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Los senderos de la libertad

Me pide Ermes, es decir me pide Don Juan Riera a través de su hijo Ermes, que escriba lo que haya que escribirse sobre la teoría del anarquismo. Contradicción en sí misma, Oxímoron, como dirían los especialistas de la lengua. Porque pretender exponer la teoría de algo que por definición no la debiere tener es algo bastante insulso, necio o loco. Porque el anarquismo no es una ideología, según mi manera de ver, dado el criterio de que se trata de una actitud filosófica que está en contra de lo que puede ser un sistema. De lo que sea, en especial de los sistemas de ideas, tan antinaturales ellos, tan generadores de caos, de falsa identidad, de contubernio, de ocultamiento, de conciencia difusa, de culpa disuelta en las grandes razones y en los cuerpos sociales híbridos, Justificación al fin que tiene que ver más con el burócrata sedentario que con el cazador paranoico o el nómade recolector.

7 de octubre de 2008| copenoa |

Bien podemos decir que podemos escribir sobre sus anécdotas o sus personajes. Sobre lo pintoresco, sobre la nota disonante, sobre su antihistoria. Porque sí se podría creer, según mi criterio que no es poco ni mucho, que podríamos estar ante una idiosincrasia, jamás ante una ideología. Por ahí ante una aproximación a un sistema de valores, de valores que no cotizan en la Bolsa, por supuesto. Una manera de andar, tal vez, más cerca del zorro en los caminos que del mono encorbatado.
El primero que conocí fue a mi abuelo Salazar, español y bien jodido que era. A la temprana edad de los seis años lo escuchaba blasfemar por la madrugada.
- No pasa nada, nieto. -contestaba ante mi pregunta ingenua.
- Y entonces porqué puteás, abuelo.
- Por si acaso, nieto, por si acaso.
Por él conocí a los peripatéticos, in situ. A través de largas conversaciones mientras cruzábamos la ciudad, me hablaba de aquellos que filosofaban caminando. Y si estaban encerrados o en algún umbral seguían pensando como si caminaran. Deambular del pensamiento, inmediatez de la experiencia, frescura de la circunstancia.
El era un fotógrafo, cronista de la Revista Blanco y Negro de España. Bastante joven se había revelado contra la familia, una familia que era más papista que el papa y más fascista que franco. Contradicción propia del espíritu español, donde se dieron los personajes más paradojales y las tensiones más críticas que se puedan dar en el espíritu de un pueblo. La misma España que dio el espanto y el crimen de la Conquista, dio El Quijote y Machado y Joaquín Sabina. Si alguien piensa avisarme que escribí el nombre del dictador con minúsculas cinco líneas más arriba, debo pedirle que se abstenga: no es un error. Se trata de un enano real y simbólico. Uno de esos héroes con pié de barro con que nos tiene acostumbrados el sistema. Comenzó su camino hacia la gloria uniendo los dos continentes en el avioncito Plus Ultra, que significa más allá, y matando marroquíes. Lo afianzó asesinando a miles de sus compatriotas en sociedad con Hitler y con Mussolini.
Pero basta ya de mala literatura y volvamos a mi abuelo. Un día se vino aprovechando un viaje de Alfonso el XIII, como cronista de la gira. Y se quedó acá, adiós a España. Enamorado de los cerros se vino a Tucumán, donde puso una casa de fotografía frente a la Plaza de la Independencia. Después mi abuela lo trajo a Salta, según se dice para evitar la ojeriza del Jefe de policía que le había dicho: si su marido sube a un tranvía sin pagar boleto, lo metemos preso. Según se dice.
En realidad me parece a mí que el asunto no era tan simple. En medio de la historia sociopolítica había mezclada una turbia relación con la escultora Lola Mora, como dirían los sicoanalistas de hoy nunca bien resuelta. Y como la preciosa del lápiz y el cincel era protegida de los señoritos de la Sociedad Industrial por ahí parece ser que venía el asunto. De todos modos los pechos desnudos de la estatua de la libertad que esculpiera en la Plaza de la Independencia no quedaron mirando hacia ningún lugar, sino hacia el cielo. Por ahí deben andar todavía los algunos y los otros.
Un día, el abuelo y el nieto, llegamos a los extramuros. Sacó un tarro del bolsillo del saco, lo llenó con el agua del río, prendió un fuego y le metió un buen puñado del poleo que por entonces abundaba en los alrededores. Con bollo de Riera nos tomamos un flor de mate de Poleo, así con mayúsculas. Esa tarde tomé la primera clase de la cátedra de la vida: me dijo, entre el humo de la hoguera y los hervores del tarro:
-Mientras exista el poleo, nieto, vas a poder ser, es decir vas a ser libre.
