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Apuntes sobre peronismo, Estado y lucha de clases

Al momento de cerrar este artículo se han ido conociendo algunas de las primeras medidas y se especula sobra otras que se conocerán en los próximos días.

15 de diciembre de 2019| Juan Dal Maso |

Desde la óptica del nuevo oficialismo, la colaboración entre todos los sectores de la sociedad argentina es la única forma de resolver los acuciantes problemas que tenemos. Esto supone una organización de consensos que limite los conflictos –que en la retórica oficial se reconocen como pujas distributivas que hay que clasificar entre prioritarias y no prioritarias– para atacar el hambre como problema inmediato, a tono con la orientación de la Iglesia Católica y especialmente del Papa.

Aunque Alberto Fernández no se privó de algunos destellos “alfonsinistas” o “renovadores” que hacen recordar un poco a la revista Unidos, temas como el Nuevo Contrato de Ciudadanía Social para el Desarrollo, y especialmente el Consejo Económico y Social para el Desarrollo, son más menos clásicos del peronismo y su modo de pensar las relaciones entre sociedad y Estado. Estos temas fueron a su vez parte de las polémicas entre el kirchnerismo y la izquierda a propósito de cómo enfrentar al macrismo. Continuaron en la contraposición entre el “cambio pacífico de gobierno” en Argentina y la “revuelta violenta” en Chile y ahora vuelven a propósito de qué hacer con la "herencia" del macrismo. Mejor dicho, no son temas en plural, aunque se trate de distintos problemas, sino del mismo y único tema: la relación entre política y lucha de clases, o mejor dicho, entre el peronismo y la lucha de clases, lo cual remite a una concepción del Estado.

Para trazar algunos apuntes sobre este tema en la actualidad, nos remontaremos un poco al pasado. Veremos que no se trata de un tema doctrinario sino de política concreta.

Perón: el “perfecto equilibrio” del Estado

En su discurso del 25 de agosto de 1944 en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, Perón trazó los lineamientos clásicos del peronismo ante la cuestión de la lucha de clases. Sin negar en ningún momento su existencia, consideraba que la continuación de la lucha entre el capital y el trabajo podía llevar a la guerra civil, con altos costos para las dos partes, pero sobre todo para aquella que más tenía para perder (o sea los empresarios). Ceder un 30 % de las ganancias en función de preservar una relación armónica con la clase trabajadora era una política razonable. Y más razonable era si se tenía en cuenta el teatro de operaciones de un mundo convulsionado por la Segunda Guerra Mundial, con posibilidades de que una gran parte de Europa quedase “dentro del anticapitalismo panruso”. Si bien en América Latina iban a quedar países capitalistas, si se miraba desde Argentina a los países vecinos, el panorama era preocupante:

Chile es un país que ya tiene, como nosotros, un comunismo de acción de hace años; en Bolivia, a los indios de las minas parece les ha prendido el comunismo como viruela, según dicen los bolivianos; Paraguay no es una garantía en sentido contrario al nuestro; Uruguay, con el “camarada” Orlof, que está en este momento trabajando activamente; Brasil, con su enorme riqueza, me temo que al terminar la guerra pueda caer en lo mismo. Y entonces pienso cuál será la situación de la República Argentina al terminar la guerra, cuando dentro de nuestro territorio se produzca una paralización y probablemente una desocupación extraordinaria; mientras desde el exterior se filtre dinero, hombres e ideologías que van a actuar dentro de nuestra organización estatal, y dentro de nuestra organización del trabajo.

Frente a este escenario, Perón consideraba posible y sobre todo necesario organizar a la clase trabajadora bajo la órbita del Estado porque las “masas inorgánicas, abandonadas, sin una cultura general, sin una cultura política, eran un medio de cultivo para esos agitadores profesionales extranjeros”. Nótese de paso que esta parece una especie de “hipótesis Germani” pero al revés.
Esa era la tarea de la Secretaría de Trabajo y Previsión, a la que Perón llamaba a sumarse a los representantes del sector empresarial, explicándoles el error garrafal que implicaba tener miedo del sindicalismo: el problema no era el sindicalismo gremial sino el “sindicalismo político”:

Sindicatos que están compuestos por socialistas, comunistas y otras agrupaciones terminan por subordinarse al grupo más activo y más fuerte. Y un sindicato donde cuenta con hombres buenos y trabajadores, va a caer en manos de los que no lo son: hombre que formando un conjunto aisladamente, no comulgarían con esas ideas anárquicas. De ahí que es necesario que todos comprendan que estas cuestiones, aun cuando algunos consideran al sindicalismo una mala palabra, en su finalidad, son siempre buenas, porque evita, casualmente, los problemas creados y que son siempre artificiales.

