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Alberto Fernández, el peronismo y la defensa del capitalismo

En una entrevista brindada al director del diario Perfil, Jorge Fontevecchia, el presidente Alberto Fernández dio la siguiente definición sobre la crisis actual y el horizonte que considera necesario adoptar: “Muerto el comunismo, el capitalismo no tiene discusión. Lo que estamos discutiendo es cómo debe ser el capitalismo. Lo que estamos discutiendo, y es la discusión del presente, es que lo que llegó a su fin es lo que llamo ‘el capitalismo especulativo y financiero’. Eso ya no existe más”.

15 de abril de 2020

Armonía de clases y defensa del capitalismo

La aseveración del presidente no es novedad si tenemos en cuenta que el universo ideológico del peronismo abreva desde su origen en la defensa del orden capitalista. Solo es un aggiornamiento de sus términos.

Perón sostenía en 1944, describiendo los contornos de su época, cómo su doctrina respondía a la necesidad de reformular los términos de las relaciones y el reparto de la riqueza dentro del capitalismo para defenderlo de lo que consideraba el avance del comunismo: “El mundo está viviendo un drama cuyo primer acto, 1914-1918, lo hemos vivido casi todos nosotros; hemos vivido también el segundo acto, a cuya terminación asistimos; pero nadie puede decir si después de este acto continúa el epílogo o si vendrá un tercer acto que prolongará quién sabe aún por cuánto tiempo este drama de la humanidad (…) El capitalismo en el mundo ha sufrido durante esta guerra, en este segundo acto del drama, un golpe decisivo. El resultado de la guerra 1914-1918 fue la desaparición de un gran país europeo como capitalista: Rusia.

Pero engendró en nuevas doctrinas más o menos parecidas a las doctrinas rusas, otros países que fueron hacia la supresión del capitalismo. (…) Se ha dicho, señores, que soy un enemigo de los capitales, y si ustedes observan lo que les acabo de decir no encontrarán ningún defensor, diríamos, más decidido que yo, porque sé que la defensa de los intereses de los hombres de negocios, de los industriales, de los comerciantes, es la defensa misma del Estado. Sé que ni las corrientes comerciales han de modificarse bruscamente, ni se ha de atacar en forma alguna al capital, que, con el trabajo, forma un verdadero cuerpo humano, donde sus miembros han de trabajar en armonía para evitar la destrucción del propio cuerpo”. De esta definición surge aquello que repiten los peronistas incansablemente y que Cristina Fernández de Kirchner repetía desde las tribunas, de que el peronismo no es lucha de clases, sino armonía entre las clases.

Pero volviendo a la historia, Perón gobernó entre 1946 y 1955 otorgando concesiones a los trabajadores y controlando al movimiento obrero mediante la estatización de una burocracia sindical adicta. Pero cuando las condiciones del capitalismo volvieron a cambiar, la crisis se posaba sobre el horizonte y la paz social comenzó a romperse, el imperialismo y la burguesía nativa dieron por terminada la hora de la armonía entre las clases, derrocando a Perón y atacando a la clase obrera durante las siguientes dos décadas.

En 1973 el peronismo vuelve al poder para frenar la insurgencia obrera y popular que se abrió en el país durante el Cordobazo y que planteaba la posibilidad del derrocamiento revolucionario del capitalismo. Para hacerlo recurrió a un discurso socializante que reactualizaba la vieja doctrina de la armonía de clases, la “patria socialista” o el “socialismo nacional”, al cual se identificaba con el reparto equitativo de la renta y la unidad de los obreros y la burguesía nacional y no con el fin de la explotación asalariada. Pero por otra parte se dio vía libre a las bandas fascistas de la Triple A cuyo lema era “ni yanquis, ni marxistas” y predicaba la "muerte del comunismo" liquidando a los militantes obreros y populares. Muerto Perón y gobernando Isabel, frente a una crisis catastrófica del capitalismo, el peronismo fracasó en aplicar un plan de ajuste a la medida del gran capital y el imperialismo por la resistencia de la clase obrera, convenciendo a la burguesía por la salida militar genocida ante el nuevo fracaso de la armonía de clases.

En 1989, caída la URSS, el peronismo conducido por Carlos Menem inauguró una década infame de entrega y saqueo del país por parte del imperialismo y los grandes grupos económicos, de destrucción de las condiciones de vida y de los derechos de la clase trabajadora. La famosa “justicia social” era dejada de lado y la armonía entre las clases cobraba cuerpo en el Plan de Convertibilidad de Domingo Cavallo de un dólar un peso. Alberto Fernández y los Kirchner fueron parte de esta experiencia, como el mismo presidente recuerda. La bandera ya no era frenar al comunismo al cual se lo consideraba muerto, sino integrar el país al mundo, lema que se transformó en bandera de la derecha argentina de Juntos por el Cambio.

Pos crisis del 2001 el peronismo de Duhalde impuso la armonía social repartiendo planes sociales para evitar nuevas rebeliones populares y asesinando a Maximiliano Kostequi y Darío Santillán en la Masacre del Puente Pueyrredón. Luego los Kirchner hicieron tibias reformas al status quo del país menemista, cooptando organizaciones sociales y de derechos humanos, subsidiando a los capitalistas y pagando la deuda externa hasta cansarse.

Las declaraciones de Alberto Fernández sintetizan la idea de la armonía de clases en defensa de otro capitalismo con la idea posmoderna de que no hay opciones al mismo. Pero el gobierno se encargó de desplegar las fuerzas represivas y militares en todo el territorio nacional para prevenirse de eventuales estallidos sociales. La represión a los obreros del frigorífico Penta muestra que el devenir de un nuevo capitalismo será sobre el avasallamiento de la clase trabajadora y con mano dura de ser necesario.

