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El sueño vigente de la derecha y un ajuste oficialista funcional al olvido

Cuando llegó al país la bronca, un poco, se le había pasado. Después de algunas semanas en Europa, su idea era pasar primero el viernes por Santiago de Chile y desde ahí regresar a la Argentina para meterse de lleno en los problemas del año electoral. El plan, sin embargo, falló y tuvo que excusarse con sus amigos del Grupo Libertad y Democracia. Después de maldecir el “pésimo servicio” de British Airways que lo dejó varado en Madrid, les avisó que finalmente tendría que participar del evento de forma virtual desde una sala VIP del aeropuerto de Barajas. Aún así, el contratiempo no le impidió a Mauricio Macri, vía Zoom, despotricar contra el populismo. Lo escucharon con atención otros referentes de la derecha hispanoparlante como Sebastián Piñera, Guillermo Lasso, Mariano Rajoy, Iván Duque y Vicente Fox, entre otros. Costó pero se pudo.

23 de marzo de 2023

Las cosas en Argentina, sin embargo, irían mejor. Mucho mejor, podría decirse. Haciendo una mirada retrospectiva, quizás ni él se imaginaba el 12 de agosto de 2019 que su figura conservaría, casi cuatro años después, un peso decisivo en la política nacional. Aquel día, con pocas horas de sueño encima y mal aspecto, sus mensajes eran confusos y erráticos, propios de una crisis profunda. Su proyecto político -y su comunicación- parecían al borde del knock out y sin retorno después de la paliza electoral que había recibido en las PASO el día anterior. En estado de shock, su discurso en los medios oscilaba entre echarle la culpa de lo sucedido a los votantes y al kirchnerismo, mientras usaba el terror económico para amedrentar con las consecuencias que habría si él no conseguía la reelección: ese día el peso se estaba volviendo a devaluar a gran velocidad, el riesgo país escalaba y la bolsa anotaba una caída histórica.

Sin embargo, casi cuatro años después, las cosas han cambiado y han vuelto a dar un giro que merece ser analizado. La resiliencia de un proyecto político que perdura a pesar de haber tenido muy malos resultados es uno de los temas por los cuales se interrogan Mariana Gené y Gabriel Vommaro en un libro de reciente aparición, El sueño intacto de la centroderecha y sus dilemas después de haber gobernado y fracasado.

Apelando a una metáfora deportiva, los autores dicen que “en el fútbol se dice que un equipo ´hizo negocio´ cuando, a pesar de un mal resultado, queda en buena posición para lo que viene”. Desde ahí repasan algunos números de la gestión nacional de Cambiemos para introducir a la pregunta sobre la aparente contradicción entre ellos y su vigencia actual como fuerza electoral competitiva. Gené y Vommaro repasan que el gobierno de Macri dejó el poder con una inflación del 53,8 % (la más alta hasta entonces desde 1991); con un 35,5 % de la población en situación de pobreza; una desocupación de casi dos dígitos (9,2 %); un saldo negativo de crecimiento económico durante los cuatro años de mandato; un aumento vertiginoso del endeudamiento público; y un fracaso en el objetivo de aumentar la inversión privada. Dicho de otro modo, son las cifras que muestran un resultado negativo de todas las promesas de campaña que habían hecho en 2015: ni pobreza cero, ni lluvia de inversiones, ni bajar la inflación de taquito, ni revolución de la alegría. Más bien, todo lo contrario.

Sin embargo, ese fracaso inapelable no arrojó al macrismo al basurero de la historia, y eso merece ser explicado. “En la Argentina de los últimos tiempos, donde los problemas se arrastran en lugar de resolverse, ningún proyecto político es duradero, pero todos permanecen latentes y con chances de ser reflotados ante la mala performance del adversario”, afirman Gené y Vommaro, para después profundizar en lo segundo: “Los años inestables y tumultuosos que tuvieron lugar desde 2019 hasta el presente, de la mano de la pandemia y la gestión fallida del gobierno peronista, volvieron a emplazar a Juntos por el Cambio en un lugar expectante que muchos observadores estimaban improbable cuatro años atrás”.

Macri fracasó, sí, pero después... pasaron cosas.

Un Gobierno funcional a la derecha
Es cierto. El Macri que volvió el lunes a la Argentina no tiene la potencia electoral que supo tener en 2015. El fracaso de su Gobierno no solo lo hace dudar sobre sus chances de buscar él personalmente un segundo tiempo, sino que también alimentó el desarrollo de un fenómeno a la derecha de la derecha como es el de Javier Milei que cuenta con una importante intención de voto. A la par, por primera vez el PRO dejó de tener un comando único y florecen las disputas internas entre halcones y palomas. También el radicalismo, otrora desvalorizado dentro de la alianza Cambiemos, busca levantar cabeza y subirse el precio. Las secuelas del fracaso del primer tiempo están a la vista.