Entonces, Perón reconocía la lucha de clases pero dentro de ciertos límites: su curso natural debía desembocar en un acuerdo con la patronal en función de ciertas mejoras guiadas según un criterio de “justicia”, que se asociaba a una noción de “equilibrio”, el cual se definía en función de una suerte de armisticio en el que ambas partes cedían un poco de lo que pretendían. Los patrones ganaban menos pero obtenían a cambio mayor estabilidad, los trabajadores no ganaban tanto como querían pero más de lo que pretendían los patrones. Por eso Perón decía:

… de un lado, me han dicho que soy nazi, de otro lado han sostenido que soy comunista; todo lo que me da la verdadera certidumbre de que estoy colocado en el perfecto equilibrio que busco en la acción que desarrollo en la Secretaría de Trabajo y Previsión.

Los acontecimientos posteriores, algunos realmente extraordinarios, son conocidos. Destaquemos especialmente la manifestación masiva del 17 de octubre de 1945 y las elecciones de 1946 con el lema “Braden o Perón”, que terminaron de unificar la política de regulación de la lucha de clases con una identificación de la clase obrera con el “movimiento nacional”. Recordemos de paso que al traicionar la huelga de la carne en 1943 para no perjudicar a las potencias aliadas en la guerra, el Partido Comunista había perdido influencia en el movimiento obrero, lo cual pegaría un salto en 1946 con su participación en la Unión Democrática (o sea del "lado Braden” de la confrontación).

Ya en su rol de presidente, Perón intentó exponer los “fundamentos filosóficos” de esta concepción del Estado y su relación con las clases en su discurso de cierre del Congreso de Filosofía realizado en la Universidad de Mendoza en 1949. La noción de comunidad era la base para la comprensión del Estado como un “organismo super-individual” que según la concepción aristotélico-tomista tenía como función la “educación del individuo para una vida virtuosa”, capaz de buscar la armonía entre la colectividad y la individualidad (a tono con la “tercera posición" entre capitalismo y comunismo).

Del equilibrio a la reacción

La burguesía y el imperialismo no aceptaron el "equilibrio perfecto", promoviendo el golpe de 1955, proscribiendo al peronismo y dando lugar a un largo proceso de lucha obrera conocido como la Resistencia peronista, que luego desembocó en los grandes "azos" de fines de los ‘60 y principios de los ‘70. Surgieron a su vez distintas corrientes que se reivindicaban parte del peronismo pero tenían concepciones muy diferentes de lo que este significaba. Por ejemplo, un peronista de izquierda como John William Cooke ya alertaba en 1959:

... la lucha de clases existe y no se trata, como sostiene la reacción, de un invento comunista. El marxismo ha analizado el problema, pero no lo ha creado, porque la lucha de clases no es una teoría sino un hecho [...] Es algo concreto, resultante de la estructura económica. Por lo tanto, querer solucionar los problemas de ella derivados por medio de fórmulas conciliadoras es creer en la magia negra y ser tan reaccionario como los que niegan su existencia.

Cooke adelantaba uno de los grandes problemas de todas las variantes de peronismo de izquierda o de corrientes socialistas que pretendieron "radicalizar el peronismo desde dentro". Las tentativas de transformarlo en un movimiento que desarrollase la lucha de clases, en lugar de regularla, se chocaban según él con "pequeños macarthys infiltrados en el movimiento popular". Resultaron no ser tan pequeños, y sobre todo consideraron que los "infiltrados" eran otros. Por otra parte, antes de que se desarrollara en toda su profundidad el enfrentamiento entre izquierda y derecha peronista en los años ‘70, se había dado un fluida relación entre el burócrata sindical Augusto Timoteo Vandor y el gobierno de Onganía, que asemejaba en la óptica de la burocracia sindical una tentativa de "Comunidad Organizada".

La masacre de Ezeiza en junio de 1973, la expulsión de Montoneros en el acto de 1.° de mayo de 1974, la conformación y el accionar de la Triple A, dieron curso al desarrollo de una violencia paraestatal organizada desde el propio Estado a tono con una parte del viejo discurso de Perón en la Bolsa de Comercio:

Indudablemente eso repugna siempre al espíritu el tener que salir a pelear en la calle con el pueblo, cosa que solamente se hace cuando no hay más remedio y cuando la gente quiere realmente la guerra civil. Cuando ello ocurre, no hay más remedio que llegar a ella; y entonces la lucha es la suprema razón de la disociación.

