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El Gobierno de los Barones: el poder del territorio y el territorio del poder

“Nosotros solo participamos si los gobernadores dicen que podemos participar”. La frase, pronunciada por Saúl Ubaldini a fines de los años 90 [1], bien podría describir el nuevo entramado político nacional. La adustez de este jueves en los rostros de Alberto Fernández y Cristina Kirchner habla en exceso sobre la transitoria configuración del poder político que, valga la redundancia, anida en el Poder Ejecutivo.

3 de octubre de 2021

En paralelo, el explícito protagonismo de Juan Manzur en la escena se condice con las nuevas condiciones creadas tras la derrota electoral y la crisis política que asoló al oficialismo. El hombre que bajó de Tucumán para ser el rostro de un golpeado Frente de Todos habla en nombre de sí mismo pero -también y por sobre todo- del poder territorial del peronismo.

Kirchnerismo y albertismo, conscientes del castigo que expresaron las urnas -ausentismo electoral incluido- relegan el centro de la escena. Aceptando un impuesto segundo plano, el presidente elige “hablar con los vecinos” como si fuera un intendente en campaña. La vicepresidenta se refugia en el micro-mundo de las redes sociales, alimentando a la tropa propia con obvios mensajes contra el macrismo.

Las decisiones parecen ejercerse, cada vez más, por el poder que encarnan barones territoriales y, en menor medida, caciques sindicales. Esos mismos que este viernes pisaron la Casa Rosada para dar su aval al nuevo jefe de Gabinete.

De poderes y territorios

“A medida que los dirigentes partidarios asumían cargos en los gobiernos provinciales y locales, reemplazaban los recursos sindicales por recursos del Estado, construyendo organizaciones clientelistas al margen de los sindicatos” [2].

La territorialización del peronismo se operó de manera creciente a lo largo de la década del 80. Las elecciones de 1983 privaron al PJ del poder nacional, pero lo premiaron con 12 gobernaciones, centenares de intendencias, más de 100 legisladores nacionales y centenares más a lo largo del país. Las bases materiales para avanzar en la conquista de una mayor autonomía en relación a la cúpula sindical estaban más que sembradas.

Los años alfonsinistas operaron como una transición, donde la decepción se llevó el trofeo mayor. Las promesas de la democracia de comer, curar y educarse terminaron en hiperinflación y asesinatos durante los saqueos. El peronismo territorial siguió ensanchando dominios a costa del sindical. Las 62 Organizaciones, otrora símbolo de ese poderío, asistieron impotentes, a su propia declinación.

Los años de Menem engrandecieron aún más ese poder. La dura derrota de las duras luchas contra las privatizaciones debilitó el colectivo obrero. La burocracia sindical, partícipe necesaria de ese resultado, se encontró en mayor desventaja a la hora de reclamar espacios. El riojano, representando la emergencia del territorio, llegó desde la distancia del interior para ocupar el Sillón de Rivadavia.

Crisis y rebelión popular mediante, el ascenso de Duhalde representó el triunfo del territorio dentro del territorio. La consagración del Conurbano como nodo central de la política nacional, fuente de poder y espacio socio-urbano de las (a veces llamadas) clases peligrosas.

Los años kirchneristas brotaron bajo aquella iluminación. El peronismo de Kirchner nació de una competencia de debilidades, donde los contendientes hablaban el idioma de la gestión provincial: Santa Fe, Córdoba o Santa Cruz. Elevándose por encima de sus pares, el nuevo habitante de la planta alta impuso por cierto tiempo sus modos y gestos. Lo supo Felipe Solá, cuando a inicios de 2004 convocó al conjunto de los “gobernas” a acoplarse a la creciente popularidad presidencial [3]. La resultante, en términos epigramáticos; Insfrán + derechos humanos.

Año y medio más tarde, confirmando la importancia del territorio, el kirchnerismo acudió por la Provincia de Buenos Aires, terminando el reinado duhaldista. Los dólares de la soja, que regaban copiosamente las arcas nacionales, lubricaron aquel encuentro entre los barones del conurbano y el hombre que llegó del sur. Otro maridaje entre poder feudal y progresismo, revestido del mejor relato.

