Martín Miguel de Güemes concibió un Plan de Lucha para defender la libertad y la independencia de las Provincias que formarían la República Argentina. Lo primero que hizo fue crear todo un ejército, con características propias. Güemes jamás fue un jefe montonero. Lo fue de milicias, es decir de una fuerza sujeta a reglas, las que se cumplían estrictamente.
El ascendiente que tenía Güemes sobre sus milicias gauchas por su condición de caudillo y el hecho de ser, a la vez un pundonoroso militar de carrera, le permitieron ser obedecido ejemplarmente: tanto por los gauchos como por los soldados y oficiales de las fuerzas veteranas. El ejército de Güemes fue una fuerza muy disciplinada, compuesta por milicias gauchas y por militares veteranos y milicianos, que eran jefes y oficiales de las divisiones y escuadrones. Los milicianos eran convocados cada vez que se los necesitaba y ellos acudían con presteza y sin vacilar al llamado del militar-caudillo.
Güemes había realizado una guerra de recursos o de guerrillas desde 1814 (cuando fue comandante de avanzada en el Río Juramento) y hasta la victoria obtenida en el Puesto Grande del Marqués. Durante ese lapso cumplió su labor al frente de milicias gauchas auxiliando al Ejército del Norte.
A partir de 1816, cuando se le encomendó la defensa de las Provincias, la situación varió fundamentalmente. Tuvo que encarar un vasto plan de operaciones con sólo las fuerzas a su mando. Así actuó durante cinco años, hasta su muerte el 17 de Junio de 1821, conteniendo siempre las invasiones realistas.
Güemes nunca sostuvo una batalla campal al estilo clásico por que sabía bien que no contaba con fuerzas ni armamento adecuados para vencer en este tipo de combates. Imaginó otro tipo de lucha, al estilo de la guerra de guerrillas o de recursos que ya había efectuado anteriormente –secundando al ejército- pero mucho más vasta y profunda. Ya no fueron operaciones secundarias, complementarias o de avanzada, a cargo de una sola división. Fue todo un ejército, integrado fundamentalmente por milicias y que llegó a tener 6.610 hombres, con el que enfrentó a calificadas fuerzas regulares, compuestas también por miles de soldados.
La zona de los combates fue muy grande. Se extendía desde el extremo sur de la actual Bolivia hasta el Río Juramento, de norte a sur, y desde la zona de San Pedro de Atacama (hoy pertenece a Chile) hasta el departamento de Orán, de oeste a este. Alrededor de 150.000 Km2. A veces el enemigo penetró simultáneamente por distintos pasos pero como el prócer tenía adecuadamente distribuidas sus fuerzas y contaba con exploradores y partidas volantes, siempre había milicianos en condiciones de enfrentar al invasor o de requerir los auxilios necesarios.
Dentro de este extenso escenario la forma de obrar de las fuerzas de Güemes fue la siguiente: atacar por los flancos y la retaguardia, inmediatamente después que el ejército enemigo comenzaba la invasión. El ataque tendía siempre a ser sorpresivo y estaba a cargo de grupos o partidas que se retiraban antes de que el enemigo pudiera organizar la defensa. Los ataques se repetían una y más veces, de día y de noche, mientras avanzaba el invasor. Cuando éste se detenía y destacaba una o más divisiones en busca de alimento, eran acosadas constantemente por los gauchos. En algunos casos, cuando las partidas que destacaba no tenían muchos soldados, había enfrentamientos en campo abierto y más de un triunfo completo de las milicias gauchas. En tales ocasiones los vencedores regresaban con algunos prisioneros y era raro el soldado enemigo que retornaba al lugar donde había acampado el invasor.
Cuando el invasor había sido contenido, varios escuadrones de gauchos ya estaban preparados para actuar durante la retirada del enemigo. Y nuevamente ocurría el ataque por los flancos y la retaguardia, de día, de noche, en marcha o durante el descanso y durante todo el tiempo que los realistas tardaban en evacuar el territorio salto jujeño.
Así fueron rechazadas todas las invasiones. Desde que Güemes estuvo a cargo de la defensa, la primera invasión fue la comandada por el general José de la Serna, quien llegó de España a fines de 1816 con oficiales y tropas que habían vencido a fuerzas de Napoleón Bonaparte. Fue la invasión más tenaz y durable. El invasor creyó que en menos de un año llegaría triunfante a Buenos Aires. El 22 de setiembre de 1816, a los cinco días de haber desembarcado en el puerto de Arica, La Serna escribía al virrey Pezuela: “Creo podría lisonjearme al asegurar a V.E. formaría un cuerpo de ejército capaz de entrar a Buenos Aires para el mes de mayo del próximo año”. Lo que realmente ocurrió fue que en mayo de 1817 José de la Serna y su ejército emprendían la retirada desde el Valle de Lerma (Salta) ante la imposibilidad de superar la acción defensiva de las milicias gauchas de Güemes y dadas las constantes bajas que sufrían. Lo mismo ocurrió con los demás ejércitos invasores que siguieron sus pasos. Ninguno pudo atravesar la Intendencia de Salta.
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