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Ni marxista ni soviético: Kicillof y un peronismo agradable al oído empresario

Ni yankis ni marxistas, peronistas. La frase, acuñada hace décadas por la derecha peronista para atacar a los “zurdos” y los “infiltrados”, aparece cada tanto en alguna pared, de alguna ciudad, de este país llamado Argentina.

22 de julio de 2019| Eduardo Castilla |

En las últimas semanas, como si librara una batalla, Axel Kicillof intenta no ser tachado de “marxista” y ratifica su vocación peronista. Se defiende del macartismo berreta que utiliza el macrismo como herramienta de campaña electoral.

Este domingo, entrevistado en Perfil, el actual candidato a gobernador volvió a defenderse, aclarando que no es marxista, sino “peronista” y “keynesiano”. La aclaración no debería sorprender. Quien haya leído Y ahora ¿qué? -publicado en marzo- ya estaba enterado de la definición.

Este domingo, en el marco de un extenso reportaje, el ex ministro dejó algunas (muchas) definiciones que buscan agradar al oído empresario. En el marco de una campaña donde los contendientes más importantes pretenden radicalizar su moderación, Kicillof hace lo posible por decirle al mundo burgués: “Pueden confiar en mí”.

La herencia de Menem no se toca
“Pero si no lo hice cuando fui ministro de Economía, ¿por qué lo haría ahora?”. Fontevecchia asusta con el fantasma de las estatizaciones y Kicillof contenta lo que ya sabemos. El negociado de las privatizaciones, herencia menemista y neoliberal si las hay, no se toca.

La historia reciente lo confirma. En los años kirchneristas no se revirtió el enorme fraude que significó la privatización de los servicios públicos. Se estima que en esos 12 años, las empresas concesionarias del servicio recibieron alrededor de U$D 160 mil millones de parte del Estado en concepto de subsidios. Una cifra (multi) millonaria que no se tradujo en mejor infraestructura y servicios. Los cortes masivos y extendidos de energía no son solo una postal del ciclo macrista.

Enfatizando concepciones, Kicillof agrega “no creo que la mejor forma de propiedad o de gestión de las empresas sea la estatal. No lo creo y no lo hice. En el caso de YPF se hizo lo mínimo, el 51%, se recuperó el control (…) poner a la cabeza a alguien que venía del sector privado, como Miguel Galuccio (…) Si hay alguien alejado del comunismo y del estatismo, ese es Miguel Galuccio”.

Aquella semi-estatización estuvo lejos de ser el resultado de la voluntad política estatal. Se impuso por necesidad, luego del vaciamiento escandaloso que protagonizó la española Repsol.

En aquellos años, Kicillof llegó a amenazar con que sería la multinacional la que debería “compensar” a la Argentina por aquel saqueo. Los hechos tuvieron un desenlace muy distinto. El Estado nacional terminó entregando cerca de U$D 10.000 millones a la empresa de capital europeo. Los saqueadores se fueron con los bolsillos llenos.

Acorde a estas definiciones, el programa del Frente de Todos elige no hablar del tema privatizadas. Dicen que el silencio es salud. En este caso, es sinónimo de complicidad con los grupos económicos.

En esta campaña, solo el Frente de Izquierda viene planteando la renacionalización de las empresas privatizadas, bajo gestión de sus trabajadores y de comités de usuarios populares. El resto de las fuerzas políticas eligen respetar la sacrosanta herencia menemista.

Viejos conocidos
“Creo que el empresariado nacional sabe quién soy. Tuve 20 mil reuniones con ellos siendo ministro. Y ahora, como diputado, también”.

Axel Kicillof rememora trayectoria. Marca terreno. Les recuerda a los grandes capitalistas que hubo un tiempo que fue hermoso y, al decir de Cristina Kirchner, “se la llevaron en pala”.

Este domingo el ex ministro recordó algunas discusiones que tuvo con sectores del gran empresariado y como éstas se saldaron favorablemente. El hombre más rico del país se metió en la conversación entre Kicillof y Fontevecchia.

“No es preciso que yo lo diga, pero preguntale cómo nos llevábamos al propio Paolo Rocca o a sus gerentes cuando yo fui director de la compañía (…) Lo único que les pedimos en nombre del Estado fue que invirtieran más. Llegamos a un acuerdo y lo hicieron”.

Kicillof presenta las relaciones entre el Estado y las grandes empresas como una cuestión de negociaciones y fricciones, que pueden resolverse sin mayores dilemas. Con ese argumento se pretende, además, exculpar al gran capital del ajuste en curso. El empresariado es presentado casi una víctima del modelo que impulsan Macri y Vidal.