Claro, crecía por todos lados alrededor de la ciudad, incluso en los patios de la Salta de entonces, y no había que pagarlo. El era del criterio de que mejor que tener plata era que esté todo pagado. Nunca lo ví manejar dinero del bueno. Del malo tampoco. La pucha, como si el dinero pudiera tener categorías morales. Solamente unas monedas para pagarle al carrito del frutero, que siempre cruzaba en algún punto de sus largas caminatas.
Hablando de eso recién estaba diciendo que el asunto al que me refiero quizá podría aproximarse a una elemental escala de valores. En referencia a una actitud social, digamos. Así como para algunos el máximo valor es el dinero, y para otros el amor o los cuernos, para otros la honestidad, etcétera, acostumbro afirmar, según lo he aprendido de estos viejos: que lo más caro en este sistema no es el automóvil de lujo, ni una extensa propiedad de tierra, ni una brumosa y distante bailarina. Lo más caro en esta sociedad es la libertad. Y hay que estar dispuesto a pagar el precio.
Definiciones por definiciones, Bakunin afirmaba que la libertad de los otros extendía la mía hacia el infinito. Y Joseph Proudhom que la propiedad es un robo. José Marcén, en cambio, más nuestro porque vivía en once hectáreas inundables bajo el puente blanco, decía que la única moral que conocía era el árbol de las moras.
Marcén se había escapado dos veces de las cárceles de Franco y era un excelente vegetariano. Su internacionalismo revolucionario ya se había asalteñado en los últimos años y afirmaba ante los que querían escucharlo que se había quedado en Salta “porque aquí el cielo nunca es el mismo”.
Coincidía en esto con otro anarco, que no se quedó pero que anduvo mucho tiempo por aquí con la bohemia salteña, el poeta León Felipe, llegado creo de manos de los Dávalos. Decía que este Valle tenía Sirenas. No se refería por cierto a la de los patrulleros ni a las que, en su tierra, anunciaban los bombardeos.
Después lo conocí a Borges, y al Cuchi, y por mentas de mi abuelo a Don Juan Riera. Estos dos últimos se habían llevado una noche la cena de navidad de la casa de mi abuela. Habían varias familias en huelga de hambre debajo del puente blanco. Eran ladrilleros explotados por la patronal, y para ellos fue la cena. Esa noche los muchos invitados tuvieron que esperar a que mi abuela regrese, a manos de la ciencia médica, del soponcio que le agarró, para poder brindar en una mesa improvisada.
Contradicciones del espíritu libertario, al cometer semejante acto de solidaridad habían roto, a su vez, la huelga de hambre. Cómo sabrá ser. La verdad es que hay que ser muy inteligente para hacer macanas. Porque hacer las cosas bien, cualquiera.
Porque nuestra sociedad ha llegado a un estado de cosas en el que hacer las cosas bien no requiere gran lucidez que digamos, ni tampoco loable esfuerzo. Todo está cocinado para que la conducta del individuo responda ciegamente a lo que está aprobado por la mayoría o por la jerarquía social, digamos. Ser inútil, eso ya es más jodido.
La temática del pensamiento libertario pivotea fundamentalmente sobre el asunto del Poder, de la libertad y el sometimiento. Por eso no es precisamente político, sino que más bien es, siendo un conjunto de concepciones sobre la relación entre la sociedad y el individuo, fundamentalmente antipolítico. En tanto y en cuanto la política nunca dejó de ser otra cosa que una actividad manipulatoria. Perdón, un placer por la actividad manipulatoria que corresponde al antropoide elemental no desarrollado.
Albert Camus desarrolla los conceptos filosóficos existenciales del asunto en El Hombre Rebelde, una especie de respuesta a los devaneos culposos que sobre el compromiso político planteara Jean Paul Sartre. Esa posición radical le valió a Camus ser acusado por los popes del comunismo, en plena guerra mundial y con París ocupado por los nazis. Lo tildaron de traidor. Hasta que el día de la liberación de París salió el editorial del diario Combat, de la Resistencia Francesa, por primera vez firmado sin seudónimo: la firma era la de Albert Camus. Y se acabaron los rumores.
Con él y con Sartre había estado José Marcén en los cafetines del París ocupado. También había estado el día en que, con los tanques rebautizados del general Patton, los anarquistas españoles tomaron el Hotel Ritz, a la postre cuartel general de la Gestapo. Ese mismo día en que Hemingway y George Orwell se tomaron un bourbon en el bar del Ritz “mientras los nazis huían como ratas por los techos”.
