Las efemérides nos deparan coincidencias y, en muchos casos, marcan la historia de los pueblos. Eso sucede en nuestro país con el 16 de Septiembre, donde conviven tres acontecimientos que merecen ser recordados: en 1955 se produjo el golpe militar contra el gobierno del Gral. Perón; en 1969 el pueblo de Rosario parió el mayor alzamiento popular de su historia: el II Rosariazo; y en 1976, en la ciudad de La Plata, se produjo el secuestro de varios jóvenes, pasando a la historia como La Noche de los Lápices.
El Golpe de 1955 contra el gobierno de Perón tuvo claros objetivos sociales, económicos y políticos. Las primeras acciones fueron la ocupación de los locales sindicales por los comandos civiles, se intervino la CGT y el Ministerio de Trabajo, se declararon nulas y disueltas las comisiones internas y cuerpos de delegados y se nombraron Interventores Militares en numerosos sindicatos. La Ley de Asociaciones Profesionales fue derogada, quedando restringido el derecho de huelga. Represión e intimidación del sindicalismo, con el arresto de cientos de dirigentes sindicales. Se sancionó el decreto 7107, que excluía de cualquier actividad a todos los que se hubieran desempeñado en la conducción de la CGT o sus sindicatos entre febrero de 1952 y septiembre de 1955. Asimismo se designaron delegados de fábrica por parte del Ministerio de Trabajo, habiendo sido despedidos los anteriores. Además, hubo una ofensiva contra las condiciones de producción y de trabajo.
Toda esa batería de medidas contra la clase obrera y sus organizaciones gremiales llevó al movimiento obrero a desarrollar una política de defensa de las conquistas logradas. La represión y proscripción del peronismo, sumado a la ofensiva de los patrones para poner disciplina en los lugares de trabajo, dieron origen a la Resistencia Peronista, fuera y dentro de las fábricas.
Los golpistas, tanto militares como civiles, se pusieron de acuerdo entre otros objetivos: «eliminar la tutela del Estado en las relaciones obrero-patronales” y «estabilizar, liberalizar y desarrollar la economía”. De la intervención en el comercio exterior se pasó a la liberación de todo control, de la compra de cereales por el Estado a la libre exportación con solo precios de sostén, de la nacionalización de los depósitos bancarios a su devolución a la banca privada.
¿Y qué pasó el 16 de septiembre de 1969 en Rosario? La dictadura de Onganía intervino «La Unión Ferroviaria», anuló los convenios y conquistas, produjo rebajas de categorías y sueldos, 116.000 empleados y obreros fueron sancionados.
El 8 de septiembre de 1969, el Cuerpo de Delegados de la Seccional Rosario del Ferrocarril Mitre y la Comisión Coordinadora de la Unión Ferroviaria comunicaba que «se iniciaba una huelga de brazos caídos en los lugares de trabajo», tras la suspensión de un delegado administrativo. Por la noche una masiva asamblea decidió continuar la huelga, esta vez por 72 horas, con la adhesión de La Fraternidad, y la medida se extendió a las Seccionales de Arroyo Seco, Empalme, Villa Constitución, San Nicolás, Cañada de Gómez y Casilda.
La empresa anunció suspensiones; la CGT Unificada de Rosario se declaró «en estado de alerta y convocó a un plenario», mientras los delegados declararon «la huelga por tiempo indeterminado». La solidaridad del resto de los ferroviarios se extendió por todo el país. La dictadura, a través del CONASE (Consejo Nacional de Seguridad), ordenaba la aplicación de la «Ley de Defensa Civil», por lo cual todo el personal ferroviario era movilizado, con convocatoria militar y les sería aplicado el Código de Justicia Militar.
Posteriormente, un plenario de 32 gremios y estudiantes universitarios, resolvió «realizar un paro por 38 Horas, los días 16 y 17 de septiembre”.
