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EN PRIMERA PERSONA La noche del 19 y el despertar del 20

El pulso de las intensas jornadas que vendrían se podía palpar horas antes en la redacción de avenida Belgrano. Esa noche hacía calor. Al salir tras el cierre, la marea humana que iba a Plaza de Mayo me desvió de mi camino a casa.

20 de diciembre de 2016| Adriana Meyer |

Las personas superaban las veredas y circulaban por las calles. La necesidad de estar ahí no era sólo periodística, había una extraña comunión entre los que protestaban, cierta euforia por la expectativa de protagonizar algo.

Cerca de las 23, cuando la noticia de la renuncia del ministro de Economía Domingo Cavallo llegó a la plaza, hubo festejo. Eso que esperábamos empezaba a suceder.

Algunos siguieron el mensaje de De la Rúa por la radio y volvió la bronca. El anuncio del estado de sitio fue puro combustible al fuego. Al rato ardió una de las palmeras de la plaza. “Uy, se les fue la mano, la protesta es pacífica”, dijeron algunos.

Quedé demasiado cerca del vallado de la Casa Rosada, la primera bomba de gas que tiró la Policía cayó casi a mis pies, siguieron varias estampidas que retumbaron en la plaza y terminé sobre el asfalto cuando empezó el desbande.

Cayó Cárdenas

Más o menos a la misma hora Jorge Demetrio Cárdenas parecía desangrarse frente al Congreso. Lo habían herido en la ingle y en la pierna, sobrevivió esa noche y varios meses más, pero finalmente no pudo más. Es el sexto muerto que ni siquiera pudo estar en el conteo de la justicia, a pesar de los intensos esfuerzos de su familia. Tenía 52 años, era martillero público y vivía en Merlo.

Aquella madrugada nadie pudo convencerlo de quedarse. “Soy un trabajador que no me alcanza la plata y nos están robando, tengo que estar ahí para echar a todos”, dijo, y salió con su hijo Martín. La familia que se quedó en casa prendió el televisor cuando una vecina fue corriendo a decirle: “Mataron a tu papá”.

Así lo vieron los suyos por Crónica, tirado en un charco de sangre al pie de las escalinatas del Congreso. “Desesperados, ciegos de dolor, no sabíamos qué hacer, esa noche todo era un caos. En la radio decían que trasladaban al primer herido de bala de plomo al Hospital Ramos Mejía. Cuando llegamos lo estaban operando, le pusieron dos litros de sangre y le salvaron la vida”, me contó Verónica Cárdenas cuando se cumplieron diez años de aquellas jornadas revolucionarias.

Cabezas de tortuga

Me pisaron una y otra vez, y aunque logré sostenerme abrazada a un árbol de la vereda del Banco Nación sentía que me ahogaba. En la puerta de algún recital de rock había aprendido a correr para el lado contrario del viento, y cuando cubrí no pocas represiones a los jubilados en Congreso algún palo ligué aunque en general sabía dónde pararme.

Pero esa noche fue imposible, el aire picaba, quemaba. Un colega acreditado en la Casa Rosada me reconoció y me sacó del lugar porque no podía caminar. Mientras nos escapábamos hacia el bajo porteño, vimos a los “cabezas de tortuga” de la Federal motorizados blandiendo las Itaka al aire como si festejaran su victoria de la plaza “liberada”.

Quedé tan aturdida que al día siguiente no tuve resto para la batalla que seguía entre Plaza de Mayo y Avenida 9 de Julio. “Cayó uno de los nuestros”, me dijo por teléfono la compañera María del Carmen Verdú, por Petete Almirón. Supe de los demás muertos, vi la foto de Cárdenas, mis magullones se volvieron insignificantes.

Muchos años antes había protagonizado su propia cruzada: en abril de 1994 fue asesinado su sobrino Walter Vallejos en una emboscada que la barra de Boca le hizo a los hinchas de River. Cárdenas juró que iba a hacer justicia y no paró hasta que logró la condena de José Barritta, alias El Abuelo.

Cuando declaró Fernando de la Rúa en los tribunales de Retiro, Cárdenas fue con su foto tirado en el Congreso, seguía buscando justicia. Incluso tuvo fuerzas para participar de las asambleas barriales que florecían por esos días, donde mostraba sus cicatrices como si fueran heridas de guerra.

Pero la muerte de su hermana lo deprimió, su salud comenzó de derrumbarse y murió el 27 de julio de 2002. La justicia en primera instancia consideró que falleció porque padecía diabetes. Su familia lo niega y recuerda que las balas que le sacaron del cuerpo nunca llegaron al expediente.

Sin embargo, en un momento del intrincado caso la Cámara Federal había llamado a indagatoria al expresidente Fernando de la Rúa tomando como referencia “el suceso en que fue herido con bala de plomo Jorge Demetrio Cárdenas”, porque consideraron que el expresidente debió haber tomado conciencia en ese momento sobre la dimensión de la represión que había desatado su orden de desalojar la Plaza de Mayo. Más tarde la Corte Suprema lo haría zafar de culpa y cargo.

Las vallas del miedo

Luego de quince años, el Congreso en cuyas escalinatas cayó Cárdenas está enrejado, así como la Plaza de Mayo perdió casi una mitad por el vallado que la Policía ponía ante cada nueva protesta y que ahora quedó fijo. En las sangrientas jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 la gente llegó demasiado cerca, el poder tuvo miedo y salió a matar.

Basado en textos de la autora publicados el 18 de diciembre de 2011 en el diario Página/12.

Foto Gonzalo Martínez

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