Porque los Ácratas o anarcos siempre fueron por definición antifascistas. Autónomos, autárquicos, antiautoritarios. Y los españoles libertarios de la guerra civil constituyeron los primeros y fundamentales núcleos de la Resistencia Francesa. Qué vienen después a hablar, los otros.
Por Marcén me enteré también que nadie esperó a Camus en la estación de París cuando la Academia Sueca le diera el Premio Nóbel de literatura. El Estado Francés le hizo el vacío al autor de La Peste, esa gran metáfora sobre el fascismo.
Era un gusto escucharlo al viejo Marcén mientras hacía un puchero vegetariano. Con la misma agua del puchero iba cebándose unos mates estrafalarios, de tono marcadamente escarlata, creo que por el jugo de la remolacha. Decía Alberto Camus y Juan Paul Sartre, no Albert Camí o Jean Pol como suelen pronunciarlo nuestros intelectuales, más mojigatos que los gatos. De boutique. Debe haber sido uno de los mejores amigos que me dio la vida. Y Maestro, si es que su naturaleza cáustica desde el más allá me lo permite.
Y volviendo al asunto del Premio Nóbel y el Estado Francés, no es nada raro. Ya lo decía Borges, que la democracia es pura estadística: una ficción, sino de las peores. Por eso a Borges los progresistas del fascismo criollo lo mandaron a contar huevos al mercado central de Buenos Aires.
Por lo que yo recuerde, por tener abuelo tal y amigos de semejante talla me vivieron maltratando los regímenes militares, los demócratas, los comunistas, los fascistas y los narcos. Aunque yo mucho no les veo la diferencia. Seguramente pueda ser que tengan una marca en el orillo.
Pero para ser sincero, para qué vamos a llorar, para qué vamos a ir a los derechos humanos: la verdad, la verdad, es que yo bastante los he maltratado a todos ellos. Porque hay que reconocer que uno es bien jodido. Ojalá pudiera uno decir soy anarco cristiano como Lanza del Basto o Dostowiesky. O anarco sindicalista como Buenaventura Durruti, el héroe de Cataluña. O anarco comunista como el Ché. Qué. Tendría uno un punto de inflexión, un puente para negociar con la noble sociedad. Ni eso. Uno es nómade, desordenado por naturaleza, alérgico a los poderosos. Bueno, a los poderosos no, a los que se hacen los grandes. Porque si un tipo es capo, para qué se va a hacer el capo. Son los peores esos que se hacen los más capitos.
Y hablando de Durruti y Cataluña, sí puedo decir, porque lo he escuchado y leído también, que en ese punto de la península Ibérica se desarrolló la mayor experiencia libertaria en la historia de la humanidad. Como ensayo social, digamos. Allí, durante la guerra civil española, los sindicatos libertarios de la Federación Anarquista Ibérica ensayaron la Autogestión obrera, en las fábricas y en las tierras. Ensayaron los Consejos de Administración y lo se da en llamar Democracia Directa. La experiencia terminó con los tanques rusos por detrás y las tropas fascistas por delante.
Esa experiencia logró tales desarrollos porque, según mi criterio, el pensamiento libertario es lo más parecido a la idiosincrasia del español revolucionario. Allí anduvo el artista inglés Herbert Read, que desarrollara los conceptos de la Educación por el Arte, organizando las fábricas del arte del vidrio. También George Orwell, el autor de esa primer novela de ciencia ficción “1984”.
De todo eso me ha quedado una noción de lo que debería ser una democracia que se precie al menos de ser verdadera. Y no esa ficción burocrática que es el asunto tal como lo conocemos. Algo así como que cada semana se vayan turnando para gobernar los ciudadanos, todos los ciudadanos sin excepción, sean ricos o pobres, inteligentes o minusválidos, virtuosos o depravados, indigentes o empachados. Así todos podrían ver lo que se siente. No como ahora, que existe una marcada tendencia a que se suban al carro los más picaritos, los más minusválidos que los minusválidos, y los más pesados.
No es justo, verdaderamente, que toda la sociedad tenga que soportar el peso de la ideología del Estado.
Aprendí también, leyendo, que los primeros libertarios fueron los carbonarios, una especie de sociedad secreta de revolucionarios que luchaban en contra del Cardenal Richelieu. Que cuando estaban por ser ejecutados en la cárcel se dirigieron a la plebe que había concurrido para asistir al espectáculo, diciendo: “Buenas noches, pueblo”.
Me queda la noción de saber que hay otra cosa, cuando los salvadores de la humanidad te atropellan con ese asunto del compromiso político, como si no hubiera más opciones de que te hagan de la derecha o de la izquierda. O por atrás.
