La nuestra es una sociedad con un sentido de derrotas y escepticismo demasiado grande para no ser tenido en cuenta. Me refiero a la sociedad salteña y, por pertenencia y añadidura, a la argentina. Cada elección, cada sufragio depositado en las ánforas, se nos supone mágico e instantáneo, casi desmemoriado, anhelante. El catalán Toni Puig Picart, especialista en gestión cultural y asesor del Ayuntamiento de Barcelona, dijo alguna vez que "el problema de los argentinos es que cuando piensan una cosa, ya creen que está hecha y resuelta".
El propio Puig Picart dio la respuesta a su aserto: "No es difícil: hay que empezar. No es un milagro: es la voluntad de los ciudadanos y los políticos (…) Tienen que pensar qué quieren ser y trabajar para lograrlo".
El problema que se les plantea a los ciudadanos salteños en estos momentos cruciales, es que tras el anhelo de expulsar a Juan Carlos Romero, han reemplazado tal anhelo por la obsesiva compulsión de suponer que su reemplazante, Juan Manuel Urtubey, ha de cambiar, casi instantáneamente y por arte de citaciones de la Biblia, todo el descuajeringue dejado por su antecesor. Como acto de fe, es plausible que tras la administración de Romero, con su perseverante desquicio institucional, las gentes se inclinen por la guía política de quién ha expresado una idea de cambio magnificada por una insufrible campaña mediática.
Pero, como todo acto de fe, hay una propensión a la desmesura de nuestro propio deseo: "El problema de los argentinos es que cuando piensan una cosa, ya creen que está hecha y resuelta". Cuando la fe (por errores de gobierno, falta de integridad o deterioros temporales, amén de legítimas demandas sociales y exigencias de la cotidianeidad humana), se diluye, surge la extensión de la desilusión, primero, y el escepticismo después. Es cuando la sensación de derrota se convierte en el desgajamiento mayor de la sociedad, depauperada de tanto asumir decepciones.
Ha ocurrido con Romero, aunque su docena de años (de indudable responsabilidad social) aparezcan como inconmensurable crédito a su estilo de avasallamiento e indignidades institucionales, el sentido de derrotas y escepticismo (agotamiento, abulia, desinterés, desconfianza, insolidaridad) se podría haber palpado hasta en el mínimo gesto de cada salteño. Los medios de comunicación (los independientes de antes, los oficialistas actuales y los oficialistas próximos) fueron el escenario de la crepitante desilusión ciudadana.
Pero llegó el cambio. Y con él la desmemoria y el anhelo nuevos: "…cuando piensan una cosa, ya creen que está hecha y resuelta". Urtubey no tiene pasado. Es puro futuro. Puro anhelo. Pura fe. Como sus frases, mezcla de rara esperanza moral y antiguallas mesiánicas ("…voy a echar a los fariseos del Templo"). El joven gobernante ha desplegado una especie de sortilegio kirchnerista según el cual, Salta recibirá como nunca antes, fondos de frescura aterciopelada enviados por la Nación para solventar los despilfarros romerianos. De la exigencia de una adecuada coparticipación (deuda suprema que deja Romero a la provincia), no hay palabras, gestos ni actas. Sólo dispensas presidenciales. Gracias mayestáticas.
El flamante elegido, ya ha dictaminado que la ciudadanía de la capital salteña ha plebiscitado la gestión del actual intendente Miguel Isa para construir la Ciudad Municipal, un proyecto que pocos habitantes de la comuna capitalina conocían en profundidad. Los votos de Isa lo fueron en función de mejoras ciudadanas comunes y corrientes, no de proyectos inasibles por innecesarios y por su ausencia del pobre escenario preelectoral. Pero, la voz del anhelo social encarnada en el nuevo gobernante, ya dirigió la mano cual redivivo Moisés frente al Mar Rojo, para indicar a sus concejales cómo han de unir la aguas para apoyar el proyecto de Isa. Sólo una solitaria edil del Partido Obrero dio la alerta: "Urtubey mostró la hilacha".
Prometió aumentos de sueldos, algunos de una desmesura irresponsable. Los diputados justicialistas le dieron el gusto: cuando comience su gestión, Urtubey deberá aumentarles a los empleados judiciales, darles el enganche automático y, seguramente, escuchar un estruendoso reguero de reclamos de todos los demás empleados públicos exigiendo (razonablemente) aumentos similares. ¿No es éste, acaso, el camino de nuevas decepciones cuando, además, el clima nacional no es el mejor para aferrase al destino de furgón de cola, por lo menos?
Nada está resuelto, aún. Por más imaginación que pongamos en nuestros deseos. Es posible que surjan nuevos errores y nuevas angustias. Pero, es importante destacar que si se ha podido derrotar a la vulgaridad del agravio romeriano, también es posible la construcción de un nuevo edificio. Hay que pensar qué y cómo queremos ser y ponernos a trabajar, como decía Toni Puig Picart. No con milagros, mesianismos y fe ciega, sino con la voluntad, único modo de esquivarle el bulto al sentido de derrotas y escepticismo que, a través de los actos sin virtudes, se siguen esforzando en meternos bajo la piel.
Director www.agensur.info
Diario de la criminalización de la protesta social en Salta - Marco Diaz Muñoz
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