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Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos

No va a ser esta columna ni siquiera el panegírico tardío pero merecido a Pablo Neruda. Pero el título tiene que ver con la pérdida, no sólo la que el poeta prefiguró en el andamio de su bello poema de joven estilo, sino de aquello que algunos se empeñan en llamar esperanza y que yo no dudo en que es apenas nostalgia. O "saudade", diría un brasilero. Que es la propia vida cuando se refleja, porfiadamente, en el espejo del presente.

3 de octubre de 2008| copenoa |

Vengo observando las veleidades de los gobiernos que nos tocan y las caprichosas irresponsabilidades de las gentes que, tardíamente, exigen lo que les corresponde pero recién luego de los vapuleos innobles al mantel de la familia, en donde los hijos ya están aprendiendo a recoger las migajas.

Y vienen, necesariamente a mi memoria, aquellas páginas del "Diario de la Guerra del Cerdo", de Adolfo Bioy Casares, donde llegar a la cincuentena de edad era un perjuro de vida: la nueva sociedad debía abominar a los "viejos" de cincuenta para arriba. O me imagino al Eternauta, con la savia de Hugo Oesterheld, recorriendo los tiempos en busca de lo que perdimos. ¿Qué otra cosa, sino, detectaron los dictadores para desaparecerlo al padre del Eternauta?
Oesterheld no está. Bioy tampoco. Pero la Guerra del Cerdo está tan vigente como entonces, aunque ya no seamos los mismos. Porque ahora somos el presente de nuestro pasado en el que pensábamos en futuro. Comenzamos a ser viejos.

Y entonces, Mauricio Macri decide que los que tengan más de sesenta, ya no sirven. Como en la historia de Bioy Casares, pero con la maldita realidad a cuestas. Es decir, la ficción del arte otra vez superada por la vida. Cristina Fernández, la mujer presidente (agrego lo de mujer porque no me animo a palabra tan horrenda como "presidenta"), ha logrado lo que su marido ex presidente quería (no sé, en verdad que agregué aquí: si "marido" o "ex presidente"), fundir en el presente la historia que nos hicieron soñar con la perversión de los dueños de las pesadillas.
Una ley les dice a los viejos que deben sacar cuentas con un doctor en matemáticas para poder acceder a un salario que ni siquiera los dignifica: los engaña como a bestias de engorde para el sacrificio. La ley de movilidad jubilatoria completa lo que Macri concreta. El círculo comienza a cerrarse.

El Salta, el gobernador Urtubey es el símbolo del diario de Bioy. Una matemática más simple remite a los jubilados del ’95 para acá a percibir algo que llaman "amor" y que, en la práctica, no es más que un subsidio vergonzante con el tufillo (a esta altura de los tiempos, decepcionante) de una campaña política inútil, personalista, demagógica y estúpida. Ahora mismo, inclusive, Urtubey no sabe, siquiera, a quién pagarle qué cosa: si a los jubilados de más de 75 y a los pensionados de la misma edad, o solamente a los jubilados y los otros, que se jodan, o algo así. El desbole de la pendejada.

Bioy, Oesterheld, Neruda y/o Salvador Allende, imaginaron lo que no debían. No era necesario siquiera pensarlo. El futuro nos trajo a Macri, a Cristina, al rompebolas de su marido, a Urtubey a quienes, con el acompañamiento de los de derecha, de izquierda, de frente march o lo que sea (Norita, Morello, De Vita, o el "Che", qué más da) nos desgajaron el tiempo y nos achicaron la sangre. Ahora, somos despojos de lo que seremos.

Los viejos salieron a las calles a protestar. Tarde, es verdad. O como siempre. En otro lado (en otros lados), hay gentes que creen en el futuro pero protestan contra el presente que no los deja avanzar. Ya están hipotecando el pulso del corazón. Cuando lleguen a viejos quizás no estén éstos que hoy están, pero los jóvenes que hoy reivindican haber trabajado para los partidos políticos que gobiernan y que los han olvidado, se han de convertir en las víctimas de la ficción de Bioy o de la realidad de Macri y Cristina o sus derechohabientes.

Desde el púlpito, para el día del Milagro, un nuevo jerarca de la Iglesia acercará un padrenuestro en el que nadie creerá, el Eternauta se irá, cansado de tantos giles sueltos y Discepolín, al lado de la Biblia, nos dirá, llorando, los versos de Neruda: "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos" ,

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