En todos los casos el peronismo actuó como un reformador del capitalismo preexistente ya sea para impedir el avance revolucionario de la clase obrera o las rebeliones populares, ya sea para fortalecer la sustentabilidad del país burgués. El “combatiendo al capital” de la Marcha compuesta por Hugo Del Carril, históricamente, no fue más que una bomba de humo.

¿Discutir otro capitalismo?

Alberto Fernández sostiene entonces que hay no hay que discutir el capitalismo sino cómo debería ser. Digamos antes que nada que no discutir al capitalismo es indultarlo de su responsabilidad por la crisis sanitaria, ecológica y económica que está en marcha. Es la voracidad de la ganancia capitalista la que ha depredado los recursos naturales, cambiado el ecosistema, destruido el sistema de salud y hoy avanza en la destrucción de las fuerzas productivas, principalmente la de la fuerza de trabajo humana amenazada en su existencia misma por la pandemia.

El discurso ideológico del peronismo y los progresistas que lo acompañan es el de celebrar el retorno de un Estado presente. Sin embargo, esa presencia del Estado, que sería la matriz de la reforma del capital, actúa hasta ahora como un salvavidas para los capitalistas a los cuales se les otorgó un paquete de rescate multimillonario y a pesar de las prohibiciones de despidos y descuentos salariales, se los deja hacer a su antojo. El caso Techint es emblemático. Luego de calificar la actitud de Paolo Rocca de despedir 1450 trabajadores como “miserable” el Ministerio de Trabajo homologó el acuerdo entre Techint y la UOCRA avalando los despidos de trabajadores. En palabras del mismo Fernández “Tuve una disputa con una empresa que echó gente y en muchos diarios titularon: ‘Alberto Fernández contra los empresarios’. ¿Yo contra los empresarios? Estoy harto de ver empresarios que ponen plata para salvar a sus comunidades. El otro día estuve con Néstor Grindetti, y me contó que lo llamó un empresario y le dijo: ‘Te veo trabajar con el gobierno nacional; no comulgo con tu ideología, pero quiero ayudarte a montar 150 camas para atender en Lanús’. El otro día vinieron a verme empresarios de General Rodríguez que le están haciendo un hospital en 15 días al municipio. El espanto nos ha unido y nos hace dar cuenta de lo poco que valemos”.

El presidente afirma que se terminó el capital financiero y especulativo, pero en la entrevista en lugar de sostener una medida mínima de autodefensa nacional como la nacionalización de la banca y el desconocimiento soberano de la deuda externa, se encarga de dejar en claro que seguirá atado al mecanismo de sometimiento de la deuda infame. Sostiene que “el coronavirus afecta la renegociación de la deuda, como afecta el coronavirus a toda la economía global. La negociación va bien. En los próximos días haremos la oferta. A mí no me gusta mentir, tampoco me gusta mentirles a los acreedores. Lo que vamos a firmar es algo que podamos cumplir como gobierno y como país”.

Fernández declara que "prefiero tener 10 % más de pobres y no 100 mil muertos en Argentina". Pero su programa consiste hasta ahora en rescatar a los empresarios, no enfrentar sus violaciones a las propias disposiciones del Poder Ejecutivo sobre despidos y salarios, incluso usar a la fuerzas represivas cuando los trabajadores exigen que se cumpla la prohibición de despidos como en Penta, seguir pagando la fraudulenta deuda externa y plantear la posibilidad de una reforma de las relaciones laborales a partir del teletrabajo que incluya la disminución del salario. “Uno debería preguntarse cómo debe ser el salario del que hace teletrabajo y del que tiene que hacer trabajo presencial. El que hace teletrabajo tiene menores gastos de transporte, de comida fuera de las casas. Son temas que seguramente van a cambiar; es parte del desafío que se viene”, sostuvo. Si se afectara los intereses capitalistas, si nuestras vidas valieran más que sus ganancias, se evitarían no solo las 100 mil muertes sino el 10 % más de pobres.

Socialismo o barbarie

La caída de los regímenes estalinistas en la URSS y Europa del Este que funcionaban como una verdadera cárcel de los pueblos, fueron utilizadas para decretar la “muerte del comunismo” y de las luchas de emancipación del movimiento obrero y los pueblos oprimidos por el imperialismo. Fue una gran operación ideológica para legitimar al capitalismo como una forma posible de existencia social y como bandera de una restauración conservadora que liquidó conquistas históricas de los trabajadores. Pero con la pandemia que muestra la irracionalidad y el egoísmo de un sistema, que aún en medio de la tragedia lucra poniendo en riesgo la vida humana mientras despliega sus fuerzas de represión en defensa de sus privilegios, se vuelve a actualizar la descripción de León Trotsky sobre que “por encima de las vastas extensiones de terreno, por encima de las maravillas de la técnica, que ha conquistado incluso los cielos para el hombre, la burguesía ha logrado convertir al planeta en una triste y sucia prisión”.

No se trata de repetir la experiencia estalinista, que fue históricamente un freno a las revoluciones sociales emancipadoras y funcional al sostenimiento de un orden mundial pactado con el imperialismo, sino de luchar por la planificación racional de los recursos y capacidades productivas, de una relación armónica con la naturaleza, mediante el autogobierno de los trabajadores y el pueblo pobre. (LID)

Por Facundo Aguirre

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