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REPRESIÓN: La justificación mediática de una ‘Operación Masacre’ contra el pueblo mapuche

A comienzos de 1957 un joven Rodolfo Walsh había terminado las primeras versiones de Operación Masacre y fantaseaba con una disputa entre las redacciones por la publicación de su texto. La realidad derribó toda ingenuidad inicial. En el prólogo de la obra, el escritor sintetizaba: “[Uno] piensa que está corriendo una carrera contra el tiempo, que en cualquier momento un diario grande va a mandar una docena de reporteros y fotógrafos como en las películas. En cambio se encuentra con un multitudinario esquive de bulto”. El operativo de fusilamiento orquestado por la autoproclamada “Revolución Libertadora” no tenía lugar en los periódicos de mayor tirada.

28 de noviembre de 2017| Jazmín Ortiz |

Walsh dijo alguna vez que aquella investigación “cambió su vida”. Pasada poco más de una década, y en el marco de una intensa agitación social, el experimentado periodista se convertía en militante. En 1976, mientras el régimen aniquilaba y los grandes medios se embarcaban en silencios o mentiras cómplices, fundaba su Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA). Entonces escribía:

“Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror.”

Globos, tinta, plomo

El pasado 30 de septiembre, a casi dos meses de la desaparición forzada de Santiago Maldonado, Jaime Durán Barba firmaba una nota de Perfil titulada “Breve historia del reino mapuche”. Allí, el gurú cambiemita se remontaba 300 mil años y discurría a lo largo de doce párrafos sobre la evolución de nuestra especie, la conquista de América por parte de los europeos y las guerras coloniales para concluir con la caracterización de un supuesto “movimiento armado mapuche”. Insólito. “Monárquicos, marxistas, psicodélicos o kirchneristas apoyan a estos grupos”, advertía, y llamaba a comprobar su existencia a través un grupo de Facebook. El delirante artículo terminaba con una cita del diario Clarín.

El hombre de los algoritmos y la posverdad, aunque con su estilo característico, caminaba por el barro de la política para justificar el accionar represivo del macrismo. No sería la última vez. La persecución ideológica y física de los mapuches esconde una defensa estratégica a los grandes intereses terratenientes. Al mismo tiempo, funciona como una Operación Masacre focalizada, que allana el camino para futuros embates contra la clase trabajadora. Los noticiarios tienen un rol destacado en esa campaña. Durante los últimos meses, los voceros mediáticos oficiales han ofrecido una serie de maniobras desinformativas y de construcción de la realidad, que poco tienen para envidiar a Durán Barba.

La crisis causó una nueva muerte

El asesinato de Rafael Nahuel como parte de un nuevo ataque de las fuerzas del orden a la comunidad mapuche, volvió a encontrar a Clarín y La Nación al pie del cañón. “Mapuche murió baleado tras un enfrentamiento con la Prefectura en Villa Mascardi”, pergeñó el primero, evocando su famoso encabezado de 2002.

El diario de Mitre hizo lo propio: “Un mapuche murió de un tiro en Villa Mascardi durante un enfrentamiento con Prefectura” y “Para el Gobierno, la Prefectura fue atacada con armas de fuego”, constituyeron sus primeras respuestas. “El Gobierno se niega a dialogar con la RAM y ratifica que las fuerzas de seguridad estarán armadas durante los operativos”, fue otro de los titulares.

Haciendo eco de las declaraciones del gobierno y repitiendo el libreto siniestro que habían utilizado alrededor del caso de Santiago Maldonado, los diarios apuntaron sus teclados contra la comunidad: “Con agresiones y piedrazos, la comunidad mapuche Lof Lafuken Winkul Mapu le impidió hoy a la justicia federal realizar los peritajes criminalísticos (…) con lo cual existen ‘fundados temores de que se pierdan los rastros y pruebas para esclarecer la muerte de Rafael Nahuel’”. Es decir, como anteriormente habían hecho con la Pu Lof, ahora eran los mapuches baleados, cuya vida sugieren descartable, los que “obstruían la verdad”.

En el mismo sentido, el Ministerio de Seguridad emitió un comunicado tratando de exponer el asesinato de Nahuel como un enfrentamiento armado entre el Estado (representado por “indefensos” uniformados con cascos y armas de fuego) y un “enemigo interno” mapuche. El tono surrealista del relato no quita lo peligroso.

A través de una conferencia de prensa en la que participó junto al ministro de Justicia, Germán Garavano, Bullrich fue aún más lejos. “Nosotros le creemos lo que nos dicen las fuerzas” y “El juez tendrá que buscar los elementos probatorios, nosotros no”, son sólo algunas de las frases que pronunció desde la mesa. A la vez, aludió a “acciones violentas o atentado” por parte de “grupos violentos (…) que no reconocen a la Argentina, al Estado, la Constitución, los símbolos, que se consideran un poder fáctico con una ley distinta”.

Los ecos videlistas tiñen el discurso oficial, reproducido y alimentado por grandes corporaciones que forman la opinión pública. Los conceptos de “terrorismo”, “guerra”, “atentados”, “financiamiento externo” e “ideas extranjeras”, llenos de sangre y polvo, resurgen con la muerte de otro joven.

Los fusilados que viven

Durante los 78 días que Santiago Maldonado permaneció desaparecido, un sector de la prensa alentó a pistas falsas que lo ubicaban en Chile, en el sur, en la clandestinidad. “Hay un barrio de Gualeguaychú donde todos se parecen a Santiago”, llegó a titular Clarín. Como una especie de Fuenteovejuna invertido donde se pretendía difuminar la identidad de la víctima entre el montón, para ocultar responsabilidades bien definidas. Pero Santiago se hizo bandera en las calles, escuelas y lugares de trabajo.

A Rafael, los funcionarios y periodistas adictos buscan borrarlo del centro de la escena. “Un mapuche”, sin nombre, con edades distintas según el autor. Para el gobierno, tan sólo una excusa que le permite recargar municiones contra la rebeldía patagónica. Pero él –“Rafita”, según los allegados- irrumpe con su cara y su historia. Era un muchacho joven, pobre, le gustaba la nieve, era fanático de Boca, hacía herrería. Estaba acompañando a su tía y su prima en la lucha de la comunidad mapuche del Lago Mascardi, cuando Prefectura lo remató con una bala de 9 mm.

El Estado y las fuerzas represivas (en todos los tonos de uniforme) son responsables de que ellos no estén acá. La lucha incansable por justicia y por terminar con un sistema que descarta pibes y pueblos, los mantiene vivos.

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Diario de la criminalización de la protesta social en Salta - Marco Diaz Muñoz

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