El 16, desde las 10:00 horas, masivas columnas de trabajadores comenzaron a marchar partiendo de sus sedes sindicales o de los lugares de trabajo. Desde La Fraternidad más de 7000 ferroviarios se dirigieron a la empresa Minetti; posteriormente se les sumaron los obreros textiles de «Extesa», se incorporan los trabajadores del vidrio, de la construcción. Desde Oroño al 1300 marchó la columna de Luz y Fuerza, y otra lo hizo de la Usina Sorrento. Del sur venían los obreros del frigorífico Swift, los portuarios y los metalúrgicos. Todos trataban de converger al local de la CGT, en Córdoba al 2100. Los estudiantes concentrados en las distintas facultades se unían a las columnas.
La represión lograba parcialmente dispersar a los manifestantes, pero estos resistían, se reagrupan y continuaba la protesta. Por toda la ciudad, aparecían barricadas. Los puntos de concentración aumentaban, se incendiaban los colectivos y troles que no paraban, y la policía se fue replegando.
Con el correr de las horas, la lucha se desplazó a los barrios. Se incorporaron las amas de casa y los niños, y durante toda la jornada se turnaron para mantener en actividad las barricadas, donde se realizaban espontáneas asambleas para discutir cómo continuar.
Las fuerzas policiales desbordadas no consiguieron penetrar en Empalme Graneros, Tablada, los barrios de la zona oeste, algunas zonas de Arroyito, en varias manzanas de la zona sur, y en varios barrios. El Ejército se hizo cargo de la represión y comenzó a recuperar el control de la ciudad. Un desconocido Coronel Galtieri comandaba uno de los batallones. Los enfrentamientos siguieron por la noche y durante el día 17.
Hace años, la historiadora Beba Balvé señalo que el «Segundo Rosariazo continuaba siendo el hecho maldito de la ciudad. De eso no se habla, no se recuerda, pareciera que el fuego antidictatorial continuara quemando”. Las clases dominantes tomaron nota de la capacidad de lucha y la fuerza de los trabajadores junto a otros sectores sociales. Por eso durante años hubo un «pacto o conspiración de silencio”. Si algo distinguió a esas jornadas fue la decisión de ganar las calles de todo el pueblo de la ciudad contra una dictadura. Además en cada barricada reinó la alegría, la solidaridad, se disfrutaba la pelea por la libertad, y la bronca antidictatorial florecía en las manifestaciones donde codo a codo luchaban peronistas, comunistas, socialistas, radicales, independientes.
Las efemérides nos llevan al 16 de septiembre de 1976, que pasó a la historia como la Noche de los Lápices, cuando fueron secuestrados varios estudiantes secundarios, en la ciudad de La Plata.
Un grupo de los adolescentes, que el año anterior había obtenido el boleto estudiantil gratuito después de una larga lucha, iban a ser las víctimas en esa noche siniestra. La mayoría de ellos eran militantes políticos de la organización peronista Unión de Estudiantes Secundarios. Pablo Díaz, uno de los sobrevivientes, pertenecía a la Juventud Guevarista del Partido Revolucionario de los Trabajadores.
El operativo fue realizado por el Batallón 601 del Servicio de Inteligencia del Ejército y por la Policía de la provincia de Buenos Aires, dirigida en ese entonces por el general Ramón Camps.
Entre el 16 y el 19 de septiembre de 1976 los secuestrados fueron: Francisco López Muntaner, María Claudia Falcone, Claudio de Acha, Horacio Ángel Ungaro, Daniel Alberto Racero, María Clara Ciocchini, Pablo Díaz. Luego fueron bestialmente torturados en el Pozo de Banfield. El único sobreviviente fue Pablo Díaz. Otros jóvenes raptados en sus hogares fueron Patricia Miranda Emilce Moler y Gustavo Calotti por Grupos de Tareas. Estuvieron en Arana, Pozo de Quilmes, Comisaría 3 de Valentín Alsina y Devoto.
Estos tres 16 de septiembre deben vivir en la memoria del pueblo y, como un homenaje a aquellos que lucharon en esos años, debemos continuar haciendo frente a las injusticias que se nos presentan jornada tras jornada. (sindicato-aceitero.com.ar)
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