Decenas de miles de personas se conectan por streaming para ver las criaturas hipnóticas del cañón submarino de Mar del Plata, en un fenómeno que coloca nuevamente a CONICET y la ciencia pública en el centro de la escena.
Mientras escribo esto, está sucediendo la anteúltima transmisión en vivo de la campaña al cañón submarino de Mar del Plata. En el video aparece la inmersión, no han llegado al fondo y solamente se ve un azul profundo y la lluvia de un sedimento blanco. Aún así, hay 36000 personas siguiendo el vivo y esto recién arranca. Ayer, un colega que volvía de la protesta de trabajadores de CONICET me contó que tuvo que regalar todos sus stickers con “bichitos marinos” a una familia que compraba, junto a sus hijos, en la panadería del pueblo donde vive. La ciencia se volvió política y de masas de una manera que nadie esperaba, o quizá nunca debimos permitir que abandonara esos roles.
Vemos una biodiversidad en vivo maravillosa, relatada por científicos que se prepararon décadas para hacernos accesible esa relación con lo que vemos. El contraste es absoluto con el cuestionamiento que la ultraderecha hace a la ciencia pública y con la mirada que cosifica al mundo natural como mero vehículo de ganancias.
Para qué comunicar en ciencia
Realizar tareas de divulgación es ahora requisito de cualquier proyecto científico, notablemente de aquellos financiados por fundaciones privadas. Esto es, por supuesto, parte de la inversión en imagen corporativa y, muchas veces, se acompaña por algún interés en algún sector estratégico. Pero poner la ciencia a disposición del público sin trivialización, sin condescendencia es y ha sido parte de la tradición mucho más rica y antigua, desde los diálogos de Galileo (escritos en italiano y no en el latín académico) en adelante.
Para cualquiera que se reclame progresista, la comunicación de la ciencia aparece como una necesidad urgente. Carl Sagan señala dos motivos principales: en primer lugar, “hemos construido una sociedad basada en la ciencia y la tecnología y nadie puede entender nada sobre la ciencia y la tecnología. Y esta mezcla combustible de ignorancia y poder nos va a estallar en la cara. Es decir, ¿quién está manejando la ciencia y la tecnología en una democracia, si nadie sabe nada sobre eso?” Y la segunda razón, es que la ciencia es una forma de pensar: “Si no somos capaces de hacer preguntas escépticas para interrogar a aquellos que nos dicen que algo es verdad (..) entonces estamos a merced del próximo político o religioso charlatán que aparezca”.
Pero aún con estas certezas (casi premoniciones), Sagan no indaga en las relaciones sociales donde la ciencia se construye, donde se decide para qué, para quién y cómo se investiga. Desde luego, las ciencias naturales actúan como una fuerza productiva, invadiendo y transformando todos los ámbitos de la existencia humana. Pero el llamado a una mejor educación científica no disputa la supuesta neutralidad de la ciencia ni las formas en las que se produce. Aclaro que no es ésta una disputa que veamos en este streaming del fondo del mar, sino que son otros los aspectos donde resalta. Incluso, algunos expresan dudas sobre su financiamiento y la relación colonial que afecta a un país vaciado, en una plataforma continental que puede ser territorio de sacrificio.
La transmisión del Grupo de Estudios del Mar Profundo de Argentina nos conmueve por su humanidad, por mostrar la ciencia como trabajo colectivo y apasionado. Por mostrar a trabajadores de la ciencia compartiendo la incertidumbre de todo laburante. Porque una becaria de CONICET quedó sin beca mientras estaba a bordo, porque un investigador se quebró durante una entrevista. Pero también porque escuchamos compañerismo, fascinación y buen humor.
“Soy maestra rural en Oberá, vimos la transmisión con mis alumnos” veo que pasa fugazmente entre los comentarios. Richard Levins señalaba que el conocimiento científico no es neutral ni gratuito, sino que ha sido históricamente generado gracias al trabajo humano y colectivo. Pero ese conocimiento ha sido apropiado por quienes lo usan en beneficio propio, invocando desde la “transferencia al sector productivo” hasta aplicaciones militares. Levins plantea que el pueblo trabajador tiene derecho a reclamar ese conocimiento. Reclamarlo no significa solo acceder a información, sino transformarlo y orientarlo al bien común.
