revolución blanda. Ed. ATUEL / Parusía. Buenos Aires.

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Diario de la criminalización de la protesta social en Salta - Marco Diaz Muñoz

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