La "burguesía nacional" –llamada en la retórica peronista a una decidida participación en la liberación nacional–, dicho sea de paso, acompañó las soluciones de orden, brindando pleno apoyo no solo a la represión paraestatal sino también posteriormente a la dictadura militar.

Estado como aparato y Estado integral

La concepción marxista del Estado y la lucha de clases es opuesta a la del peronismo. No considera que el Estado represente una comunidad, que puede unificarse por un bien común, sino que le asigna un carácter de clase.

Marx fue llevando adelante una complejización de sus posiciones respecto del Estado burgués, en función precisamente de las experiencias de lucha de clases que le tocó vivir. En 1848 definió al Estado moderno como una “junta que administra los intereses comunes de la burguesía” en el Manifiesto Comunista, al mismo tiempo que definía a la lucha de clases como el motor de la historia.

Sus posteriores análisis sobre el período 1848-1850, el ascenso de Napoleón III y la conformación del Estado burgués en Francia, le permitieron captar la existencia de fenómenos específicos como los del bonapartismo y señalar la posibilidad de que existieran liderazgos políticos que sin dejar de tener una orientación de clase, intentaban oficiar de árbitros entre ellas. Pero estos fenómenos no modificaban el carácter de clase del Estado, cuya función principal consiste en mantener el orden social a favor de la clase dominante. Pero lo que sobre todo pudo analizar Marx fue la tendencia al desarrollo de un fuerte aparato represivo. Ese mismo aparato represivo fue el que Marx convocó a destruir para poder consolidar la dominación política de la clase obrera cuando trazó su balance de la Comuna de París en La guerra civil en Francia.

Estos temas fueron retomados por el marxismo en el siglo XX, primero en las reflexiones de Lenin planteadas en El Estado y la revolución y posteriormente ante los cambios en las formas estatales que se dieron en el período de entreguerras primero y en la segunda posguerra después. La emergencia de movimientos de masas que salían de los marcos de la democracia parlamentaria y pretendían cambios revolucionarios llevó a los Estados a buscar formas de regulación (como las que propuso Perón en su discurso de 1944) a través de su extensión a los ámbitos en los que antes no tenía injerencia, especialmente los sindicatos y partidos obreros. Estos temas fueron analizados especialmente por Trotsky a propósito de la estatización sindical y por Gramsci en sus reflexiones sobre el Estado integral. Sin dejar de tener un “núcleo duro” en el aparato represivo o sin abandonar su rol de "administrar los negocios comunes" de la clase dominante, el Estado se hacía más complejo y extenso. Buscaba organizar un consenso activo en las masas populares, reconociendo a su modo sus demandas pero al mismo tiempo regimentándolas. Y aquí juega un importante papel la burocracia sindical que hace de "sociedad civil" cuando "consigue" algún aumento de salario y de Estado cuando actúa como banda paraestatal al servicio de la represión directa, como lo vimos en distintas ocasiones de la historia argentina.

"Grietistas" y "agonales": las dificultades para "radicalizar" el peronismo

Después de diciembre de 2017 se abrió un debate entre el kirchnerismo y la izquierda, que repone en muchos aspectos esta cuestión de la relación entre Estado y lucha de clases en un nuevo contexto. La contundente acción de masas del 14 y el 18 de diciembre de ese año impidió que Macri avanzara en nuevas reformas, que tuvo que guardar en el freezer (especialmente la muy anunciada reforma laboral). El gobierno de Macri pasó a una línea de evitar las "batallas campales" e instrumentar ataques puntuales y sectoriales, que en el contexto abierto por diciembre podrían haberse enfrentado buscando unificar los distintos escenarios de lucha en nuevo episodios de la movilización nacional de la clase trabajadora y los sectores populares para derrotar el plan del gobierno. La consigna ultraconservadora de "Hay 2019", que algunos festejan como la clave de un "cambio tranquilo", también fue una de las claves que permitió a Macri acentuar la catástrofe social, profundizar la recesión y dejar el país endeudado hasta el cuello, para luego perder las elecciones. Mientras se evitaba enfrentarlo en la coyuntura concreta, se convocaba a un futuro mejor, que ahora el nuevo gobierno presenta muy cautelosamente por la dificilísima situación económica y social que atraviesa la Argentina, en un contexto de nuevas e intensas experiencias de la lucha de clases a nivel internacional, derechas golpeadas en algunos lugares pero que intentan golpear con fuerza en otros y problemas económicos para los países exportadores de materias primas, con la deuda impagable como amenaza directa sobre los destinos del país.

