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Milei con Tucker Carlson: atacar al comunismo para defender a los grandes ladrones capitalistas

La media hora de diálogo entre Tucker Carlson y Javier Milei ofreció no pocos comentarios delirantes. El más absurdo podría ser aquel que ligó el negacionismo del cambio climático con el rechazo al derecho al aborto. El candidato llegó a afirmar que -en la lógica de quienes denuncian la destrucción ambiental- opera un razonamiento tipo: “Como los humanos le hacen mal al planeta, hay que promover el asesinato de personas en el vientre de la madre”.

18 de septiembre de 2023

Aquí y en todo el mundo, la derecha reaccionaria y fascistoide construye un discurso conspiranoico, plagado de asociaciones incoherentes. Solo eso permite ubicar en el mismo “bando comunista” a figuras tan ajenas a esa idea como Rodríguez Larreta o el papa Francisco. La efectividad discursiva está en relación directamente proporcional con el fracaso de las grandes coaliciones políticas capitalistas. En estos pagos, el crecimiento electoral de Milei es inseparable de ocho años de ajuste persistente, con macrismo y Frente de Todos.

La furia virulenta contra aquello (mal) entendido como comunismo es, a la vez, defensa activa de los verdaderos grandes ladrones que habitan la sociedad: los capitalistas. En su verborragia, Milei pide “un fuerte compromiso de todos los creadores de riqueza para luchar contra el socialismo, con el estatismo”. En este esquema mental, los “creadores de riqueza” son los grandes empresarios, a los que -casi rogando- les pide “invertir en los defensores de las ideas de la libertad para que los socialistas no puedan avanzar”.

La riqueza, sin embargo, es una creación social, no individual. El mito del emprendedurismo se alimenta de la fantasía del individuo aislado, dotado de pura iniciativa creadora. La realidad es bastante más pedestre: la inmensa mayoría de quienes “triunfan” en el mundo de las inversiones capitalistas llega arrastrando herencia o fortuna. El capital crea más capital.

Al mismo tiempo, el movimiento de ese capital es imposible sin la convergencia de miles de manos, brazos, cerebros y cuerpos. Lo habían advertido, hace tiempo, los jóvenes Marx y Engels. En el Manifiesto Comunista sentenciaban que “ser capitalista significa asumir no solo una posición puramente personal, sino también una posición social en la producción. El capital es un producto colectivo; no puede ser puesto en movimiento sino por la actividad conjunta de muchos integrantes de la sociedad y, en última instancia, a través de la actividad conjunta de todos los miembros de la sociedad. El capital no un poder personal, es un poder social” [1].

Ejemplifiquemos. No hay fortuna para Marcos Galperin sin la labor activa de decenas de miles de trabajadores y trabajadoras, que ejecutan cotidianamente tareas a nivel financiero, informático, técnico y logístico. No la hay -agreguemos- sin millones de personas ejecutando permanentes operaciones de compra y venta de multiplicidad de mercancías, creadas -por otros cuerpos y otros cerebros- en diversidad de tareas precedentes.

Las verdaderas y los verdaderos “creadores de riqueza” son quienes manejan esa compleja maquinaria productiva. Miles de millones a escala mundial. Garantes -como se vio en pandemia- del funcionamiento económico de la sociedad. La clase trabajadora, en resumen.

No hay capital en movimiento sin trabajo asalariado sustentándolo. La sustancia de la ganancia capitalista sigue siendo el trabajo no pago: la vieja y conocida plusvalía. Las formas de precarización laboral -ligadas en muchos casos al potente desarrollo tecnológico- solo hacen más velados esos mecanismos de robo; no los eliminan.

Aquellos a quienes ruega apoyo Milei, los grandes capitalistas, son, en realidad, verdaderos grandes ladrones de la riqueza producida por manos ajenas. Ese robo se materializa como resultado de la propiedad privada de los grandes medios de producción: industria, servicios, transportes, bancos y un largo etcétera. Esa compleja maquinaria social, que se articula a través del esfuerzo colectivo, produce una riqueza que termina apropiada por pocas -cada vez menos- manos.

Salgamos de los conceptos. Pasemos a los datos que tanto fascinan al mundo libertariano. Un informe reciente del centro Cifra estima en más de USD 100 mil millones la transferencia de riqueza que se produjo desde la clase trabajadora al gran empresariado. Ese monto se concentra en ocho años: las gestiones de Juntos por el Cambio y el Frente de Todos garantizaron ese colosal saqueo.

Ese robo equivale a prácticamente dos veces la deuda de Argentina con el FMI. Se puede equiparar, en otro registro, a un vehículo cero kilómetro de gama baja para cada trabajador. Los grandes ladrones capitalistas le robaron un auto nuevo a cada uno de los verdaderos productores de riqueza.

El socialismo y los intereses individuales

En la entrevista, citando a su manera a Hayek, Milei también atacó al socialismo diciendo que “es necesario que las personas que lo hagan deban ser omniscientes, omnipresentes y omnipotentes. Es decir, creen que son dios”.

