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Matar al abuelito: cómo viven el ajuste del FMI miles de jubilados y jubiladas

La vejez, luego de años de trabajo y mucho esfuerzo (a veces reconocidos y muchas veces no) no es época de júbilo ni descanso en tiempos de crisis. La han convertido en un continuo saqueo con jubilaciones miserables y una obra social en decadencia. De existir otro PAMI, que cubra las necesidades elementales de sus afiliados y afiliadas y que esté bajo la administración directa de sus trabajadores y beneficiarios, las historias que se relatan a continuación no existirían.

23 de abril de 2019

Historias mínimas, desconsuelos máximos
Catalina tiene a su suegra con la cadera fracturada, recién operada (por suerte le tocó una prótesis nacional que llegan un poco más rápido -y son más baratas, obvio-). Le acaban de informar desde PAMI que le dieron de baja a la cuidadora que la asistía porque cobra una jubilación y una pensión (las dos mínimas de $ 10.410 cada una).

Ella no la puede cuidar, debe atender a su esposo que sufrió un ACV y quedó con problemas para caminar y hablar. Y también tiene que cuidar a su mamá que está perdiendo la memoria y a veces se escapa. Y encima tiene que trabajar (hoy es casi sacarse la lotería) y no le dan muchos días de licencia. Llora muchísimo, acumula cansancio, enojo y desesperación. Tiene como un tsunami dentro del cuerpo, que se le desata sin saber qué hacer.

“Vaya a la otra oficina, a ver si la pueden ayudar”, le dijeron cuando contó su situación para justificar que no le quiten el cuidador domiciliario. La gran muralla de la indiferencia paró el huracán en seco. El que sigue…

Valentina tiene 98 años. El Alzheimer que padece está muy avanzado y ya no se levanta de la cama. Julieta, su sobrina, es la única persona que la cuida. Le dejó su habitación para que esté más cómoda y ella con su pareja improvisaron una pieza en el comedor.

Hace tres meses pidió una cama ortopédica para que su tía esté más cómoda pero todavía no llegó. A Julieta le cuesta cada vez más cuidarla, el dolor en su columna le exige un poco de descanso. Encima, por una normativa nueva de PAMI, solo puede recibir 90 pañales al mes y no le alcanza. Como necesita más, requiere otro papel para llevar a otra oficina para su autorización.

Pidió el servicio de cuidados domiciliarios pero se lo negaron: el estado de salud de la tía “no cumple” con los requisitos. “Ya es muy grande, no tiene remedio lo que tiene”, le dicen. Cómo se te ocurre vivir tantos años, Valentina…

A Juan Alberto lo operaron de un tumor intestinal, tiene un ano contranatura y tiene que usar bolsas de colostomía de por vida. Como se siente bien, él puede hacer los trámites. Para fin de año se cayó la licitación de la compra de estas bolsitas y los afiliados y afiliadas se quedaron sin la cobertura por unos meses.

”Estoy lavando las bolsitas, no me las puedo comprar, la próxima me pongo una bolsa de supermercado”, dice Alberto que no le da asco lavar la bolsita; le da mucha bronca. Cada bolsita sale $ 1.000, usa dos por semana. Saquen las cuentas. Cuando Alberto hace el reclamo le dicen que la culpa es del dólar.

“Compre lo que pueda. ¿Si se le reintegra el dinero después?, tiene que hacer un trámite que va a la Central y tarda varios meses”. Pague luego reclame. Te suena, ¿no?

A Dorita le dijeron que en PAMI entregan un bolsón de alimentos. Fue muy tempranoa la sede de su ciudad, porque la cola para pedir la mercadería es cada vez más larga. Ella cobra una pensión universal al adulto mayor (PUAM) que es más baja que la jubilación mínima. O sea, una miseria.

