Ley antidespidos: la historia de un veto anunciado

La Cámara de Diputados sancionó la ley antidespidos con 147 votos a favor, 3 en contra y 88 abstenciones, casi todas del bloque oficialista de Cambiemos.

Lo que sigue será la historia de un veto anunciado. El Gobierno cambió la táctica: primero aseguraba que apelaría “a cualquier medio para frenar la ley" -como afirmó Rogelio Frigerio-, y rápidamente pasó a la facilitación para que se apruebe el proyecto, mediante la abstención de la totalidad de su bloque.

La coherencia de la politiquería tradicional quedará expuesta: Mauricio Macri vetará una ley a la que sus legisladores no se opusieron en el recinto. Tengo principios, pero si no les gustan, tengo poder de veto.

Todo el bloque de Cambiemos bypassea la discusión parlamentaria supuestamente democrática para ir directo la decisión “bonapartista” de los republicanos de la primera hora. La cadena nacional pública y privada transmitirá a su “bonaparte blanco” ejerciendo el poder de mando, para voltear una ley que impedía a los empresarios despedir (o si el trabajador lo acepta, pagar doble indemnización) por un corto periodo de tiempo.

El veto será una confirmación de que "es un gobierno de los ricos” que tampoco quieren pedir permiso a la hora de despedir, ni mucho menos pagar doble por ese hecho tan “natural” como la existencia misma del capital.

El veto del Presidente será total, para asegurarse que el Congreso no pueda insistir porque la oposición no cuenta con los dos tercios necesarios en la Cámara baja. La “vetocracia” hasta el final.

La sorpresa de la votación de esta madrugada fue el respaldo contundente que logró el dictamen ahora convertido en ley, que ya había conquistado una amplia mayoría en el Senado.

El “pato de la boda” fue Sergio Massa y su Frente Renovador, que tuvo una semana de “vedetismo explícito” y terminó encerrado por un acuerdo cuasi-público entre Cambiemos y el FpV: unos que quieren vetar y otros que desean ser vetados.

La preocupación central de todos y todas a ambas orillas de esta “grieta” no pasa por los que hoy pierden sus puestos de trabajo, sino por el posicionamiento que logren para las elecciones del año que viene.

En el caso del FpV y el peronismo, los que más exageran su presunta preocupación profunda por la cuestión, esto queda develado porque no se proponen ni exigen a las organizaciones sindicales acciones contundentes para imponer esta medida elemental.

El macrismo pasó de negar la cuestión de los despidos, a convertir al veto en su oscuro objeto del deseo. Incluso a último momento se dio el lujo de elegir qué proyecto vetar. El micromundo de la CEOcracia se calentó la cabeza con un fanatismo de clase, como muchas veces hizo el microuniverso del kirchnerismo “duro”, con las consecuencias por todos conocidas.

Pero como se dijo, este entusiasmo por reproducir en espejo la batalla contra un enemigo a medida (el kirchnerismo), confunde la naturaleza de las disputas ideológicas o culturales que sólo interesan a minorías intensas, con una preocupación que se ha extendido en la agenda pública a golpes de tarifazos, enfriamiento del consumo, ajuste y… despidos.

El discurso que asegura que la existencia del trabajo depende de que las empresas tengan poder para despedir sin límite no puede ser expansivo o "hegemónico", excepto para su propio núcleo duro. Es decir, una “minoría intensa” que nunca trabajó en su vida.

El “sinceramiento” de la relación de fuerzas tuvo su distorsionada expresión en la desagradable rosca parlamentaria.

De ese laberinto, Macri se dispone a “salir por arriba”, con el riesgo de alejarse demasiado de una realidad que irrumpe todos los días y tampoco pide permiso.