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Sí, a la clase trabajadora también le preocupa la crisis climática

El cambio climático y el peligro de una catástrofe ecológica es una realidad indiscutible en estos momentos. Esta situación ha provocado la eclosión a un nivel de masas de un gran movimiento, mayoritariamente juvenil, que se plantea frenar esta amenaza. Sectores de la clase trabajadora, especialmente jóvenes, también dan muestras de incorporarse activamente a las movilizaciones.

11 de octubre de 2019

La Tercera Huelga Mundial por el Clima ha supuesto un hito en el movimiento climático, sacando a las calles a más de 7 millones de personas. Esta protesta se llevaba organizando en las principales ciudades del mundo desde hace varios meses a través de asambleas y acciones que iban agrupando a un gran número de activistas.

Se trata de un movimiento formado principalmente por jóvenes. No en vano es precisamente esta generación la que tendrá que pagar de lleno las consecuencias de la crisis ecosocial. Entre ellos también muchos de los y las jóvenes que forman parte de ese ejército creciente de precarios, que observa con impotencia las prácticas contaminantes y la lógica capitalista en la que la ganancia prima ante todo, la salud de trabajadores y usuarios, y por supuesto, el medioambiente.

Es por ello que ya empiezan a organizarse diversas plataformas que expresan como sectores de la clase trabajadora irrumpen con voz propia dentro del movimiento climático. Es el caso de ‘Trabajador@s por el clima’ o ‘Precarixs por el clima’, iniciativas que se propone aglutinar a trabajadoras y trabajadores en torno a la lucha contra las consecuencias de la crisis climática y, sobre todo, contra quienes la han generado: los capitalistas.

“La gente trabajadora debemos asumir la tarea de potenciar el cambio ecológico”, afirma el manifiesto de ‘Trabajador@s por el clima’. Y “tampoco vamos a esperar pasivxs a que las grandes organizaciones sindicales participen del movimiento y convoquen una huelga general (…) Nosotros queremos participar en la huelga (...) y pelear en los centros de trabajo para reforzar el movimiento por el clima”, sostiene el de ‘Precarixs por el Clima’.

En otros países incluso las grandes centrales sindicales hicieron oficial la convocatoria de huelga en algunos sectores como la educación, dando cobertura legal a que muchos trabajadores pudieran ejercer este derecho. Es el caso de Italia, en donde fue el resultado de una política de exigencia a los sindicatos por parte del movimiento ‘Fridays for Future’ de ese país. Y, aunque la dirección de las centrales sindicales convocantes en estos casos no avanzara en garantizar que se realizase una huelga efectiva, quedándose en lo formal de la convocatoria, este hecho es expresión de que la cuestión climática se es cada vez más un tema sentido entre la clase trabajadora.

También tenemos el ejemplo de los trabajadores del astillero Harland and Wolff en Irlanda. Los propietarios de esta histórica fábrica, que fue donde se construyó el Titanic, se declararon en bancarrota y se disponían a cerrar sus instalaciones. Los trabajadores como respuesta tomaron la fábrica y exigieron su nacionalización y la implementación del uso de energías limpias.

Estos pequeños hechos ayudan a que muchos activistas comiencen a ver como la incorporación de la clase obrera en el movimiento climático es de una importancia estratégica para poder conseguir frenar la catástrofe ecológica. Y esto es así porque la clase trabajadora en su amplitud es el único sector social con la potencia para “torcerle el brazo” a las corporaciones y paralizar el corazón del sistema capitalista, ubicado en la producción y la distribución. Un paso inevitable para avanzar hacia la reorganización radical de la economía y la sociedad en función de las mayorías populares y el equilibrio ecológico.

Al mismo tiempo, que la clase trabajadora comience a cobrar protagonismo en las movilizaciones contribuye a poner como centro del problema a los verdaderos culpables, las grandes empresas y multinacionales, combatiendo de esta manera la idea de que todos somos igual de culpables y que la solución basta con un cambio de hábitos individuales.

Estas ideas, difundidas por Gobiernos y empresas capitalistas, y muchas veces adoptadas por las alas más moderadas e institucionales del movimiento ecologista, están por fuera de la realidad. No solo porque dentro del sistema capitalista la “libertad” que tenemos para consumir y relacionarnos con la naturaleza es limitada, sino también porque los datos demuestran que el 50% de la contaminación la genera el 10% más rico de la sociedad.

