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Mauricio Macri y Alberto Fernández: relato y realidad del nuevo bipartidismo

La relativa paridad electoral entre el Frente de Todos y Juntos por el Cambio disparó múltiples lecturas. Algunas presentan lo ocurrido como el primer paso hacia un sistema equilibrado entre dos fuerzas políticas mayoritarias. ¿Dónde termina el análisis y empieza la operación?

29 de octubre de 2019| Eduardo Castilla |

Este lunes, cuando se acercaba el mediodía, la imagen recorrió canales de televisión, redacciones y redes sociales. Alberto Fernández y Mauricio Macri, sonrientes, estrechaban manos y posaban ante las cámaras.

Tras las elecciones del domingo, ambos dirigentes aparecen como el rostro visible de un nuevo esquema político. El 90 % de votos acaparado entre ambos alienta la idea de una resurrección del bipartidismo. Periodistas, analistas y militantes políticos hacen rodar la definición.

La nueva estructuración del espacio político -construyendo una situación de equilibro entre las fuerzas mayoritarias- es publicitada como medio para limitar cualquier “pretensión hegemonista” del oficialismo.

En la confección de este nuevo mapa político, la reivindicación de la unidad lograda por el peronismo ocupa un lugar destacado. Ricardo Kirschbaum sindica en Clarín “la importancia que tuvo la unidad del peronismo en esta elección (...) Alberto Fernández (...) pudo articular el reacercamiento de los gobernadores del PJ y gestionar el regreso de Sergio Massa a la coalición peronista-kirchnerista”.

Apuntando en la misma dirección, Horacio Verbitsky escribe en El Cohete a la Luna que “la victoria de Alberto y Cristina prueba la extraordinaria resiliencia de la sociedad argentina y el vigor del peronismo”.

Sin embargo, ni el declamado bipartidismo ni la unidad del peronismo presentan la solidez que se proclama a cuatro o más vientos.

Nostalgias

El bipartidismo alcanzó su cenit en los años inmediatamente posteriores a la caída de la dictadura. La larga noche del genocidio recreó las expectativas en el régimen democrático burgués, empujando un renacimiento de los partidos políticos. Radicalismo y peronismo se nutrieron de un entusiasmo que recorría barrios, pueblos y ciudades.

Sin embargo, aquella oleada duró poco. Se estrelló, demasiado temprano, contra los límites del mismo régimen. La distancia entre promesas y realidad se hizo infinita. Levantamientos carapintadas, Obediencia Debida y Punto Final, hiperinflación, privatizaciones. Esos fueron solo algunos de los nombres propios que arrastraron hacia la desilusión colectiva.

Lo que hoy empieza a ser presentado como un nuevo bipartidismo está años luz de aquel momento histórico. No despierta entusiasmo o pasiones. Su sustancia esencial reside en el malmenorismo. En ese esquema de pensamiento, tragar sapos se convierte en una actividad permanente. Su carácter es, sin dudarlo, senil y limitado.

Si se mira más de cerca, puede encontrarse otra arista. Juntos por el Cambio y el Frente de Todos son coaliciones, no partidos.

En el caso de Cambiemos, los datos son elocuentes. Nacida en 2015 como confluencia de tres fuerzas, atravesó los años macristas entre crisis internas, tensiones y más de un portazo. Camino a 2020, el puesto de conductor emerge como lugar en disputa.

La buena perfomance electoral de Macri lo sindica como eventual jefe político de la futura oposición. Ese objetivo choca con las aspiraciones de uno de los triunfadores del domingo: Horario Rodríguez Larreta. Desde los pies de la cordillera, a esa dupla se suma el mendocino Alfredo Cornejo, líder nacional de la UCR y "dueño" de su terruño, el quinto distrito electoral del país, señalemos.

En el peronismo, el árbol de la unidad no debería tapar el (extenso) bosque de las diferencias. El Frente de Todos significó la confluencia de múltiples y variadas tendencias. La “unidad antimacrista” funcionó como un enorme imán. En los hechos, implicó que sectores progresistas aceptaran una alianza con enemigos del derecho al aborto, ajustadores seriales, amigos del fracking y los agronegocios.

Aquello que fue unido en pos de ganar una elección, ya empieza a agrietarse, aún antes de haber arribado formalmente al poder. Sin ir más lejos, este lunes por la tarde Alberto Fernández saludó calurosamente a Sebastián Piñera, el represor presidente de Chile. Menos de 24 horas antes, Cristina Kirchner había criticado duramente el modelo de “ajuste permanente” implementado en el vecino país.

Vale la pena el ejercicio hipotético. Si eventualmente la Cámara de Diputados tratase un repudio a la represión en Chile -a propuesta del Frente de Izquierda por ejemplo- ¿cómo votarían los legisladores y las legisladoras del peronismo?

La misma incógnita puede extenderse a múltiples áreas. Siempre es útil recordar que el Frente de Todos agrupa a (muchos) senadores y diputados que dieron su voto positivo a la reforma previsional.

En su columna antes mencionada, Horacio Verbitsky da cuenta de las internas que ya emergen. Hablando de Sergio Massa, plantea que “apunta a ocupar posiciones en el gobierno vinculadas con la energía y las relaciones exteriores, que pueden constituir la primera contradicción seria al interior de la nueva coalición de gobierno”.

Las tensiones que ya recorren a la futura coalición gobernante solo son invisibles para quien no quiera verlas. O para quien trabaje activamente en pos de ocultarlas.

Bipartidismo del ajuste

El fin de la dictadura funcionó como uno de los momentos fundacionales de la política argentina. En aquel tiempo de ilusiones y (rápidos) desencantos, el bipartidismo alcanzó toda la potencia que le era posible.

Hoy, la catástrofe económica y social que asola el país deja poco margen para un bipartidismo estable. La presión ejercida por el gran capital imperialista limita los matices entre las fuerzas que, proponiendo representar al "ciudadano" en general, expresan los particulares intereses patronales.

La posibilidad material de un bipartidismo duradero se aleja aún más al calibrar el carácter de coalición que atraviesa a cada uno de los espacios mayoritarios. Los endebles acuerdos de hoy son las diferencias del mañana.

Asistimos, en todo caso, a un bipartidismo de coaliciones. Es decir, a un equilibrio precario que tenderá a resquebrajarse ante mayores tensiones económicas, sociales o de la lucha de clases.

Si se revisa el pasado reciente, se verá la colaboración activa entre una fracción de la coalición que hoy integra el Frente de Todos y el conjunto de quienes marchan en las filas cambiemitas. Macri, proponiendo una "oposición constructiva", apuesta por la continuidad de ese esquema.

El carácter de estas fracciones políticas moldea en gran medida la “transición pactada”, ya en curso desde la noche del domingo. La agenda del proceso no parece contemplar, por ejemplo, el infernal endeudamiento externo que pesa sobre el país.

Para los actores de este bipartidismo senil, el descontento de las mayorías populares está lejos de ser un dato inadvertido. Lo mismo ocurre con las rebeliones populares de Chile y Ecuador, con sus brasas ardientes saltando por encima de la cordillera andina. Estos últimos factores juegan -y mucho- en la arena política nacional. Constituyen una (gran) piedra en el zapato para las nada amables intenciones del FMI y los grandes empresarios.

Los analistas políticos deberían preocuparse. El empobrecido bipartidismo de macristas y peronistas está lejos aún de garantizar estabilidad futura para los negocios del gran capital. Esa, al fin y al cabo es la única estabilidad que interesa a ciertos cálculos. (LID)

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