Detrás de los exabruptos del candidato, la lógica de la argumentación se reduce a afirmar que, en una sociedad de productores individuales con sus propios intereses y fines, no puede existir un cálculo general que habilite la planificación centralizada de la economía.

Hayek -emblema liberal que se animó a los consejos económico al dictador Pinochet- decía que “el conocimiento de las circunstancias que debemos utilizar no se encuentra nunca concentrado ni integrado, sino que únicamente como elementos dispersos de conocimiento incompleto y frecuentemente contradictorio en poder de los diferentes individuos (…) Se trata más bien de un problema referente a cómo lograr el mejor uso de los recursos conocidos por los miembros de la sociedad, para fines cuya importancia relativa sólo ellos conocen.” [2]

La definición parte de una premisa falsa: la absoluta disociación entre los fines e intereses de los diversos individuos. Es decir, la individualización de la sociedad hasta el punto de disolver intereses colectivos.

Sin embargo, la producción global es social. Existe, en los hechos, una gigantesca cooperación social entre multiplicidad de individuos. Al mismo tiempo, al interior de esa producción socializada, diferentes roles definen intereses disímiles; hasta opuestos. Simplifiquemos para ilustrar: el capitalista tiene el interés de maximizar su rentabilidad; el trabajador de maximizar su salario. La relación estructural entre esos dos intereses es antagónica. En tiempos de crisis económica y social se tornan abiertamente contrapuestos; la pérdida de uno es la ganancia del otro.

Socialmente, la clase trabajadora se enfrenta a la clase capitalista como colectivo. El origen histórico de los sindicatos radica en esa necesidad asociativa para perseguir fines comunes. La degeneración de las organizaciones sindicales -resultado de un proceso histórico de burocratización- degrada esa capacidad de resistencia o lucha colectiva. Los liberales aplauden el debilitamiento sindical porque aporta a fortalecer el poder relativo del capital. Eso no le impide a Milei reunirse con íconos de la casta sindical como Gerardo Martínez o Luis Barrionuevo.

La premisa de Hayek absolutiza un aspecto de la realidad Resulta evidente que, al interior de cualquier colectivo o clase social, existen intereses o fines individuales. El marxismo nunca lo ha negado. Otra cosa son las caricaturas mecanicistas creadas en décadas de predominancia stalinista. Sin embargo, la operación del pensamiento liberal-libertariano consiste en absolutizar esas particularidades, desvaneciendo diferencias sociales reales. En ese simplificado mundo conceptual, Paolo Rocca es equiparable a una empleada de casas particulares que trabaja en la informalidad.

Libertad y planificación democrática

La experiencia histórica del stalinismo construyó la imagen de un eventual sistema comunista como un Estado totalitario. La perspectiva de pensadores y dirigentes revolucionarios como Lenin o Trotsky era opuesta: una sociedad emancipada de toda explotación y opresión, basada en la asociación libre y consciente de productores y productoras [3].

Contra lo que afirma Milei, el comunismo no implica una sociedad de planificadores omnipotentes y omniscientes. Significa, al contrario, convertir la cooperación social existente en un proceso consciente y democrático. Implica coordinar y articular múltiples voluntades, desde abajo, a partir del debate libre de ideas, con la participación activa de las más amplias capas de la población. Sin esa condición, que puede materializarse a través de diversidad de organismos de autoorganización de masas, no hay desarrollo socialista posible.

Ese desarrollo requiere, como primer paso, el triunfo revolucionario de la clase trabajadora. La conquista del poder político en un país debe funcionar como parte de un proceso que se extienda internacionalmente. En esas condiciones, la creciente socialización de la riqueza producida colectivamente satisfaría multiplicidad de demandas y necesidades. En una sociedad de este tipo empezarían a desvanecerse los intereses antagónicos nacidos de la desigualdad social. Se abriría el camino para el fin de todas las formas de opresión, hoy funcionales a la dominación social y política. No habría, tampoco, oposición entre los fines particulares y los colectivos: el desarrollo y la realización personal serían parte esencial del desarrollo del conjunto. Dejada atrás la necesidad de regimentar las relaciones entre las personas, el Estado se volvería innecesario.

Tiene sentido que Milei vomite furia contra el socialismo y les socialistas. Es el defensor más decidido de los grandes ladrones de la riqueza ajena, los capitalistas. Ataca, lógicamente, a quienes proponemos terminar con ese saqueo ejercido contra la inmensa mayoría de la sociedad. A quienes defendemos y militamos por la perspectiva de una sociedad emancipada de toda explotación y opresión. Una sociedad donde la libertad sea efectiva para la humanidad toda, no el beneficio de pertenecer a una minoría socialmente parasitaria. (LID) Por Eduardo Castilla

[1] Manifiesto Comunista, p. 31.

[2] Hayek, Friedrich, El uso del conocimiento en la sociedad.

[3] Ese estadio social no puede llegar de inmediato tras derribar el capitalismo. Presuponía un período de extensión de la revolución socialista a escala internacional y una creciente integración política y económica entre los nacientes Estados dirigidos por la clase trabajadora.

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