La realidad es muy distinta. Desde hace semanas resuenan los gritos de la patota patronal, pidiendo avanzar en la reforma laboral. Este lunes le tocó el turno al rey de la soja. Gustavo Grobocopatel pidió lo mismo que sus congéneres. El programa del capital es sencillo: trabajo (muy) barato y (muy) precario.

En el mismo tono, el ex ministro recordó que “en la crisis de 2008, General Motors, una empresa norteamericana, quiso irse y cerrar. Le dimos un crédito para que no se fuera, uno del Estado. Se le dio el crédito, se salvó a una compañía que se iba a fundir. Se invirtió más, se aumentó la producción y finalmente se devolvió el crédito”.

Afirmar que una de las multinacionales más importantes del mundo “se iba a fundir” suena a chiste. En 2008, año del préstamo, la multinacional norteamericana era la cuarta compañía más grande del planeta.

La declaración solo busca tranquilizar la conciencia del gran capital. El Estado, con Macri o con Alberto Fernández, está ahí para lanzar el salvavidas. Pero ese tipo de salvatajes ocurren a costa de los recursos públicos. Dos años después de aquella “ayudita” a GM, el gobierno de Cristina Kirchner vetaba el 82 % móvil para los jubilados. Una medida votada en el Congreso que la entonces presidenta consideró “irresponsable”.

Kicillof no será marxista pero debe ratificar las palabras del genio nacido en Tréveris, Alemania. El Estado sigue siendo el órgano de administra los negocios comunes de la clase capitalista.

¿Exitoso?
“Hoy el capitalismo es exitoso. Rusia es capitalista, China tampoco apuesta a la propiedad estatal. Por eso digo: soy peronista”.

Peronismo y capitalismo van de la mano. Así lo presenta el ex ministro y así es. A lo largo de sus más de 80 años de vida, el movimiento fundado por Juan Domingo Perón ha sido un baluarte de la defensa de la propiedad privada capitalista. Desde los discursos en la Bolsa de Comercio de 1944, pasando por el Pacto Social y la Triple hasta los años de neoliberalismo menemista.

Los años kirchneristas, a caballo de la mega-devaluación duhaldista y del boom de las commodities, autorizaron a administrar las tensiones sociales de manera mucho más cómoda. Tras la profunda crisis del 2001, la “década ganada” otorgó ganancias siderales al gran empresariado y permitieron mejoras relativas para amplias capas de la población. Pero, como se encargaron de confirmar tanto Kicillof como Cristina Kirchner, ese mundo no existe más.

Pero, además, el capitalismo está muy lejos de “ser exitoso”. El avance de la restauración capitalista en China y Rusia no es el resultado de sus propios “logros”. El neoliberalismo no nació de la nada. La clase capitalista avanzó sobre las conquistas de la clase trabajadora luego de haberle impuesto duras derrotas en la lucha de clases. En nuestro país, esa brutalidad incluyó centros clandestinos de detención, secuestros, torturas. Un genocidio, para decirlo con mayor brevedad.

Mirando la actualidad, el “éxito” de las empresas chinas no se corresponde con la felicidad de sus trabajadores. Los últimos años han sido testigos de una multiplicidad de [suicidios en grandes compañías como Apple→https://www.laizquierdadiario.com/El-secreto-de-Apple-y-Steve-Jobs], como forma de huir de las sofocantes condiciones de explotación.

El reloj de Kicillof atrasa. Mientras el ex ministro reivindica el capitalismo, en EE.UU., el país capitalista “por excelencia”, crece la oposición a este sistema social. Un estudio realizado por Gallup a inicios de 2019 sentenció que un 51% de los jóvenes de entre 18 y 29 años tiene una visión positiva del socialismo. Ese importante porcentaje expresa el rechazo a un sistema social que permanentemente empuja a la desocupación y a la miseria a las grandes mayorías populares.

Ese rechazo se refuerza a cada momento. Se trata de un sistema que, en su barbarie, empuja a masivas oleadas migratorias. La muerte de miles y miles de refugiados es uno de los rostros más terrible de la decadencia capitalista.

Mal que le pese a Kicillof, el sistema capitalista está muy lejos de ser exitoso. En una suerte de loop permanente, los ganadores son siempre los grandes grupos empresarios. Los perdedores, las mayorías obreras y populares.

Se trata de un sistema históricamente condenado a dejar de ser. Pero esa condena debe ser llevada adelante, convertida en realidad. La fuerza de la clase trabajadora, la juventud y la mujeres es un poderoso cemento para avanzar hacia esa perspectiva. (LID)

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