En una artículo anterior a la designación de Alberto Fernández como candidato a presidente, Martín Cortés denunciaba el "consenso anti-grieta" y señalaba que "la grieta" remitía a una "fractura estructural", que no se podía cerrar porque es una forma de la política que procesa una guerra subyacente y concluía:

... No es una guerra abierta, sino jugada en las formas de metaforizarla políticamente, y eso requiere mucha agudeza y astucia. Es también una guerra en el marco de la cual las fuerzas populares fueron capaces de producir, en buena parte de América Latina, grandes momentos de experimentación democrática. Esos momentos de algún modo precipitaron las formas más crueles y actuales de revancha, porque fueron percibidos como brutales agresiones. La confrontación está: parece más interesante, política y democráticamente, asumirla en toda su densidad, que pretender que se pacifique. Por eso es fundamental la revisión de los propios problemas, errores, insuficiencias. Pero, antes, hay que elegir lado.

Estoy casi seguro de que el autor no imaginaba varias de la cosas que ocurrieron después, empezando por la designación de Alberto Fernández como candidato a presidente. Sin embargo, el modo en que se constituyó el Frente de Todos y especialmente el discurso "anti-grieta" de Alberto Fernández al momento de asumir parecerían sugerir no solamente una importante contradicción entre las expectativas de la izquierda kirchnerista y la orientación que pretende tomar el nuevo presidente, sino sobre todo un cuestionamiento a la idea de que el "Hay 2019" iba a ser una especie de "continuación de la lucha de clases por otros medios", como muchos quisieron o se resignaron a creer.

El discurso de Alberto Fernández no es un truco de marketing ni un mero intento de autoafirmación de su propia figura presidencial. Tiene claras raíces en las concepciones peronistas del Estado y la sociedad y plantea con mucha claridad la regulación de la lucha de clases. Por eso una de sus propuestas más "novedosas" es la conformación de una instancia de diálogo corporativo obrero-patronal votada por el Congreso (Consejo Económico y Social para el Desarrollo), que se presenta como algo pensado con la intención de llegar a consensos, pero implica de hecho una nueva instancia (además del manejo cotidiano de la economía y la influencia directa sobre el parlamento y la burocracia sindical) con que los empresarios pueden incidir en la orientación de la política gubernamental.

Algo de esto quizás barruntaba Javier Balsa en un texto reciente cuando proponía distinguir entre una “lógica administrativista” que persigue orden y una “lógica agonal” que busca el impulso de la organización y movilización popular. Pero al plantear esta disyuntiva en términos de construcción de hegemonía "desde el propio Estado" surge un problema parecido al que señalábamos antes a propósito de grieta y anti-grieta. Postular al Estado como agente de cambios progresivos o incluso revolucionarios sin establecer una posición clara a propósito de su carácter de clase, su relación con las clases y el rol de su "núcleo duro", ya había sido señalado como algo muy problemático por alguien insospechado de trotskista como Louis Althusser en Sobre la reproducción.

Suponiendo que un gobierno burgués pero de orientación más o menos progresista o un gobierno reformista quisieran utilizar el Estado como forma de organización popular, chocaría inevitablemente con su carácter de clase, cuya "fuerza material" es este núcleo duro. Al no encarar este problema, las lógicas "agonales" suelen pensar los antagonismos dentro de ciertos límites impuestos por las políticas desde arriba [1].

El problema de estos análisis en términos de una radicalización del peronismo o una orientación progresista desde el propio Estado quizás radique en su sistema de “equivalencias”: postulan al peronismo o alguna de sus variantes como una forma de lucha de clases. Pero el peronismo rechaza esta lectura en función de variantes diversas del orden. Algunas son más progresistas o reaccionarias según los momentos históricos, pero poco amigables todas para con la movilización desde abajo y el despliegue de la conflictualidad social y política más allá de los límites del Estado, que es la que históricamente ha permitido avanzar en sus conquistas a la clase trabajadora y los sectores populares.

NOTAS AL PIE

[1] Algo de esto se puede pensar para la reciente experiencia de Bolivia y la posición negociadora del MAS con los golpistas.

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