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Nacionalismo e integración

Los mecanismos mediante los cuales las potencias centrales del capitalismo extraen la riqueza de la América Latina tienen en el sistema financiero su instrumento principal a juzgar por el enorme peso que tiene el pago de la deuda externa en las economías locales. Cada año prácticamente todos los países de la región entregan a los acreedores extranjeros, por una u otra vía, una parte cada vez mayor de la riqueza nacional perdiendo así recursos vitales para su propio desarrollo.

18 de septiembre de 2014| Juan Diego García (ARGENPRESS.info) |

Si al monto de estos pagos se agregan los beneficios que obtienen aquí y transfieren a sus sedes centrales las empresas transnacionales se confirma que de las regiones periféricas del sistema fluye hacia los centros del mismo una cantidad mucho mayor que aquella que entra a estos países proveniente de los países ricos como préstamos, “ayudas” o inversión directa. Como en la clásica relación colonial, los pobres del planeta aportan enormes cantidades de riqueza para hacer aún más fuertes a los fuertes, limitando al mismo tiempo sus propias perspectivas de desarrollo.

En este contexto resulta obvia la necesidad, tanto de fortalecer el nacionalismo como de buscar la integración regional para conformar bloques de resistencia frente a las grandes potencias. La actual crisis de la deuda en Argentina muestra a todas luces esta necesidad y la gestión de la misma indica igualmente cómo la actuación conjunta de los países afectados consigue algunos logros. La reciente resolución de Naciones Unidas exigiendo una reglamentación nueva del sistema financiero mundial para limitar al menos la voracidad de los llamados “fondos buitres” es sin duda un paso positivo. Se trata de poner cortapisa a los especuladores internacionales, verdaderos filibusteros modernos, Francis Drakes de cuello y corbata, oscuros personajes ocultos al escrutinio público y por encima de cualquier legislación. Ya no navegan en aventuras de fábula pero desde su anonimato resultan tan o más peligrosos que los piratas de antaño y a su paso dejan a millones en la miseria, provocan más muertes que la peste y que la guerra. Por supuesto, hoy como ayer unos y otros presumen de ser los portavoces del progreso y la civilización.

El capital financiero resulta pues tan letal para los intereses estratégicos de estos países como el opio que los británicos le impusieron a China, la viruela y otras enfermedades que los colonos europeos trajeron a América o las prácticas similares con las cuales se esclavizó a millones de africanos. Siempre para “imponer la civilización y rescatar a los salvajes”.

Enfrentar este reto no es asunto de menor cuantía pero tampoco es tarea imposible. Las fórmulas aplicadas por Argentina y Ecuador en relación a la deuda externa pueden generalizarse y – si se alcanza una integración efectiva- conseguir que los posibles bloqueos económicos y las agresiones militares tengan que vérselas no con un país aislado sino con un bloque compacto.

Retirarse del FMI y del BM - verdaderas agencias del moderno colonialismo en la esfera del capital financiero - es posible y permite al país que lo lleve a cabo ganar una enorme autonomía a la hora de diseñar sus programas de desarrollo. Es el nacionalismo que se requiere, y actuar como bloque, la integración que se necesita. Negarse a pagar deudas ilegales (las hay, y muchas) o deudas contraídas mediante contratos tramposos que prácticamente las convierten en eternas; reconocer tan solo una parte (habida cuenta de todo lo que ya se ha pagado) y solo si corresponde a contratos aceptables, rechazar con energía la pretensión de someter los litigios a jueces de los países acreedores, por encima de la soberanía nacional. Todos estos son pasos indispensables para afirmar la soberanía nacional. No es aceptable que un juez de Nueva York pretenda imponer sus normas a un estado soberano. Las empresas extranjeras en América Latina y el Caribe de hecho desconocen la legislación local cuando les conviene luego de haberse comprometido a hacerlo. Entonces recurren a la instancia internacional que siempre les da la razón.