Trabaja limpiando el consultorio de una doctora desde hace unos meses: “nada alcanza. Tengo 66 para 67, estoy tan cansada que ni puedo jugar con mi nieta”. Dorita está cansada y llora. Llora tan fuerte que casi se desmaya. Tiene la presión baja y el estómago vacío, “hoy desayuné un tecito nomás, ni galletitas tengo”, confiesa.

Una rebelión de andadores y bastones
Son escenas que repiten diariamente en las oficinas de la obra social, cada vez más repletas de afiliados y afiliadas que buscan algún alivio ante tanta miseria en la que son sumergidos por los gobernantes capitalistas de turno.

Llegan con bastones, algunos con sillas de ruedas. Solos, otros acompañados. Traen bolsas con carpetas colmadas de papeles. Papeles que les permitirán respirar, comer, sobrevivir un poco más; siempre y cuando esté todo como “la normativa” lo solicite.

El turno, la operación, el marcapasos, pagar la boleta de luz, la chapa para el techo que se rompió, la garrafa, los remedios que no pueden comprar, conseguir un poco de comida y toparse con alguien que escuche sus tristezas y sus pocas alegrías.

Una cotidianeidad que descarna el cruel destino de uno de los sectores más vulnerables y más atacados de la sociedad.

“Hay que lidiar con los costos del envejecimiento”; “contener el crecimiento de jubilados”; “instamos a los países a pensar bien los sistemas de pensiones onerosos y las redes de protección social más efectivos y después poner en marcha las reformas necesarias”. Las santísimas palabras de los gurúes del FMI que desparraman su veneno en todos los países, con leyes que imponen los gobiernos de turno: trabajar hasta morir.

Muchos viejos + muchos gastos = poca ganancia. Ecuación que no sirve para los bolsillos de los que viven de exprimir la vida de millones.

El deterioro de la vida se ve, se escucha, se siente en la jubilada que se tiró en las vías del subte, en el pibe “rappi” que bicicleteó hasta morir; en el nene que guardó el pan de la escuela para cenar en su casa, en la mujer que es moza, estudiante y madre y no llega a fin de mes. Con el trabajador de Agroindustria que no soportó quedarse sin trabajo y se suicidó.

Más del 70 % de los jubilados y jubiladas cobran $ 10.410 de haber y la canasta básica que estableció la Defensoría de la Tercera Edad es tres veces mayor. Imposible siquiera pensar llegar a fin de mes. Suena casi como un privilegio quien lo puede hacer.

Cuerpos castigados, que se van rompiendo en el camino luego de toda un vida de trabajo, intentando vivir e incluso morir con dignidad. Sostenidos y acompañados por muchos en sus buenas y en sus malas en la pelea diaria.

Son sujetos de lucha, con historias de sobrevivencia, coraje y arduas peleas, que estallan de bronca y furia.

Y es hora que griten, pataleen y se organicen junto a los trabajadores y las trabajadoras para que el PAMI sea administrado por todo ellos, sus verdaderos dueños, afectando la ganancia capitalista y los intereses empresarios.

Para que todo jubilado y jubilada perciba una jubilación que no esté por debajo de la canasta básica, es necesario aumentar las contribuciones patronales y eliminando las desgravaciones a los empresarios.

Para que dejen de ser, al igual que el pueblo trabajador, víctimas del ajuste que gobierno tras gobierno, hoy con Lagarde a la cabeza, descarga sobre sus vidas.

Por eso es necesario romper con el FMI para que la plata se ponga al servicio de las necesidades del pueblo trabajador y que la crisis la paguen los verdaderos responsables.

Pelear por una vejez que no sea sinónimo de tortura, que sea plena y digna y llena de proyectos.

Sí, una vejez llena de proyectos.

Jubilación viene del latín “jubilare” que significa gritar de alegría. Llegará la hora en que viejos y viejas, jóvenes y niños gritarán a los cuatro vientos que la vida es hermosa, libre de todo mal y opresión.

Por Valeria Jasper (LID)

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