En los últimos tiempos los tartagalenses que ejercemos el periodismo, nos convertimos en relatores de cuestiones que en la mayoría de los casos se asocian con un estado de ánimo proclive a la tristeza. Contadores de noticias y también de historias e inclusive mezclamos unas con otras, cuando los acontecimientos se simbolizan en un reflejo, que corporizado individualmente, escenifican el cuadro social de un pueblo.
Hoy quiero contarles la historia de Camila, una niña de tan solo seis años, que es la historia de aquellos evacuados que nunca volvieron a sus hogares y permanecen casi olvidados en las noticias, hacinados en un cuarto de hotel.
Como periodista, no puedo ignorar la dinámica propia de una profesión, donde los hechos se suceden unos tras otros, sin casi nunca culminar lo que empezamos, corremos y hasta generamos acontecimientos enfrascados en una carrera sin premios.
En mas de una ocasión mostramos las imágenes desoladoras, de chicos en un estado de cuasi abandono, como si el estado se diera por satisfecho con haberlos depositados en una pieza, e inclusive en la mayoría de los casos sin asistir a la escuela.
Pero el miércoles 2 de agosto, la madre de Camila fue a trabajar en el plan y junto con sus cuatro hermanos quedo en ese cuarto de hotel, obviamente sin cuidados y sin atención, solo con sus hermanos que con unos años más o menos, son tan niños como ella.
Este miércoles 2 de agosto, Camila cayo desde un tercer piso del hotel y su vida que en el mercado de la ruleta social en la que vivimos ya cotizaba poco, quedo casi sin valor postrada.
Camila no tuvo avión sanitario, pues en esta provincia de primer mundo, el precario simulacro de aeropuerto no es operable de noche y tampoco tuvo ambulancia inmediata, pues la única que hay en condiciones había llevado un paciente a Salta y no tenemos recambio, claro la ruleta social indicaba que Camila podía esperar y solo hoy pudo ser trasladada.
Me resisto a legitimar la palabra accidente, pues me parece un sinónimo balsámico para una sociedad acostumbrada a expiar las culpas. El estado se autosatisface con entregar una pieza de hacinamiento y el resto de la sociedad a mirar sin ver y todos a la vez escondernos cobardemente en la palabra accidente.
Lo de Camila no fue un accidente, fue una consecuencia hasta casi lógica del trato social que le dispensamos, Camila simboliza lo que somos, aunque su martirio no conlleve condena.
Hoy que cuento esta historia, también les cuento que el periodismo no me alcanza y solo como un favor pedirle a Camila, “que me deje hacer visible su silencio, con la tinta indeleble de mis lagrimas “, aunque a riesgo de ser redundante, confieso que no me alcanza.
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