En la gobernabilidad de aquel ciclo el cacicazgo sindical resultó un actor nodal. El crecimiento económico de los primeros años del siglo cimentó una mayor fortaleza objetiva y subjetiva en la clase trabajadora. Las organizaciones gremiales recuperaron volumen, capacidad de veto y de negociación. Fueron y siguen siendo parte del elenco que garantiza la continuidad peronista.

El territorio del poder

La euforia desplegada por Julián Domínguez en la presentación de la ley de Fomento al Desarrollo Agroindustrial se explica por el intento de acercar posiciones al poder económico. La presencia silenciosa de Cristina Kirchner permite medir el grado de capitulación simbólica aceptado por el kirchnerismo. Recalquemos “simbólica”. En los años de su gestión las grandes patronales del campo estuvieron en el núcleo de los ganadores. La batalla retórica entablada por el Poder Ejecutivo solo sirvió para enervar ánimos. Las ganancias y la renta agraria siguieron a buen resguardo.

El poder económico habla a través del nuevo gabinete. Y el nuevo gabinete la habla al poder económico. Los vínculos entre Juan Manzur y el mundo empresario son anunciados a cuatro vientos. La cercanía entre Domínguez y las patronales del campo, propagandizada al infinito. En esa nueva territorialidad de la política oficialista no hay lugar para deslices “populistas”. Lo supo el diputado jujeño José Luis Martiarena cuando recibió el escarmiento de su propio bloque por animarse a insinuar medidas que afectaran a los grandes bancos.

La ofensiva -político e ideológica- por la reforma laboral aparece potenciada bajo estas luces. Mirando el nuevo escenario, el gran capital se tiene tentado a probar suerte contra los derechos de la clase trabajadora. Cuenta, sin dudarlo, con los favores de la burocracia sindical, esa protagonista eterna del poder real peronista.

Las acusaciones cruzadas no alcanzan para disimular lo evidente: Cristina y Alberto Fernández “leyeron” el resultado electoral de la misma manera. Fue ella quien propuso a Manzur; el presidente solo aceptó el convite. La derrota, sacudiendo los cimientos de la hegemonía kirchnerista en el Conurbano impuso más cambios: Insaurralde es jefe de Gabinete gracias a los oficios de la vicepresidenta.

Incertidumbres, crisis, luchas: de futuros probables
Demasiadas tensiones implican demasiados acertijos. Es realmente temprano para definir una nueva configuración del peronismo frentetodista. La coalición gobernante muta algunos rostros; destaca barones (y varones) por sobre otras fracciones. Se amplifica hacia la derecha sin dejar de ser el espacio que llegó al poder en 2019.

El futuro no se edifica, agreguemos, solo en los salones de la Casa Rosada o la Quinta de Olivos. El mundo acarrea sus propias incógnitas. Lo saben muy bien Kristalina Georgieva y Martín Guzmán. Mucho más cerca, en las barriadas obreras y populares, la crisis empuja la bronca y el malestar. Lo sienten, en la piel y en el estómago, las casi 19 millones de personas que sufren viviendo bajo la línea de pobreza. En ese mar de incertidumbres, lo seguro es el rumbo elegido por el Frente de Todos: al Fondo y a la derecha.

El escepticismo y la desesperanza no son alternativa. La opción, por el contrario, está en la lucha, la organización y a la Izquierda. El camino de las urnas es una vía para fortalecer una política de otra clase que enfrente la dinámica de ajuste. Que se prepare para los tiempos recios que, sin lugar a duda, vendrán tras el tiempo de las urnas. (LID) Por Eduardo Castilla

[1] Steven Levitsky. La transformación del justicialismo. Del partido sindical al partido clientelista 1983-1999. Pág. 172

[2] Steven Levitsky. La transformación del justicialismo. Del partido sindical al partido clientelista 1983-1999. Pág. 148

[3] Novaro, Bonvecchi y Cherny. Los límites de la voluntad. Pág.145

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