Todo eso es verdad, pero no invalida el hecho de que, después de casi cuatro años de Gobierno peronista, y aunque el escenario aún es muy volátil e incierto, hay chances reales de que alguna variante de estas derechas esté a la cabeza del próximo Gobierno. Ni tampoco anula la comprobación de que Mauricio Macri sigue siendo un actor de peso y su apoyo es codiciado para inclinar la balanza hacia un lado u otro de las disputas internas de Juntos por el Cambio. Claro que una cosa sería ganar las elecciones - si es el caso- y otra gobernar e implementar sus planes. Volveremos sobre esto último.

No fue magia. La pérdida de caudal electoral del peronismo (que ya le provocó la derrota en las legislativas de 2021), el peso que aún conserva Macri en la escena política después de haber orquestado bajo su Gobierno un plan de saqueo ilegal del país y miseria planificada, y la emergencia de los libertarios, se explican en parte por una gestión de un Frente de Todos que incumplió todas y cada una de sus promesas. La altanería discursiva que aún perdura en Macri se basa también en el hecho de que los números del fracaso de su Gobierno no hicieron más que empeorar bajo el Gobierno siguiente: la pobreza es hoy más alta, al igual que la inflación, mientras que el deterioro del poder de compra del salario no hizo más que profundizarse. Más aún: la deuda fraudulenta que dejó el macrismo fue legitimada por el peronismo que decidió honrar ese compromiso y no el que tenía con sus votantes. La heladera no se llenó, pero las arcas de los especuladores del capital financiero sí.

Si se trata de poner justificativos, el libreto disponible ofrece varios. Que la pandemia, que la guerra, que el Silicon Valley Bank o la sequía. Sin embargo, ese relato no cierra siquiera internamente: las disputas dentro del Frente de Todos en los últimos dos años no hicieron más que florecer y dar cuenta, distorsionadamente, de que el problema está en las políticas implementadas frente a esos problemas reales. En el debate interno del peronismo, ni unos ni otros presentan una alternativa distinta que no implique administrar y aplicar la herencia macrista, en vez de cuestionarla en los hechos, no solo de palabra. La muestra más evidente del doble discurso está a la luz y a la vista de todos: el kirchnerismo, supuesta ala crítica del espacio, está hoy apoyando el ajuste de Sergio Massa, el hombre manos de tijera.

A la hora de publicar esta columna la situación es grave e incluso susceptible de empeorar. La inflación permanece en niveles muy altos, las reservas del Banco Central caen, el riesgo país sube y los dólares paralelos elevan su cotización. La actividad económica, que venía creciendo en los últimos dos años, se está frenando. Las presiones devaluatorias están a la orden del día. Ante ese panorama, Massa intentó en las últimas horas un manotazo de ahogado: implementar un nuevo robo a los jubilados entregando bonos de ANSES en dólares a los bancos y fondos de inversión, cambiándolos por bonos en pesos. Hacen peligrar por la vía de la pesificación las reservas que tiene el Fondo de Sustentabilidad de ANSES. Un robo escandaloso está en marcha para priorizar, una vez más, la sumisión al régimen del FMI. Entre los jubilados y los bancos, otra vez sopa.

Pero el debate va más allá de la coyuntura. El peronismo en todas sus variantes no solo ha frustrado las esperanzas que había generado en millones, sino que eso genera a su vez mejores condiciones para el retorno de la derecha al poder. Sin embargo, esa derecha que se prepara para gobernar está llena de debilidades, no solo por sus divisiones internas, sino también porque no está demostrado que la cierta derechización que existe en el debate público tenga como correlato mecánico la real existencia de un consenso social para aplicar sus planes de más ajustes y reformas estructurales después del 10 de diciembre, si le toca administrar el virreinato del FMI en reemplazo del Frente de Todos.

Como sucede en distintos lugares del mundo, las democracias degradadas dan lugar a gobiernos débiles sin hegemonía para aplicar sus programas. Las construcciones electorales en base a consensos negativos hacen que lo que sirve para ganar comicios, no necesariamente sirve para gobernar. En Argentina, un peronismo en crisis, Juntos por el Cambio con chances pero dividido internamente y un ascenso libertario que se basa en gran medida en la bronca contra el fracaso de los sucesivos gobiernos, configuran un panorama que hacia los próximos años -si no estalla antes, y eso podría pasar este mismo año- puede combinar crisis política, económica y lucha de clases.

Ante este escenario, en nuestro país lo que ocultan los grandes medios es que la izquierda se prepara con fuerza para intervenir en esa disputa y empalmar con el legítimo descontento de millones que sufren una crisis ya demasiado larga y no encuentran ninguna esperanza dentro de los partidos y coaliciones del régimen. Partiendo de una acumulación militante de miles en lugares de trabajo, estudio y barrios, pero también contando con referentes conocidos a nivel nacional, la izquierda apuesta a intervenir con fuerza en las luchas de hoy contra el ajuste -mientras los burócratas del Frente de Todos dejan pasar todo-, pero también disputar el descontento con la crisis, debatir las conclusiones de los fracasos que nos llevaron hasta acá y ofrecer un programa de salida por izquierda que cuestione el dominio capitalista del país que condena al atraso y la dependencia. Contra los planes de unos y la resignación cómplice que promueven otros, este 24 de marzo demostremos nuestra fuerza y nuestras perspectivas en las calles. (LID) Por Fernando Scolnik

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