Estas instancias internacionales de litigios -supuestamente neutrales- funcionan para proteger los intereses de las grandes corporaciones del capitalismo o directamente de los estados ricos, con el añadido de que muchos de estos estados ni siquiera han suscrito dichos acuerdos, tal como sucede con el Tribunal Penal Internacional. Las grandes potencias, que se abrogan el derecho de ejercer como jueces del mundo, ni aceptan sus decisiones ni suscriben sus acuerdos. Igual sucede con estos tribunales que desconocen la soberanía de los estados en defensa de los intereses de las grandes corporaciones. Si un banco presta dinero a un estado o una transnacional realiza una inversión aquí debe acogerse a las normas de ese estado. Un argentino, por ejemplo, que deposite sus dineros en un banco de Nueva York o realice una inversión en Florida tiene que atenerse a las leyes estadounidenses y ni en sueños podría llevar un conflicto suyo en Estados Unidos a algún juez de Buenos Aires.

Y lo que vale para la esfera de las finanzas y los préstamos vale igualmente para el resto de las actividades económicas, para el control de las comunicaciones, para las decisiones soberanas en cuestiones militares o hasta para determinar las relaciones diplomáticas. La dependencia de estas naciones débiles respecto a los grandes centros de poder se manifiesta siempre y si esta expresión de dependencia y sometimiento por lo general no tiene en América Latina y el Caribe los visos siniestros que asume en África, no por ello deja de legitimar una reafirmación sólida del nacionalismo. Se trata de defender la identidad nacional superando la versión folclórica, patriotera y de pacotilla tan propia de las oligarquías latinoamericanas y caribeñas. Mucho está en juego si son ciertos los malos pronósticos para la economía mundial y arrecian vientos de guerra por todas partes. No falta quien augure una guerra abierta contra Venezuela y la intensificación de acciones de interferencia y sabotaje en el proceso de integración regional. Para conseguirlo las grandes potencias cuentan con muchos socios en la región.

Seguramente Brasil, dadas sus dimensiones, puede darse el lujo de proceder relativamente en solitario; pero al resto de las naciones de la América Latina y el Caribe no les queda otro camino que fortalecer su nacionalismo tanto como impulsar vigorosamente el proceso de integración regional, un desafío nada fácil, sin duda, pero indispensable.

En contra de los deseos de los eternos amigos de la dependencia en esta región conspiran seriamente las tendencias decadentes de los centros de tradicionales de poder. Hasta para el menos despierto resulta conveniente asegurarse nuevos socios y buscar equilibrios que proporcionen un margen de maniobra mayor. Por supuesto, las potencias emergentes no proceden por generosidad o desinterés; también miran ante todo por sus intereses pero sin duda que multiplicar los socios comerciales y políticos contribuye y mucho a que estas naciones puedan negociar en mejores condiciones.

Cerrar filas con Argentina en su actual litigio por el pago de la deuda o con Ecuador en el propio con la compañía petrolera que se niega a cumplir la ley (la misma que en su día la aceptó y se comprometió a respetar) contribuye a la formación de un frente regional sólido para enfrentar al capital financiero internacional, en particular a los “fondos buitres”. Un primer paso que podría llevar, por qué no, a plantearse un desconocimiento regional de la deuda (exceptuando aquella que se haya suscrito atendiendo a normas razonables y de mutuo beneficio). Golpear a Argentina en solitario es relativamente fácil; hacerlo contra toda la región, bastante más difícil.

El no pago de la deuda externa tiene precedentes. Para no ir más lejos, a Alemania se le condonó casi toda después de la Segunda Guerra y ni se produjo un colapso mundial ni la quiebra del sistema financiero. No tiene sentido ni justificación que esta región siga pagando una deuda que ya ha saldado varias veces como resultado de las condiciones leoninas en que fue suscrita. Es pues un asunto de justicia y de necesidad.

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