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El rey desnudo

Toda persona que ejerce el periodismo sabe que un requisito insoslayable de la profesión lo constituye el análisis de la realidad, sabe también que todo análisis carga la subjetividad natural de quien lo realiza, inclusive hay quienes relativizan el valor de dicho trabajo pretendiendo encapsularlo en el contexto individual a través de la muletilla “es tu punto de vista”.

5 de agosto de 2009| Andreani Mario |

Pero más allá de las disquisiciones de eso se trata el periodismo, es decir conjugar opiniones sobre un hecho determinado, que al contar con la participación de todos los actores termina conformando no con unanimidad obviamente lo que se llama opinión pública.

Partiendo de estas premisas buscaremos entender las reacciones que precipitaron las declaraciones e informes posteriores del caso Almaraz.

Ejercicio tras ejercicio, período tras período vemos que quienes llegan al poder y pese a las advertencias de experiencias anteriores no pueden evitar la metamorfosis que genera ser quien toma las decisiones, sabedores de la circunstancia que en cada decisión se incide sobre la realidad de personas el imperativo prevalece sobre la virtud de la prudencia, elemento indispensable para el buen gobierno.

Confiados en su yo, los gobernantes comienzan a correr la línea demarcatoria del límite que separa, lo posible de lo público con lo posible de lo privado, negándose a observar el abismo entre una cosa y otra, amplían de tal manera la supuesta zona negra que en un momento no queda diferencia entre lo uno y lo otro y el resultado de la deformación es la proclamación “El estado soy yo”.

A partir de comprender esto se puede explicar el caso Almaraz y todas sus derivaciones posteriores.

Leavy tomó el poder como propiedad y decidió colocarse por encima de la ley (el estado soy yo), lo hizo no persiguiendo un fin público, tampoco ningún altruismo visible, simplemente decidió ejercer el mecenazgo de la amistad y favorecer a un ser individual por el solo mérito de ser su amigo.

A partir de esa premisa violó todas las disposiciones burocráticas, (concurso de precios, proveedor del estado, entregas de valores municipales a terceros no legalmente autorizados, seguridad social, ART, inexistencia de contratos, entre otros exabruptos de impunidad), su conducta temeraria favoreció la evasión impositiva provocando perjuicio al estado nacional, es decir demasiados hechos que terminan posando la vista de la sociedad justificadamente en la figura de la complicidad o como mínimo una subestimación que roza la discrecionalidad.

Las declaraciones simples y sencillas de un plomero desnudaron al intendente, la caída del ropaje permitió que todos pudiéramos mirar, inclusive el intendente pudo verse a sí mismo y la reacción desmesurada e intempestiva evidenció la molestia ocasionada por el espejo de la realidad.

Las primeras respuestas desde el poder municipal buscaron volver a tapar el rey, ocultarlo, tratar de transformar la realidad al punto que la gente no viera lo que ya había visto, obviamente un acto cargado de inutilidad, los ropajes ya solo eran harapos y bien a la vista.

Solo desde esa intencionalidad (negación de la realidad) puede entenderse quedar tan en evidencia la estrategia conjunta que llevó adelante el municipio con el Sr. Elías para evitar hacer pública la documentación del caso Almaraz, la conectividad evidente entre la carta de Elías y la misiva de la secretaría de hacienda al concejo deliberante con una redacción intimidatoria para proteger un secreto fiscal insostenible sobre la cosa pública, terminó mostrando una intencionalidad de avasallamiento a la transparencia con la exuberancia propia de lo insólito.

Más aun si se tiene en cuenta que el silencioso Elías, no es proveedor del estado, no es contratista, casi ni figura, pero aun así ordenó y la secretaria de hacienda obedeció, extendiendo el oscurantismo al concejo y terceros modestamente incluidos.

No cabe duda el ánimo dilatorio, la sociedad debe saber quien firmó las órdenes de pagos de las 16 facturas y debe conocerse los números de los cheques para investigar quienes fueron los beneficiarios finales del dinero público y los posibles entrecruzamientos que como un excalibur puedan surgir de la información.

Las molestias de la desnudez condujeron a una lastimosa conferencia de prensa anunciada y difundida como la revelación del misterio, con un sigilo que alcanzó a los propios miembros del gabinete y llevó al asesor legal a un gafe el día anterior en un programa de radio donde comunicó que se mostraría el contrato inexistente con Almaraz.

Nada de eso pasó, la sociedad solo vió un contracturado Leavy, que como explicitó el profesor Cabot en sus columnas buscaba afanosamente desviar sus propias responsabilidades hacia terceros, tratando de intimidar para forzar el silencio en una práctica negativa del sistema que le permitió ocupar un lugar que siempre requiere la altura de las circunstancias.

La realidad volvió a ser impiadosa con Leavy y sus escuderos cuando en el concejo reclamaron una ordenanza que existía desde mayo, la aceptación del propio intendente de su desconocimiento lo expuso improvisado, dando a su gestión una imagen de torpeza que su gabinete debería haberle evitado.

El rey sigue desnudo, muchos hablan de favoritismo y amiguismo, concejales oficialistas son sindicados como instrumentistas de las cooperativas beneficiadas, otros que pasaron de la oposición tenaz a la permisiva oficialidad capitalizan mejoras en sus hábitat de vida, el correveidile es exclusiva responsabilidad de la administración municipal, solo la transparencia y la evidencia de un cambio calzará nuevamente el ropaje que nos convierta a todos en el estado.

Alguna vez leí que la tensión entre el asco y el deseo diferencia una administración honesta de una corrupta, según que se imponga marcará la sociedad en la que vivimos, nuestra historia ha dado claras muestras que cuando “el deseo supera el asco es imposible decir no”, y aunque parezca insignificante, en esa simple confrontación decidimos nuestro destino.

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