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Salud Mental. Día Mundial de la Lucha Contra la Depresión, entre el ajuste y una salida necesaria

¿En qué momento se decidió que el desgano y la tristeza son síntomas de una enfermedad individual? ¿En qué momento aceptamos que rechazar los ritmos extenuantes de laburo, estar cansados del trabajo para ganancia de un patrón, odiar la vida de contar monedas y contar días hasta la fecha de cobro es un problema personal? ¿Quién dice que los dolores de salud mental son solo una cuestión personal o individual y no un producto de las relaciones sociales bajo este sistema? ¿Quién decide que estar de mal humor la mayor parte de los días en un sistema que oprime, explota y mata es solo un desajuste hormonal, existencial, neurológico?

15 de enero

Claro que portamos nuestra fisiología, nuestras estructuras neuronales y nuestra historia personal y familiar.

Algunos neurobiólogos y neuropsicólogos atribuyen la depresión a los bajos niveles de serotonina. Pero omiten una serie de cuestiones. Primero no se puede medir la serotonina presente en el cerebro. Segundo la serotonina en sangre no es indicador suficiente de su nivel en el cerebro, porque la barrera hematoencefálica no permite el paso de serotonina. Tercero no está probado exhaustiva y científicamente que los inhibidores selectivos de recaptación de serotonina, como la fluoxetina o la sertralina, tengan el efecto prometido. Aún así la venta de antidepresivos aumentó un 13% en 2021. Cuarto, y no menor, la explicación neurológica no permite entender por qué los casos de depresión aumentaron un 25% en 2008 y un 20% en 2020, años de crisis económicas y pandemia. Hay quien aduce que la serotonina baja ante el stress y la mala alimentación, pero tampoco está probado y no alcanza a explicar todos los casos. Quinto, cuando todos los psicofármacos fallan se obliga a una internación como recurso que la mayoría de las veces se prolonga por demás y tiene beneficios muy acotados.

Pero es insuficiente achacar la depresión exclusivamente a esos factores. Porque interpretar las cosas así reducidas está al servicio de despolitizar un problema social: si el síntoma es de una persona entonces el sistema de producción no tiene nada que ver; parece que así no se trata de transformar el mundo, sino de ponerse las pilas y meterle ganas a la vida. ¿Pero de verdad alguien supone que la depresión, que afecta a millones de personas al mismo tiempo no es un problema social y político? ¿O alguien supone que el aumento mundial simultáneo de los casos diagnosticados como depresión no tiene que ver con la crisis de 2008 o con la pandemia y la forma en que se vieron afectadas las relaciones sociales?

Despolitizar los padecimientos mentales es funcional a los intereses de clase: la burguesía, cada vez que se siente cuestionada, mueve sus engranajes para echarle la culpa a la naturaleza, a la estructura cerebral, al discurso. Cualquier cosa que parezca inamovible y eterna.

Y los engranajes de la burguesía son los laboratorios, las empresas de salud y las universidades que se prestan para sobre vender medicación y tratamientos o difundir una visión acotada de la salud. ¿Por ejemplo? Educar a los profesionales de la salud en técnicas y tratamientos individuales sin contemplar condicionantes ambientales, habitacionales, laborales, alimenticios; divulgar a la población tratamientos milagrosos, coaching, mindfullness o incluso neuropedagogía o cierto psicoanálisis. Una balanza injusta: cuanto más se carga las tintas sobre el individuo, menos se pone atención en las condiciones sociales.

(Pequeña nota: a pesar de que la Ley Nacional de Salud Mental 26657 habla de un sujeto social, histórico, comunitario y biológico, en las facultades argentinas se forma a profesionales que van a abordar un sujeto de una sola dimensión. O la biología, o la neurofisiología o el discurso.)

Los diagnósticos reducidos sirven muchas veces para estigmatizar, para despedir sin causa, para limitar acceso a mejores condiciones laborales. Claro que hay personas que reclaman un diagnóstico individual, porque buscan ser integradas y que sus tratamientos sean cubiertos por el sistema de salud y que no se les cierren las puertas laborales. Pero nuevamente: el problema es de las coberturas sanitarias y las condiciones laborales de contratación, no solo del individuo. Un chantaje: aceptá que sos un enfermo y sé tratado como tal o quedate por fuera. Pero así también hay personas que rechazan los diagnósticos, precisamente porque no pueden pagar los tratamientos o porque no quieren ser echados de sus trabajos.

Más difícil es investigar y tratar a la depresión como respuesta de una persona ante un sistema enfermo. Más difícil, pero permite pensar una salida colectiva y revolucionaria de transformación de las relaciones sociales y la sociedad.

Ajustes y sálvese el que tenga plata

El ajuste no es nuevo: en el país que obedece al FMI los trabajadores tienen que ajustarse el cinturón. Y ajustarse los padecimientos, porque ahora estar triste es un lujo.

Milei y su banda redoblaron la apuesta: devaluación, DNU, ley ómnibus: desregular a las empresas privadas de salud y a los laboratorios. Ya se ven los resultados: las prepagas aumentaron sus cuotas un 40 %, los fármacos para tratar la ansiedad y la depresión aumentaron un 100 % en 2 meses, los honorarios de consultas aumentaron hasta un 50 %, en salud pública siguen faltando trabajadores y servicios. Además de la pretendida reforma punitivista, estigmatizante y pro mercado que se propone en salud mental.

Todo esto es diagnóstico y está a la vista de cualquiera. Lo importante es ir más allá: frenar la lógica de mercado que considera a la salud mental un bien por el que hay que pagar. Exigir que la Ley de Salud Mental se implemente con el presupuesto adecuado (cosa que ni siquiera el kirchnerismo hizo en todos los años de gobierno). Exigir planes de estudio de las ciencias de la salud acordes a las necesidades y conocimientos actuales. Profundizar las asambleas, las marchas, los cacerolazos, el repudio generalizado. Porque una sociedad que se reúne, se organiza y marcha puede ser de todo, menos depresiva. (LID) Por Pablo Minini

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