Como sostiene el activista ecosocialista Ian Angus en un artículo publicado en Contrapunto: “la idea de que la gente trabajadora no se preocupa por la decadencia y destrucción de las condiciones de vida sobre la tierra, de que están solo interesados en sus sueldos y otros asuntos económicos estrechos, es tanto condescendiente como insultante. ¿Son los trabajadores de alguna manera inmunes a los efectos del aumento de las temperaturas, a la escasez de alimentos, a nuevas enfermedades y cosas peores? Por supuesto que no. El pueblo trabajador quiere futuros decentes para sus hijos, y luchará por ello. Pero ellos no apoyarán, y no deberían, campañas que los culpen de los problemas causados por empresas y gobiernos.”

Es por ello que las y los activistas “que se propongan sumar a la clase trabajadora en la lucha –y deberían ser todos, ya que no podemos ganar de otra manera– tienen que mostrar claramente los efectos concretos del cambio climático, identificar las causas reales y proponer cambios que no penalicen a las víctimas”.

Al mismo tiempo, es necesario denunciar a las grandes empresas y Gobiernos que se suben al carro “ecológico”, intentando ubicarse como parte de “la solución” a la crisis climática. En el caso de las empresas, detrás de la política de lo que se ha llamado “greenwashing” existe un claro interés comercial. Aprovechando el aumento de la conciencia por este tema, sacan al mercado todo tipo de productos con la marca “verde” con el objetivo de aumentar sus ventas. También existe un interés en mejorar su imagen dañada en muchos casos por la enorme precarización a la que someten a sus trabajadores.

En el caso de los Estados y los Gobiernos, estos utilizan la excusa de la sostenibilidad ecológica, para descargar la crisis sobre las mayorías sociales -por ejemplo, proponiendo impuestos al CO2, al consumo de carne u otros productos que recaen especialmente sobre la clase trabajadoras- o incluso implementar brutales ajustes. Así hemos visto como Macron en Francia intentó vender el aumento del precio del combustible y sus distintas reformas antipopulares como una medida ecológica. Parecido también es el argumentario de Lenin Moreno en Ecuador que en estos momentos están desatando una amplia resistencia por parte de la población en las calles.

Para el movimiento climático es fundamental desenmascarar estos discursos, que en muchas ocasiones rayan lo reaccionario. Para ello tiene que tejer alianzas sin ningún complejo con los sectores sociales más oprimidos y explotados, que son los que más sufren las consecuencias de la catástrofe ecológica.

Por otra parte, la incorporación de la clase obrera se encuentra con un obstáculo objetivo para irrumpir de forma decisiva en el movimiento: el peso muerto de las burocracias sindicales. Por fuera de gestos vacíos, las cúpulas de los aparatos sindicales se niegan a fomentar la participación activa de la clase trabajadora en el movimiento con sus propios métodos de lucha. Así en la mayoría de países, a pesar de ser protestas con un fuerte impacto mediático y social, los principales sindicatos no convocaron una jornada de huelga en la semana por el futuro. Pero incluso en los países y sectores en donde las centrales sindicales finalmente cedieron a las presiones del movimiento y los trabajadores y oficializaron la convocatoria de huelga, como hemos visto, esta se hizo de forma pasiva sin poner verdaderamente todos sus recursos para movilizar ampliamente a la clase obrera.

La tarea de presionar y romper las trabas de una burocracia conservadora y que nunca le dio importancia a la cuestión ambiental, tiene que ser un trabajo consciente del movimiento climático. El gigantesco movimiento de mujeres ha demostrado en estos años que es posible doblar el brazo de los jefes de los grandes sindicatos, pero sólo a condición de que exista una presión efectiva desde las calles. Para ello los ejemplos que hemos citado y otros muchos que seguramente son silenciados por la gran prensa del sistema, son una muestra clara de que ya existe una pequeña vanguardia dentro de la clase obrera que no agacha la cabeza ante la pasividad de la burocracia sindical. (LID)

Por Pablo Juárez

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