Acceder al conocimiento, acceder a la naturaleza
Estamos viendo en vivo el trabajo de campo de la taxonomía, una rama de la biología dedicada a la clasificación de los seres vivos. Rama básica de las ciencias naturales, que define los “sustantivos” con los cuales el resto de la biología habla. Rama que también sufre una crisis mundial, porque cada vez hay menos especialistas y es uno de los sectores de la ciencia que recibe menos financiamiento. Pero, además, estamos presenciando una taxonomía particular, de animales que nunca vemos.
Vivimos en la tierra y para lo que nos rodea tenemos nombres: pájaros, carpinchos, árboles, flores. En el fondo del mar la familiaridad se acaba. Apelamos a analogías, a la cultura popular o, directamente, los inventamos: la batatita morada, el pez azul, la langosta Barbie, Patricio la estrella culona, el calamar con jopo. Una empatía inesperada por los seres marinos florece. No es lo mismo leer que los pulpos son semélparos, que ver en vivo una pulpo hembra cuidando sus huevos hasta la muerte. Aunque sea por video, saciamos por un rato nuestra necesidad de naturaleza.
Una necesidad real de contacto de la cual, del mismo modo que el conocimiento científico, la mayoría de la población es excluida. Alienada en ciudades, explotada en sus trabajos, sin tiempo para el ocio creativo. “Nos agradan estas porciones de naturaleza salvaje” hace decir William Morris a un personaje de su novela Noticias de ninguna parte, donde imagina un futuro socialista en armonía con la naturaleza.
El mensaje del mar
En estos días se multiplicaron los memes, comentarios y los debates, también críticas. No hay red social donde no aparezca alguna imagen, un poco fantasmagórica, de los seres que viven miles de metros bajo la superficie. Son animales que prácticamente no han visto la luz y, probablemente, se deslumbraron por primera vez en su vida con las luces del robot SuBastian, controlado remotamente desde la superficie. Pero somos muchos los que sentimos ese mismo efecto: la bocanada de luz que por fin llega. Había ecosistemas florecientes, había belleza, al final de cuentas.
Porque, hay que recordarlo, nos gobiernan aquellos que dicen que la ciencia es innecesaria y se han ocupado minuciosamente de destruirla, aunque últimamente parecen haber encontrado diversión en vender sus restos al mejor postor, interviniendo en los temas de investigación a ver qué resulta más atractivo para el “mercado” (minería, agroindustria). También, son la última manifestación de un lamentable consenso extractivista que desde hace décadas nos dice “muy lindo, pero vamos a reventarlo” al referirse a los bienes comunes naturales. Pues se revienta la cordillera, que es como una torta, se revienta el Paraná, que resulta ser una hidrovía, se revienta la salud de los pueblos fumigados, se revienta el bosque chaqueño, se revientan los salares por su litio y, finalmente, se reventará el Mar Argentino. Para que alguien (seguro ninguno de nosotros) se haga rico.
Ante tantos ataques, sin embargo, florece la resistencia. Las universidades nacionales nos llaman a defender una orgullosa anomalía: un sistema de educación superior masivo y gratuito –aunque sí, lleno de contradicciones–. Los trabajadores de la ciencia reflexionamos sobre el impacto y utilidad de nuestro trabajo. ¿Debemos discutir en el mismo lenguaje que nuestros verdugos? ¿Debemos rescatar los logros de la transferencia al sector privado? ¿Son los logros de la ciencia la lista de patentes, las empresas privadas beneficiadas con investigaciones que pagaron los fondos públicos?¿Este stream es algo parecido al límite al cual podemos aspirar en cuanto a la relación entre ciencia y sociedad?
Sostengo que no, que debemos construir un conocimiento relevante, emancipador y transformador, que sirva al bienestar colectivo en todas sus manifestaciones, incluyendo el disfrute por la naturaleza que nos es negada. Lejos de ser un límite, lo que vimos puede ser un piso para imaginar una apropiación popular de la construcción del conocimiento científico más allá de los límites de su mercantilización. Con coordenadas que se construirán en la marcha pero seguramente sabrán alejarse del extractivismo y la depredación. Quizá debamos escuchar lo que el fondo del mar nos dijo en estos días. (LID) Por Santiago Benítez. Dr. en Biología - Conicet
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