Ser anarco es una manera de respirar, y más que una idiosincrasia es un estilo. Una manera de reírse también, de desdramatizar el mundo. Es un negarse a comprar cuando te vienen a vender el asunto de las masas o de las mayorías. Es un no acumular más de lo que pueda uno llevarse en andas, más aún en el criterio de que lo que a uno le excede le puede estar haciendo falta a otros. Tiene también dos cucharadas de espíritu justiciero. Como el Zorro con su negro corcel cuando sale la luna. Y una pizca de hijoputez, de antisolemnidad, de aire romántico y poético.
Y hablando de arte y de colores podemos decir también que después de las rebeliones estudiantiles del París del 68, los últimos desarrollos libertarios pasan por el movimiento verde, por la defensa de los animales amenazados de extinción y la supervivencia del planeta.
Al final.
¿Qué es anarquismo? Mi madre diciendo:
- Juan, escuchame bien que te voy a dejar la herencia.
- Cuál herencia.
- Esta que vas a escuchar ahora: Primero, nunca pises a una mujer cuando bailes. Segundo, nunca seas pollerudo. Es lo peor que puede ser un hombre en este mundo.
Es Marcel Mauss, el fundador de la ciencia arqueológica y antropológica, diciendo: “toda la vida social se reduce a dar, recibir y devolver”. Eso es. Es Levy Strauss diciendo que toda estructura social es reducible a cero, menos la tribu.
Es Paracelso, diciendo que todo lo que sube baja.
Es Copérnico y Galileo. Es como decir: aunque a ustedes no les guste, eppur si muove.
La teoría está en Borges, en ese inmenso cuento de El libro de Arena, que se denomina El Congreso.
Está en Ulrico de Maguncia, en Manuel Castilla, cuando nos dicen que nunca se termina de morir.
Está en Sir Arthur Conan Doyle, el autor de Sherlock Holmes, cuando nos dice que al Otro Lado también hay wisky y cigarros.
Está en Machado y en Sabina, cuando nos dicen caminante no hay camino. O diecinueve días y quinientas noches.
Es el Cuchi Leguizamón escribiendo la chacarera del expediente, haciendo una sinfonía de campanas y rococos.
Es Antonio Yutronich, cruzando las calles de Salta con un cuadro bajo el brazo. Conversador, siempre enseñando.
Es el proverbio árabe diciendo: Fíjate a quién pisas.
El Arte, que exige el menor condicionamiento y la mayor expansión de la libertad en la imaginación del hombre. Eso es anarquismo.
Uno es salteño, Güemesiano, libertario por naturaleza.
Que algo hayamos aprendido de Diógenes Laertes, alias el perro, gracias a Don Juan Riera, es otra cosa.
Que junto a Floreal, en el proceso, a uno lo haya sacado el Cuchi de la Central, que no es una roticería, es otra cosa. Que el Cuchi haya gritado a viva voz, entonces, que a los anarcos no los envasa ni la Campagnola, es otra cosa.
Que el viejo Marcén me haya contado que, en la conferencia de Prensa de la liberación de París, cuando los mojigatos de L‘ Humanité le preguntaron si los de la Resistencia no habían sido tan crueles como los nazis, él les había contestado:
- Para mí, la moral es ésta. Hay que ser buenos, siempre y cuando todos los que están en este salón sean buenos. Ahora, si llega a haber un hijo de puta, es mejor que sea yo.
Que ese viejo esté enterrado con mi saco en Barcelona, ya no es tan otra cosa.
Que yo me acuerde de mi abuelo armando cigarros con los puchos que juntaba, y diciéndome que “amar es no poder”. Eso sí que no es para nada ya otra cosa.
De todos estos viejos, recuerdo que eran sabios por naturaleza. Nunca he conocido a alguno que fuera ignaro, necio, o sencillamente pelotudo. Aclaremos que no es lo mismo ser inútil que ser pelotudo.
A todos ellos les debo una alergia espantosa, una espantosa alergia por todo aquello que pueda oler a cánones o a leyes, a sectas, a logias masónicas, a brujas de peluquería.
Y aquí no puedo dejar de recordarme de la hermosa Paráfrasis de Li Po que hiciera Don Juan Carlos Dávalos, nuestro protopoeta iluminado, en Beber solo bajo la luna:
También les debo a todos ellos, y la palabra es deuda, el inmenso placer que siento cuando, volviendo de trasnochada, bajo la luna inmensa y en estado de gracia orino al lado de algún árbol. De un árbol indeterminado en este hermoso valle. Sin límites. Como estar cantando una canción de amor y libertad dentro de la noche, profunda e inconmensurable, de mi entrañablemente única ciudad de Salta.

Juan Ahuerma Salazar
Primavera del 2008

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